Una vida de servicio

“Cuando la Madre Teresa te miraba era como si nadie más existiera en el mundo”

A 24 años de la muerte de la Madre Teresa, una Hermana de la Caridad cuenta cómo fue conocerla y el carisma que sigue inspirándolas.

Candelaria Reinoso domingo, 5 de septiembre de 2021 · 20:25 hs

Un 5 de septiembre de 1997 murió la santa Madre Teresa de Calcuta. Hoy, a 24 años de su muerte, cinco Hermanas de la Caridad, congregación fundada por la Madre Teresa, viven en una casa en San Isidro, cerca del barrio de la Cava, y todas ellas conocieron a la Madre en persona. Todas llevan su característico “sari”, una vestimenta tradicional de la India, blanco con rayas celestes y dedican su vida a cuidar a niñas y mujeres con discapacidades que fueron abandonadas.

“La Madre Teresa tenía una mirada muy profunda, te prestaba atención, ella podía ver a Dios en cada persona. Podía haber más gente alrededor, pero si te miraba era como si nadie más existiera. El amor con el que tomaba a los bebés y cuidaba de las personas necesitadas fueron las cosas que me atrajeron para tomar el paso a entregarme”, cuenta Anita, una de las consagradas. “Si ella estaba con vos, estaba con vos”, recuerda con ternura.

Una de ellas, la hermana Anita, nació en México y después de haber pasado por distintas casas de la congregación alrededor del mundo terminó en la Argentina. Cuenta que la primera vez que sintió el llamado a su vocación fue a los 10 años cuando vio a unas hermanas Franciscanas que le llamaron mucho la atención. “No quería estudiar, era un poco rebelde, así que mis padres me dijeron que trabajara, que no podía quedarme sin hacer nada”, cuenta la hermana.  “A los 15 me fui a trabajar Tijuana a una fábrica y da la casualidad que la Madre Teresa vitaba una casa de los Padres de la Caridad en la misma zona. Así como me sucedió con las Franciscanas, verla a ella me marcó para siempre”, cuenta con serenidad.

“Ingresé a su grupo de jóvenes, hacíamos apostolado, alimentábamos a los enfermos, pero no era suficiente. Seguía creciendo la semilla del deseo de entregarme por completo al Señor. Hablándolo con uno de los sacerdotes me aconsejó enviarle una carta a la Madre en la India. Al poco tiempo me respondió, me presenté al convento con la carta e hice una experiencia de 15 días viviendo con las hermanas. Les di la noticia a mis padres, renuncié a mi trabajo y en 6 meses ingresé al convento”, narra la hermana.

No tenía miedo, tenía 19 años y quería salvar el mundo”, cuenta con una sonrisa y divertida. “Tengo 10 hermanos y mi única preocupación cuando me uní a la congregación era que los iba a extrañar mucho, además de que me costaba el inglés. Me preocupaba no poder dejar esas ataduras. Estuve en Tijuana, Los Ángeles y San Francisco. Me tocó venir a la Argentina cuando hice mis votos en el 93”, cuenta.

También cuenta que ven mucha pobreza en la Argentina pero que peor que la pobreza material es la pobreza afectiva: “Vemos mucha necesidad de afecto, de contención”, dicen. “He tenido experiencias de ver a las niñas de esta casa y cómo en sus familias no las pueden contener por la pobreza. Nosotras las cuidamos y ayudamos para que puedan educarse y para darles el amor que necesitan. No hacemos de una familia real, pero intentamos de llenar ese vacío que tienen de afecto”, cuenta la hermana Anita.

“Somos una comunidad misionera y nadie es profeta en su propia tierra, por lo que nunca nos quedamos en nuestros países de origen. Tenemos el espíritu misionero, vemos lugares como la India y África como tierras de misión. El cuarto voto que tomamos es servicio a los más pobres de los pobres, a donde sea que nos envíen. Intentamos de llegar a todos lados”, explica la religiosa.

“Para mí la caridad es el amor de Dios, nosotros solos no tenemos nada. Es el amor de Dios en nosotros. Se traduce en dar la esperanza al que no la tiene, mostrar una sonrisa al que nunca recibe una. Haberla conocido a la Madre Teresa me inspiró a llegar a esa profundidad, entender de donde sacaba tata fuerza, energía y amor. Aún en su oscuridad, cuando no sentía a Dios o si el cielo existía, igual sonreía. Jesús actuó a través de ella. Me impresiona la caridad inmensa que salía de esa unidad con Cristo”, explica la hermana.

Cuenta que la Madre tuvo una vida muy dura. Ella dio amor y cuido a todas las personas que pudo, pero jamás volvió para cuidar a su madre y a su hermana en la actual Skopie, en la República de Macedonia. Como el comunismo controlaba la zona, nunca pudo entrar a su ciudad natal, solo su hermano logró escapar. Cuando terminó la Guerra Fría ellas ya habían muerto de hambre. La Madre viajó y gracias a una amiga supo dónde se encontraban los restos de cada una, y llevó los de su hermana juntó con los de su madre.

La hermana cuenta que la Madre decía que el día en que ella estuviese en el cielo, al lado de Dios, sería en el lugar donde más podría ayudar al mundo.

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