Historias

Bairoletto: la leyenda del Robin Hood argentino

Juan Bautista Bairoletto fue un "bandido rural" convertido en leyenda. Su historia, sus hechos, su mito.

Gustavo Capone
Gustavo Capone miércoles, 5 de octubre de 2022 · 08:36 hs
Bairoletto: la leyenda del Robin Hood argentino

Cientos de leyendas criollas surgirán sobre cuándo nacieron y por qué crecieron tanto estas historias hasta convertirse en inmortales. Lo cierto es que la veneración por “los bandidos rurales” (nos guste o no) es una costumbre muy arraigada entre nosotros.

Prototipo de la “argentinidad al palo”, el panteón mítico de ídolos y “santos” criollos al margen de la ley es inmenso. Juan Bautista Bairoletto como un emblema, pero también: Segundo David Peralta ("Mate Cosido"), Felipe Pascual Pacheco ("El Tigre de Quequén"), José Font, ("Facón Grande"), Antonio "Curuzú" Gil ("El Gauchito Gil"), Olegario Álvarez ("El Gaucho Lega"), Isidro y Claudio Velázquez junto a Vicente Gauna ("Los vengadores chaqueños") o el mendocino adoptivo: “Gaucho Cubillos” a quien el gobernador Moyano puso precio a su cabeza y en su lápida del cementerio mendocino puede leerse: “Mártir de los humanos, su alma milagrosa perdura haciendo el bien a los humildes”.

El pedido de captura de Bairoletto.

Con característica comunes. Rebeldes contra el poder de turno; siempre en aventuras amorosas que involucraban a una mujer comprometida con algún poderoso; con una increíble habilidad para fugarse o zafar; muriendo jóvenes. Contando además con adhesión popular, lo que muchas veces los convirtió más en personajes de novela, que en personas que corrían al margen de la ley. Recostados en un perfil romántico, “idealizados”, cuya veneración se sustentó en la justificación de que lucharon contra el poder.

Su santificación popular, con miles de lugares para su culto, es fruto también de su raíz humilde y contracultural; de su desarraigo, donde la viveza criolla gambeteó al que siempre mandaba. Pero toda regla tiene excepciones: Diógenes Recuero, “el ánima parada”. Millonario, integrante del jet – set, cosmopolita, “playboy”, político e intendente del departamento mendocino de Rivadavia que murió sospechosamente y al tiempo su cuerpo apareció erguido. Nadie de su familia reclamó cuando cerraron un viejo cementerio donde estaba enterrado. Nada. Pero si su pueblo hizo lo suyo: lo convirtió en su “santo protector”.

Bairoletto, “hijo de su tiempo”, al que nadie mató

Santo para algunos. Delincuente para otros. En el fondo: “(…) bandido que podía contar con la solidaridad de los paisanos y a quien los pobres del campo solían ver como un vengador de las humillaciones que les infringía la autoridad". (Hugo Chumbita. “Jinetes rebeldes”; Vergara - 2000).

Su suicidio dio paso a la inmortalidad. Ahí nació la leyenda. Fue hace más de 80 años (14 de setiembre de 1941) tras una balacera con la policía. Ante los ojos de su compañera, Telma Ceballos. En su rancho de Carmensa (San Pedro del Atuel) de General Alvear y con el llanto de sus hijas como cruel música de fondo. Para tomar más ribetes novelescos: había sido traicionado por su amigo Vicente “el ñato” Gascón, quien “lo vendió” a la policía por unas monedas y la promesa de librarlo de una sentencia que le pesaba.

“Pero a Juan nadie lo mató. Él se suicidó. Yo me levanté de la cama tras de él, protegiendo a las chicas. Veo que se pega el tiro y empieza a caer para atrás, se apoya en la pared y cae al piso. Luego, entró la policía y le tiraron ya muerto en el piso. Pero a él nadie lo mató". Es el testimonio de Telma Ceballos.

“Hijo de su tiempo”; así lo define su nieto, Fabio Erreguerena, también Sociólogo y Doctor en Ciencias Sociales (UNC) quien agrega: “Ese tipo de gente vivía en la más absoluta indefensión. Era la época del caballo del comisario: no había justicia, la policía era absolutamente discrecional, el Estado no llegaba, no había leyes que los protegieran”. (Extraído notas de Milton del Moral).

“La Dorita es mía”. El comienzo de la clandestina “banda en fuga”   

El relato de Milton del Moral es una postal de aquel Bairoletto, veinte años antes de su muerte. “Enamora y se enamora de ‘la’ Dora’, una prostituta de los burdeles a los que acudía cuando no mezcla sus ideas en los comités y sus monedas en las casas de juego. Novios, amantes o lo que sea. No esconden sus impulsos. Los hacen públicos”.

