Mil y un relatos

Reivindicar la palabra ternura y el sutil mundo que abre

Lejos de ir por la vida conmovidos por todo (aunque no sería mala idea), darle un lugar a lo tierno y a la vulnerabilidad que ello abre es una manera de probar modos de conexión más segura en lugar de los cortocircuitos que a veces generamos en los automatismos diarios.

Diana Chiani
Diana Chiani sábado, 25 de septiembre de 2021 · 07:01 hs
Reivindicar la palabra ternura y el sutil mundo que abre
Un niño define por sí a la ternura.

Quienes me conocen tal vez piensen que algo raro me ha sucedido ya que es probable que no me relacionen directamente con la ternura. Más bien he aprendido a usar el humor, la seriedad y hasta la ironía como parte de mis relaciones. Y eso cuando todo va bien... Sin embargo, en algunos roles o momentos me permito conectar con lo tierno, la amorosidad, la delicadeza y me entrego a ese mundo sutil que abre este tipo de palabras hoy algo en desuso.

Es fácil ingresar en estos estados cuando vemos un bebé o un cachorro, escuchamos las cándidas salidas de un niño o descubrimos una pareja de ancianos que camina de la mano. Convengamos, no obstante, que estas postales no abundan –muchas veces- porque nuestros ojos andan tan en la de ellos que ni siquiera las captan cuando aparecen en el panorama.

En tiempos de incertidumbre, pases de factura, vacas flacas y ceños fruncidos, la palabra ternura aparece como un salvavidas en medio del océano ya que, según su origen, invita a la delicadeza y a la dulzura. No obstante, muchos hemos aprendido a relacionar estos vocablos con debilidad y hasta nos hemos burlado un poco de las personas “demasiado” amables.

Por eso, preferimos ir al choque, ponernos a la defensiva o hacernos los “piolas” (ya que estamos con las palabras en desuso) antes que bajar una barrera que no siempre sabemos para qué estaba alta. A veces es solo una costumbre y, otras, una respuesta al entorno en donde las interferencias provocan cortocircuitos que -en ocasiones- no entendemos ni cómo se generaron.

Por experiencia, sé que cuesta no saltar al enojo cuando alguien responde mal o porque suponemos que debería haber dicho algo distinto, expresa ideas con las que no concordamos –ni hablar cuando aparece la grieta- o se ofende por algo que hicimos o dijimos sin esa intención. ¿Cuántas veces reaccionamos a la premisa de que la mejor defensa es el ataque?

Muchas veces la ira nos domina.

La verdadera pregunta es qué logramos o adónde vamos desde ahí, además de consolarnos y autojustificar nuestra ira, desencanto o bronca. ¿De verdad vale la pena lastimar una relación que apreciamos porque de repente nos pusimos “chinchudos”?

Así, casi sin darnos cuenta, empezamos a revolear enojos y palabras como “fantoche”, “bazofia” o “podrido” sin darnos cuenta de que hay otras que también están a la mano y que, en la oposición, en lugar de dividir, sirven para conectar, unir, abrazar y reparar.

Cuando algo es tierno quiere decir que resulta “fácil de partir, cortar o resquebrajar”. Quizá ese sea uno de los motivos por los que rehuimos de algo que parece colocarnos a merced de aves rapaces o “refutadores de leyendas” (en palabras de Alejandro Dolina).

En la práctica creo que la cosa es tan difícil como sencilla: permitirnos conectar con la ternura, tener empatía con lo que le pasa al otro aunque pensemos diferente, darnos la posibilidad de respetar su humanidad y aceptar que ambos podemos equivocarnos es una brisa de aire fresco en el rostro.

Dicho así parece sencillo (y lo es), pero sé que no es fácil llevarlo a la práctica. Primero porque andamos “pasados de rosca” en automatismos de defensa y ataque que muchas veces no percibimos y, por este motivo, puede ser un gran esfuerzo de consciencia el detener esa maquinaria para ir hacia el lado contrario con cientos de conversaciones internas agolpadas en la garganta.

La “movida”, además, requiere darnos cuenta de nuestros juicios (creencias, prejuicios, opiniones) y ponerlos en pausa para poder escuchar de verdad al otro y buscar relacionarnos con más liviandad, sin tantos deberías y el foco en la vivencia, en el cara a cara, en lo que sucede entonces más que en lo que opinamos sobre eso que pasa.

Y es así cuando aparece la ternura, incluso con quienes creemos que eso puede ser imposible, porque acallamos la impostura y nos dejamos llevar por el encuentro.

No sé si se pueda ejercitar la ternura con todos los que cruzan nuestro camino (en especial si hay un bocinazo de por medio), pero no porque no valga la pena sino porque a veces nos cuesta dar el brazo a torcer, pedir perdón sinceramente, escuchar el sufrimiento ajeno y dejar de lado la infinidad de mandatos para propios y ajenos.

No obstante, cuando eso sucede, cuando nos permitimos la vulnerabilidad y conectamos con la ternura desde nuestra autenticidad, se abre una magia que vale la pena salir a buscar.

Por Diana Chiani. Comunicadora, editora y Coach Ontológico Profesional  (@milyunrelatos, www.milyunrelatos.com)

 

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