Apuntes de siembra

¿¡No podemos más!? Crónica de un burnout parental

Si tuviéramos que elegir un trending topic entre lo compartido en estos tiempos por los padres y madres de familia, creemos que la frase “¡No doy más!” o "¡No podemos más!" podría perfectamente encabezar el ranking. ¿Qué hacer ante este síndrome de burn out o agotamiento parental?

Lic Magdalena Clariá y Mercedes Gontán domingo, 1 de agosto de 2021 · 10:42 hs
¿¡No podemos más!? Crónica de un burnout parental

No alcanzan los signos de puntuación ni resaltados, para darle la completa entonación que refleja algo de cansancio, desesperanza, enojo, frustración, tristeza…. Los padres, ¿¡no podemos más!? Este burnout o agotamiento parental, aparece tanto en la cuestión logística más ínfima y cotidiana, como en la profundidad de nuestras emociones y vínculos. Las contrariedades diarias, y las adversidades que tenemos que enfrentar, nos parecen demasiado para nuestras fuerzas. Algo así como si tuviéramos el Everest adelante y alguien simplemente nos dijera: “Dale, subí”.

Marcela todos los días se levanta con el firme propósito de estar de buen humor en su casa. Sus hijos le hicieron notar que últimamente sólo escuchan sus quejas, hasta su hija más chica de 5 años le dijo el otro día: “Mamá no me acuerdo como era tu cara cuando sonreías”. Carlos, en cambio, ni fuerzas tiene para quejarse, todos los días se acuesta pensando en cómo puede ser que, aún sin perder tiempo en viajar a la oficina, no le alcanzan las horas del día para terminar los pendientes, y en la madrugada también insomne siguen resonándole esos pensamientos.

Lo cierto es que al mismo tiempo que crece el enojo constante de Marcela, y el agotamiento supremo de Carlos, se incrementan las obligaciones cotidianas de la casa, los chicos, el trabajo, con el agravante que una semana no es igual a la otra. Turnos escolares rotativos, semi presencialidad, burbujas pinchadas, actividades recreativas suspendidas, reuniones laborales eternas, etc.

Este burnout o agotamiento parental, aparece tanto en la cuestión logística más ínfima y cotidiana, como en la profundidad de nuestras emociones y vínculos.

Sumado a este rompecabezas en el que las piezas parecen no encajar, aparecen los estados de ánimo de los chicos. El adolescente que reclama más salidas con amigos, y despotrica por perderse los rituales del último año de la secundaria. Los de primaria que lloran porque tienen miedo a las pruebas, claro que después de un año sin evaluaciones es más que esperable, pero a Marcela le dan más ganas de llorar con ellos que de armarles ejercicios para repasar los verbos o la construcción de triángulos. Y la benjamina de la familia, que transita su último año de jardín de infantes sin rondas de la mano ni actos vestida de paisana.

Los viernes los invade la sensación de satisfacción de haber “sobrevivido” a una semana más, pero al mismo tiempo, los agobia pensar que sólo tendrán dos días para reponerse, antes de que empiece la nueva función el lunes. ¡Qué importante poder registrar estas situaciones de stress! A lo mejor no son de gravedad, pero que sí tienen su impacto en esta familia, como en muchas otras.

Esta sensación de incertidumbre constante que vivimos por no poder planificar ni siquiera lo que vamos a hacer mañana. Las rutinas que solían ser nuestro sostén, tienen tantos cambios que más que ayudarnos nos marean.

Qué podemos hacer ante el burnout parental

¿Los padres no podemos más?, nos preguntábamos al principio. Claro que podemos, pero antes, debemos conectarnos con lo que nos pasa. ¿Qué podemos hacer? Desde ya que no hay recetas, pero algunas de estas ideas pueden sumar:

Tomar conciencia de nuestro cansancio y agotamiento

Buscar pequeños momentos de silencio, reflexión, meditación a lo largo del día puede ayudarnos para esto. Una vez identificados, animarnos a compartir con los demás nuestras necesidades, y poner en agenda aquellas cosas que nos hacen sentir bien (no tienen que ser grandes cosas: tomar un baño más largo, una siesta de media hora, un café con un amigo, un rato de silencio en el balcón, salir a caminar, escuchar música que me haga sentir bien, deporte, series y chocolate, etc)

Podemos enfrentar el burnout con una pequeña charla, un abrazo, un beso, un gesto de cariño o una simple actividad compartida, prestando atención de manera consciente a la experiencia del momento.

Explorar las posibilidades de rediseño

Es fundamental evaluar y ordenar horarios y rutinas para que todos tengamos nuestros espacios. Animarnos a revisar el rompecabezas, involucrando a todos los miembros de la familia. La familia es un verdadero equipo, y todos somos jugadores claves en este partido. Podemos pensar que el esquema es “inamovible”, pero varias cabezas piensan mejor que una sola.

Chequear hacia donde estamos yendo y animarnos a recalcular

A pesar de la incertidumbre, podemos seguir proyectando en y para nuestra familia. A veces, la necesidad de seguir cumpliendo con nuestras funciones básicas, hace que sigamos en este piloto automático.

Para la familia tener proyectos es un combustible indispensable. Empecemos por buscar metas a corto plazo: pequeños cambios en la casa, escapadas, visitas a familiares, sueños o proyectos individuales de los miembros, poner en común los valores y creencias de la familia, pueden ser algunos puntos de partida.

Disfrutar de nuestros vínculos

Este agotamiento extremo, si no logramos frenarlo, nos lleva indefectiblemente a un distanciamiento emocional, no logramos un verdadero encuentro con nuestra familia. ¿Cómo podemos hacerlo? Con una pequeña charla, un abrazo, un beso, un gesto de cariño o una simple actividad compartida, prestando atención de manera consciente a la experiencia del momento. Dejar de lado cualquier tipo de dispositivo electrónico o pantalla por ese rato compartido puede ayudar mucho.

Cuando nos escuchamos gritando, rezongando, quejándonos, inmediatamente nos invade una tensión entre lo que nos gustaría ser/hacer/decir y lo que somos/hacemos/decimos. Está en nuestras manos no quedarnos en esta frustración, y tomar pequeñas decisiones que día a día nos hagan sentir mejor.

Por último, a los adultos a veces nos cuesta sincerar nuestras dificultades y debilidades delante de nuestros hijos. Muchas veces sin quererlo, nos esforzamos por ser una especie de superhéroes o todopoderosos. Esta presión no contribuye al bienestar familiar, sino más bien, genera más tensión y stress. Si cuidamos preservar a los más pequeños, y adecuamos el relato a su edad, podemos perfectamente compartirles nuestro cansancio, pero no como una queja constante, sino como oportunidad de salir de nuestra zona de confort. Sabemos que van a aparecer piedras en el camino, que a lo mejor nos hacen tropezar, y que vamos a tener que levantarnos una y otra vez.

Sabemos que seguramente nos vamos a volver a caer, pero confiamos en que nuestra familia estará ahí para tendernos la mano y ayudarnos a levantarnos. Sí, podemos, claro que podemos.

 

*Magdalena Clariá es Licenciada en Psicología y Mercedes Gontán Abogada, Mediadora y Orientadora Familiar.

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