Molina Campos: del más querido de nuestros pintores
Se cumplen, en el agosto que comienza, los 130 años del nacimiento del entrañable retratista de nuestros paisanos. En su vida y obra el rol de una mendocina fue fundamental.
Florencio Molina Campos, hoy es unánimemente reconocido. Sin embargo, en vida, pese a que su popularidad se ampliaba gracias al inmenso suceso que tuvieron los almanaques que Alpargatas editó durante 12 años (de 1931 a 1936 y luego a partir de 1940) la crítica y los "entendidos"; le daban la espalda.
Como en su momento le sucedió a José Hernández con su Martín Fierro, su temática fue despreciada con el mote de costumbrista, como resabio de la barbarie. Su humor fue malinterpretado. Durante mucho tiempo fue un mero ilustrador, al margen de los ámbitos de la "verdadera pintura".
Nació en Buenos Aires el 21 de agosto de 1891, en el seno de una familia tradicional, formada por nueve hermanos y no tantos
recursos. Estudió en los colegios Lasalle, El Salvador y Nacional Buenos Aires y sus vacaciones trascurrían en la estancia materna
de “Los Ángeles”, en el partido del Tuyú, (hoy Gral. Madariaga). Allí aprendió a querer y a conocer profundamente a los hombres de campo y a enamorarse de los paisajes pampeanos que infinitas veces llevará a sus obras.
En 1905, la familia arrienda “La Matilde”, en Chajarí, Entre Ríos, que Florencio frecuenta hasta la muerte de su padre acaecida dos años después. A principios de la década del veinte, se casa con Hortensia Palacios Avellaneda. En 1921 nace su única hija Hortensia Molina “Pelusa”; pero su matrimonio llega a su término en 1924. Pelusa, a su tiempo será madre de Gonzalo Giménez Molina, único nieto de nuestro artista.
En 1926 realiza su primera exposición en la Sociedad Rural de Palermo con gran éxito. El presidente de la nación el doctor Marcelo T. de Alvear visita la misma y lo nombra profesor de dibujo del Colegio Nacional de Avellaneda, donde por 18 años dictó clases.
Córdova Iturburu aseveró que sus estampas, suscitaron un singular interés entre el público: "Aquello era algo nuevo, inusitado. Lo inesperado era que el artista veía al gaucho como el gaucho se veía a sí mismo... los mira con los ojos con que se miran ellos y los
considera con su mismo espíritu entre burlón y afectuoso. Su risa es bondadosa. Es risa de comprensión y cariño".
En 1931 aparece el primer almanaque de “Alpargatas” que recibe una inmediata y masiva aceptación en los ámbitos rurales. A partir de entonces Molina Campos pinta los originales (144 en total) de lo que se constituyó en la primera pinacoteca popular argentina. Cerca de 18 millones de láminas fueron editadas, coleccionadas y a menudo enmarcadas en ranchos, pulperías y almacenes de nuestra campaña.
En la década del cuarenta, con una beca de la Comisión Nacional de Cultura, Florencio ya casado con la mendocina María Elvira Ponce Aguirre, viaja a los Estados Unidos. Allá firma un convenio con una fábrica d e implementos agrícolas de Minneapolis para hacer los originales de sus almanaques y Walter Disney lo contrata como asesor para la producción de dos películas.
Por aquel entonces ilustra el "Fausto"; de Estanislao del Campo. En los cincuenta repite sus viajes a los Estados Unidos. Visita
Alemania, y expone regularmente en Buenos Aires, primero en Witcomb y luego en Galeria Argentina. En 1959 a poco de cerrar una exitosísima muestra en esta última, fallece en el Instituto del Diagnóstico de Buenos Aires.
Hoy, a 130 años de su nacimiento, Florencio Molina Campos es unánimemente reconocido. A los valores artísticos de sus obras se suman el humor y la originalidad de su lenguaje. Sus pinturas son un testimonio iconográfico invalorable de nuestra tradición campera (que lamentablemente poco a poco va desapareciendo).
El mercado lo ha empezado a justipreciar. Sus obras disputadas por coleccionistas de distintos continentes.
El Museo Las Lilas de San Antonio de Areco, en la Provincia de Buenos Aires, presenta buena parte de los originales de los
almanaques de Alpargatas y el site oficial contiene a su vez un vasto catálogo fácilmente abordable por todos.
Sumamos nosotros también en este aniversario del natalicio del entrañable Florencio nuestro recuerdo a uno de los grandes pilares del arte de los argentinos y seguramente el más querido de todos.
La mendocina enamorada de Florencio Molina Campos
Fue en Mar del Plata, dónde Elvirita, una mendocina de larga alcurnia, conoció a Florencio. Corría el año 1927 y tras una exitosa primera muestra en la Exposición Rural de Palermo, el artista, que por entonces se presentaba como “caricaturista” fue invitado por la galería Witcomb a exponer en su espacio en la antigua Rambla de la playa Bristol.
Elvirita, de 24 años, veraneaba con unas amigas. Curioseando entraron a la galería mientras Florencio Molina Campos disponía la colgada de las 34 obras que había llevado. Cambiaron elogios y quedaron en reencontrarse en la inauguración de la exposición al día siguiente.
Según contaba Elvirita, Florencio le presentó entonces a Marcelo T. de Alvear que también había sido invitado junto con su esposa Regina Pacini. De la charla resultó que el Presidente de la Nación había estudiado abogacía con el Dr. César Ponce, su padre. Solía recordar también que una de sus bisabuelas, alumna de las maestras que trajo Sarmiento de Estados Unidos había bordado la Bandera que San Marín portó en el cruce de los Andes.
Siempre sonriente, de maneras sencillas y afables fue Elvirita una enamorada continua de Don Florencio y su obra. A su muerte le dedicó un poema que trascribimos:
“YO SERÉ LA GUARDIANA”
Yo seré la guardiana
de tu pampa y de tus cielos.
De tus humildes ranchos
Bañados por la lluvia, por la luna o por el sol.
Regarán de lágrimas
Tus montes de espinillos,
y muy, muy dentro del mio,
tendré tu corazón.
……
Yo seré la guardiana
de esa riqueza inmensa
que cuidaré mientras viva,
con razón i sub razón.
Y en un abrazo tierno
de infinita dulzura,
Estrecharé por siempre
tu pampa hecha canción.
Fallecida Elvirita, la Fundación Molina Campos que ella inspirara, el único nieto del artista y el Museo de Areco tutelan la obra de Don Florencio.