Historias

Cogollos para Charly y amor por Don Hilario Cuadros, el trovador que marcó una época

Hoy es el cumpleaños de Charly García. Pero hubo otro músico de la misma generación que marcó la época y es de Mendoza. La historia de Don Hilario Cuadros, un hombre de una vida intensa y un artista enorme.

Gustavo Capone
Gustavo Capone domingo, 23 de octubre de 2022 · 09:02 hs
Cogollos para Charly y amor por Don Hilario Cuadros, el trovador que marcó una época

El 23 de octubre es una fecha cara para la música nacional: cumple 71 años Charly García. Reconozco que en mi adolescencia ese tipo flaco, de pelo largo y con bigote bicolor me deslumbraba. Esa imagen del álbum “Vida” de Sui Generis con dos “cosos” sentados contra la pared fue la carátula que acompañó varias de mis carpetas. Siempre la misma foto. No necesitaba otra. Talentoso y díscolo muchos queríamos ser como él. Hoy, un poco (bastante) más lejos del corajudo que se animó a tirarse a la pileta desde el noveno piso de un hotel y pareciéndome muchísimo más a su “Natalio Ruíz”, confieso que desde hace tiempo me emociona otro tipo de música sin quitarle un apéndice de admiración “al dueño del santo” nacido en el porteño barrio de Caballito. Es por eso que hoy cuando muchos hablarán merecidamente de Charly quisiera contar algo, pero de otro músico que reflejará una verdadera postal de Mendoza y que debiera ir en saga en comentarios y recuerdos a García por lo que representa para el cancionero popular cuyano: Don Hilario Cuadros (1902 – 1956).

Lo primero que expondré es meramente anecdótico, casi sin relevancia, aunque marca un nuevo tiempo y a los referentes contemporáneos de nuestra música. Cuadros murió con 53 años, pero pareciera que siempre fue Don Hilario, todo un gesto simbólico de la veneración vecinal. Charly cumplió 71 pero no creo que alguien entienda si nos referiríamos por cualquier circunstancia a Don Charly y pueda imaginar que estamos hablando del creador de “La máquina de hacer pájaros”. Charly siempre será Charly y Don Hilario siempre será Don Hilario Cuadros, aquel que nació un 23 de diciembre y en justo recuerdo de su natalicio se conmemora el “Día de la Tonada” como claro sinónimo de cuyanía y mendocinidad.

“La cañadita” donde siempre había una farra

Don Hilario había nacido en “La Media Luna”, un paraje del actual distrito Pedro Molina de Guaymallén. Esa zona recibía el nombre de “media luna” debido a que el “canal zanjón”, aquel cauce indio y patrón de la fertilidad del centro mendocino que conocemos como “Canal Cacique Guaymallén” hacía precisamente ahí un semicírculo. Y fue ese paraje del actual Pedro Molina la primera zona histórica ocupada por el español Pedro del Castillo antes de fundar Mendoza en 1561.

Así fue como Castillo siguiendo el curso del canal indio llegó hasta “el pucara del cacique Caucababanete”, construcción de piedra hecha por los incas y perteneciente al cacique donde el conquistador español pasó sus primeras noches en Huantata (“el valle de los venados”) previo a que naciera “Mendoza del Nuevo Valle de La Rioja” el 2 de marzo del citado 1561.

Allí nació Hilario, en el centro fundacional de Mendoza, puntualmente en la “Calle Larga”, que según registros urbanos desde el siglo XVIII con ese nombre (hoy calle Pedro Molina, pulmón activo de todo el pueblo guaymallino) representó por casi trescientos años un ingreso obligado a Mendoza de aquellos que provenían del litoral y del puerto bonaerense. De ahí “calle larga”.  Precisamente en esa calle “el chileno” Anselmo Cuadros y Carlota Romero, los padres de Hilario tenían una barraca.

Al tiempo los Cuadros se mudarán cerca del actual Carril Nacional (hoy carril Bandera de Los Andes) que en épocas ancestrales fuera el camino de las postas nativas y posteriormente diera origen al “Camino real” también llamado centenariamente: “camino del oeste” o “el camino de la historia”. Por ahí estaba la nueva casa de Hilario, sobre “Cañadita Alegre” al 42, cuya denominación de “cañadita alegre” según Juan Isidro Maza se debió a que siempre sobre esa callecita, que servía de desagüe como un cañadón en las inundaciones, los vecinos habitualmente organizaban parrandas y jolgorios donde las violas no paraban nunca. Esa era la calle del “negro” Aguilar y del citado “chileno” Cuadros, pegadita al boliche “La Movediza” y cuna del folklore cuyano donde Hilario junto a su hermano Guillermo recibió los primeros aplausos. Ahí mismo, en pleno corazón del distrito de San José (cuyo nombre es por el descendiente directo de uno de los primeros colonizadores mendocinos: el capitán José de Villegas y Reynoso quien a finales del siglo XVI construyó una capilla en la zona venerando a San José).

