Neurociencias

Pérdidas psicológicas, sociales y afectivas asociadas al envejecimiento

En el transcurso del proceso de envejecimiento acontecen una serie de cambios que inciden en los aspectos biológicos y psicológicos de la persona, pero también se producen transformaciones en el rol social que hasta ahora venía desempeñando.

Milagros Ferreyra y Martín Gabriel Jozami Nassif domingo, 19 de septiembre de 2021 · 06:57 hs
Pérdidas psicológicas, sociales y afectivas asociadas al envejecimiento
Foto: Pexels

Los cambios psicológicos hacen referencia al conjunto de actitudes y comportamientos frente al entorno, los cuales están vinculados a las experiencias a lo largo de la vida y a las circunstancias en que se encuentran las personas en edad avanzada. 

La vejez es un período caracterizado por múltiples pérdidas físicas, mentales, económicas, afectivas y de los roles sociales. El deterioro físico y mental que acompaña al envejecimiento impacta negativamente en la calidad de vida así como en la capacidad de autonomía e independencia del adulto mayor. 

Al llegar a la vejez, la principal tarea del individuo es la de comprender y aceptar la trayectoria vital realizada y recurrir a sus experiencias y aprendizajes para afrontar los cambios personales y las pérdidas, debiendo adaptarse a la disminución de la salud, la fuerza física y la movilidad, a la jubilación o retiro del trabajo, a la muerte de los seres queridos y a la realidad de la propia muerte. Esta tarea se ve obstaculizada debido a que, a medida que la persona envejece, se reduce la capacidad de adaptación, quedando sin los recursos que permiten realizar este proceso, siendo difícil adquirir hábitos nuevos y acomodarse a las nuevas circunstancias. De esta manera, puede parecer una persona rígida, irritable, cerrada, que siente que la sociedad no valora su experiencia ni reconoce lo que aún tiene para ofrecer. 

El declive de las actividades sociales durante la vejez no surge de forma repentina, sino que se va reduciendo paulatinamente con el paso del tiempo. Al llegar a la vejez, la red social a la que pertenece el individuo se transforma. Sin embargo, la disminución de las interacciones y vínculos sociales no equivale a una reducción del apoyo social percibido. Por el contrario, al descender la frecuencia de relaciones sociales, éstas se vuelven más gratificantes, reforzando su valor y su mantenimiento, de manera que la calidad de las interacciones pasa a ser más importante que la cantidad.

Los lazos familiares, con la pareja y los hijos, constituyen uno de los principales vínculos sociales que se mantienen en esta etapa de la vida, no sin sufrir algunas modificaciones. A partir de los cambios sociales producidos con la posmodernidad, el aumento en la esperanza de vida y la creciente participación de la mujer en el mercado de trabajo, por ende, fuera del ámbito familiar, se dificulta el cuidado de las personas mayores en el hogar y surgen conflictos intergeneracionales, provocando en las personas mayores sentimientos de soledad y abandono.

En un primer momento la figura del abuelo es vista como una persona independiente y de referencia que ayuda en la crianza y cuidado de los nietos. A medida que aparecen los problemas de salud, se invierten los roles, convirtiéndose en dependiente de los demás miembros de la familia, quienes comienzan a plantear la posibilidad del ingreso a una residencia o de la búsqueda de un cuidador formal. En algunos casos, las personas mayores viven solas, debido a que los hijos abandonan el hogar para formar su propio grupo familiar, mientras que en los casos en que conviven con la familia de los hijos, pueden aparecer sentimientos de inutilidad o discriminación.

 La relación de la pareja también debe reinventarse y combatir los propios prejuicios en torno a la sexualidad, la cual persigue los mismos objetivos que en edades anteriores, obtener y proporcionar amor y placer, en un contexto de dignidad, aceptación y seguridad. 

Si bien a lo largo del envejecimiento algunos vínculos sociales significativos desaparecen, como con los compañeros de trabajo, amigos o vecinos, sea por el fallecimiento de éstos o por las dificultades para sostener la relación debido a las limitaciones en la movilidad o a la pérdida de capacidades sensoriales, también pueden surgir nuevos grupos sociales dependiendo de las actividades que decida realizar la persona en esta etapa de su vida, como participar en talleres, grupos sociales o recreativos.

No obstante, la pérdida de las interacciones sociales implica necesariamente cambios en los roles que la persona venía desempeñando, acompañado de una sensación de pérdida de los recuerdos y de la propia identidad. De esta manera, a medida que desaparecen los vínculos significativos, también se diluyen los anclajes de la historia personal, la motivación para establecer nuevas interacciones, la autoestima y la independencia, lo que lleva al aislamiento y la soledad.

Las pérdidas afectivas que se producen en esta etapa de la vida, vinculada con la muerte del cónyuge y de los amigos, se acompañan de gran tensión emocional, sentimientos de tristeza y soledad ante la ausencia de las personas que proporcionaban seguridad y ante la sensación de no pertenencia a un grupo en el que pueda compartir sus intereses y preocupaciones.

El rol social hace referencia al conjunto de comportamientos, funciones, normas, derechos y obligaciones definidos socialmente que se espera que una persona cumpla de acuerdo a su estatus social. Estos roles van cambiando a lo largo del tiempo hasta que, al llegar a la vejez, la sociedad obliga a la persona a abandonar algunas de las funciones que ha desempeñado gran parte de su vida. 

La jubilación muchas veces llega sin una adecuada preparación previa.  Muchos adultos llegan a la edad de la jubilación pero aún se sienten aptos para realizar sus trabajos, son personas activas, que se encuentran lúcidas, llenas de proyectos e iniciativas. Sin embargo, la sociedad impone mediante el retiro que es el momento de dejar su lugar a gente nueva y más joven. Este acontecimiento no solo tiene como consecuencia la disminución en los recursos económicos, sino también la pérdida de un importante rol social, al pasar de un estado de actividad a otro de pasividad o improductividad, lo que desencadena sentimientos de inutilidad, inestabilidad y la aparición de trastornos del estado de ánimo, como ansiedad y depresión. 

En este contexto, cabe resaltar la importancia de desarrollar programas de intervención centrados en fomentar la participación social de los adultos mayores, mediante la realización de actividades recreativas y grupales en las que se destaque su importante contribución para la sociedad, promoviendo de esta manera un mayor sentimiento de pertenencia y autoeficacia.

 

*Milagros Ferreyra y Martín Gabriel Jozami Nassif son miembros del equipo de Terapia Neurocognitiva

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