Hay en Castex (La Pampa) un cabo de policía que también prefiere a Dora: Elías “el turco” Farach. La impotencia lo ciega, lo enferma. El hostigamiento es atroz, inescrupuloso. Lo cuenta mejor León Gieco: “Se enamoró de la mujer que pretendía un policía / lo golpeó, lo puso preso un tal Farach Elías / ‘Andate de Castex (le dijo). Aquí tenemos leyes’ / Corría el año 1919”. (“Bandidos rurales”. EMI. Álbum musical. 2001). “El cabo lo intimó a que deje de ver a la bailarina. Él lo ignoró. La ira es tal que el policía decide encerrarlo en un calabozo. Lo desnuda, le pega con un rebenque, lo tortura. Hay quienes dicen que convoca a Dora para que presenciara el ultraje. Lo intima a que abandone el pueblo si es que quiere seguir vivo. El gaucho se va. Sus heridas se curan. Su orgullo no”.

El desenlace inmediato es predecible. Bairoletto volvió y mató de varios balazos a “el turco” Farach en el centro neurálgico de la concentración popular, la pulpería del pueblo.

Lo vieron todos. El camino ya no tendrá retorno, Bairoletto (o también José Ortega, Francisco Bravo, Marcelino Sánchez o Martín Miranda, como se hizo llamar en su vida de fugitivo) pasará a ser el prófugo más buscado de la policía.

Murió su padre. “Ya caerá el sotreta”

Cientos de historias cubrirán al personaje. Creer o reventar. “El Santo Bairoletto” o “San Bautista Vairoleto”; ya sea con B o con V. Era él. El que regalaba caballos a los niños para que no vayan caminando kilómetros a las escuelas. El que recuperó tambos y chacras para los campesinos ante el asedio de los terratenientes y regalaba gallinas al gauchaje. El que hizo valer su influencia “ante el doctor” (contradictoriamente fue circunstancial guardaespaldas de políticos en los últimos años de su vida) para que liberarán presos. El que robó almacenes y distribuyó mercadería entre los pobres.

Pero hay un hecho que agigantó la idolatría popular. Había muerto su padre, Vittorio, y la policía organizó un operativo suponiendo que él vendría a su velorio. La ceremonia se prolongó y Bairoletto no aparecía. “Es un cobarde y sin dignidad”; gritó un policía entre los parientes del finado. Nadie respondió. Solo rezos, lágrimas y sollozos. Una mujer con un niño en brazos y otra criatura abrazado a su cintura llorará por horas sobre el cajón de Don Vittorio. Mientras el cortejo parte al cementerio la mujer sigilosamente desapareció. Dos balazos al aire despidieron al muerto desde la otra esquina. Era Bairoletto, quien desde un caballo y revoleando el vestido de mujer les enrostraba como los había engañado.

General Alvear. El tiempo del sosiego, y del sosiego que no fue

Después de años de vivir en tolderías indias, entre montes o “de prestado en un chiquero”, hará una pausa. Quiso empezar de nuevo. Ya era un cuarentón y estaba cansado de ser un clandestino. Eligió el amor de Telma y al pueblo de Carmensa como su terruño.  En esos “pagos” de Alvear se hará llamar Francisco Bravo, como que cambiar de nombre implicaría cambiar de vida.

Pero otra vez la historia es implacable y el pasado volvió por sus fueros. A la novela de su vida le faltaba escribir una página más: la traición del “Nato” Gascón. Una nueva emboscada y la muerte acechando su destino. Y llegó la muerte y se cumplió el destino.

Fue uno de los últimos “gauchos alzados. Una especie de “santo protector” y la creencia lo convirtió en justo vengador.

Fue velado en el comité del Partido Demócrata de Alvear y está enterrado en el cementerio municipal de ese pueblo. Su tumba sigue recibiendo cientos de visitas. Historiadores, turistas y curiosos, pero también muchos devotos de su santa religión pagana.

“Pero a él nadie lo mató”; sostuvo Telma. Como que no murió todavía. Parecía que ella lo seguía esperando, mientras el imaginario popular lo siguió venerando. Libros, películas, tesis académicas, cortometrajes, santuarios, velas, estampitas, monumentos, canciones, poesías, lo inmortalizarán y le darán cuerpo a la leyenda.

“Bandidos”

Eric Hobsbawm (Alejandría, 1917 – Londres, 2012; historiador) autor de “Bandidos” (1969),  sostuvo que el “bandolerismo social” es una de las formas más primitivas de protesta social organizada y situó este fenómeno universalmente en ámbitos rurales, cuando el oprimido no ha alcanzado conciencia política (“estado pre –político”, textualmente sostiene) ni ha adquirido métodos más eficaces de agitación social para enfrentar al Estado y a sus agentes, y donde los lazos de solidaridad se sujetan en el parentesco, la territorialidad y “la idealización”. Pero también dice Hobsbawm: “para convertirse en defensores eficaces de su pueblo, los bandoleros tendrían que dejar de serlo”.

Eso fue Bairoletto. Símbolo de una gesta romántica y contradictoria (trabajó por un tiempo como “matón de los políticos”). Exagerado, si se quiere, desde una perspectiva popular fue el reflejo de la rebeldía tradicional del gaucho. Una vez más el héroe y el villano conviven en la consideración social. Pero indudablemente como dijo Telma: “A él nadie lo mató”. Sigue vivo y seguirá viviendo convertido en leyenda.

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