“Entre calle Las Cañas casi llegando a Los Corredores / va la cañada alegre, la cañadita de mis amores”, cantará Hilario Cuadros y sus trovadores ante el griterío por el “gato cuyano” que se oirá hasta en El infiernillo o “La Bola de Lata”.  

Don Hilario, Los Trovadores de Cuyo y su pasión sanmartiniana

Junto al “Quiñao” Domingo Morales (también apodado “el sanjuanino”) compuso el dúo “Cuadros – Morales” en 1926 y de ahí no paró más. Al tiempo llegarán “Los Trovadores de Cuyo” cuando al binomio original se agreguen Alberto Quini y Roberto Puchio, y haciendo caso al dicho cuyano como un mandato divino “no hay gato sin cueca” el futuro ya se veía auspicioso.  

“Saca el espiche a la bordalesa / Que la jarana recién empieza”. Métale entonces Don Hilario con “Cueca de la viña nueva”, total esa trova recién empezaba desde Guaymallén y no parará hasta escucharse en todo el planeta, reafirmando la expresión de Tolstoi y corroborada en el nuevo cancionero cuyano: “pinta tú aldea y pintarás el mundo”.

Ese era Don Hilario Cuadros. Romántico. Él que en vals rindió homenaje a la mujer de su pueblo con “Flor de Guaymallén” y el que siempre tendrá la esperanza latente como cuando en “Canto a la Virgen de la Carrodilla” invocó por la protección y la ayuda. Hilario, “el alegre” según la etimología latina. Aquel que ya evocamos como divertido y seductor, pero además el guapo que “le pone” todo el año por las hileras porque “hay que llenar la bodega / (porque) ya se está acabando el vino”.

Cuadros será también el criollo patriota que tuvo a la gesta sanmartiniana como una referencia insoslayable, viendo antes que muchos la importancia de San Martín en Mendoza para la concreción de la libertad americana. Recordemos cuecas como “Los sesenta granaderos” junto a Félix Pérez Cardozo; “Bandera de los Andes” con M. López; “San Martín” de Cuadros y Pérez Cardozo y “El sargento de Ayacucho” con Julio Quintanilla. Canciones como “El Plumerillo” con Quintanilla y “El Manzano de Tunuyán” donde recordará al histórico frutal como testigo del abrazo del general y su leal soldado Olazábal. “El clarín de los titanes” junto a Fratantoni; los valses “Fray Luis Beltrán” con De la Fuente y “Mi madre de Corrientes”, otra vez con su amigo Julio Quintanilla dedicada a Gregoria Matorras, más aquella tonada que reconocerá las “Glorias andinas”.

Tiempos de radio y gloria eterna

La imagen del patio bien regado y debajo de un parral darán marco al diario escenario doméstico. En medio de todo eso: la radio. “La canción del jarillero”, “El niño y el canario”, “La yerba mora” no pararán de sonar.  La popularidad lograda por Los Trovadores de Cuyo hará que las radios se pelearán por contratarlos. Desde Buenos Aires lloverán las ofertas, las giras se multiplicarán y los viajes serán incesantes.

Cochero cuánto me cobra por llevarme hasta mi casa”. Lamentablemente llegará el final tras una dura agonía. El “cochero” aquel lo llevará al sitial de los hombres indestructibles y una vez más la sabia parsimonia de la cultura popular vencerá la subestimación del prejuicio arrogante.

Y se fue Don Hilario. Tenía 53 años. Otro grande como Atahualpa Yupanqui le escribirá en son de homenaje: “Se ha cortado el bordón de tu guitarra/cuando la paz del alma florecía/Cuando muere un cantor la tierra mía/una canción junto al dolor amarra”.

Un extraordinario trabajo realizado por Paula Ripamonti sobre el registro, obra y pensamiento de otro genial oriundo de Guaymallén, Armando Tejada Gómez, lleva por título “La emergencia del nosotros”. Una expresión completa que me parece aplicable a este momento y a esta coyuntura en reconocimiento a todos los cultores de la “patria chica”. Al margen de estar convencido además que el ensayo de Ripamonti debería ser una lectura moralmente imprescindible para todos los mendocinos pues esa urgencia de reencontrarnos es indispensable y necesaria. Mendoza como “la guardiana” y “cuna de eternos laureles” no puede dejar de pensar en aquellos referentes de la palabra, las obras, el canto y el pensamiento que forjaron la mendocinidad. Don Hilario desde su rol de juglar fue uno de esos.  

Archivado en