Opinión

Adiós, Horacio, gracias por tanto

Alejandro Giuffrida, rector de la Universidad Champagnat, recuerda a Horacio González.

Alejandro Giuffrida miércoles, 23 de junio de 2021 · 18:39 hs
Adiós, Horacio, gracias por tanto
Horacio González falleció el martes. Foto: Telam

Por Alejandro Giuffrida*

El fallecimiento de Horacio González, eclipsado en su inmediatez por el recuerdo épico del gol de Maradona, empieza a decantar en la aridez intelectual argentina con las horas. Los obituarios en su memoria se llenaron de anécdotas personales, de fotos compartidas, de mesas y paneles en los que Horacio participó con tantos otros. La tentación de saludarlo con una anécdota personal siempre es grande, porque también engrandece a quien emite ese mensaje. Pero, en el fondo, las redes terminaron de testimoniar la enorme generosidad de este intelectual argentino, que se sumaba en los debates a los que se lo convocaba, con la humildad de los grandes.

Decirle intelectual es incomodarlo. Nunca renegó de ese término, pero siempre le interesó complejizarlo. No quiso, como Galeano, esconder su pasión por el pensamiento y la reflexión, pero tampoco se sentía cómodo en la comodidad que suele prefigurar el intelectualismo: fue un inquieto, un luchador, un rebelde, pero a su vez un lector intrépido de Borges, un amante de la revolución francesa y un apasionado por el peronismo.

Su capacidad de analizar lo que Braudel denominaba la larga duración le permitía consolidar síntesis interpretativas que dejaban en ridículo las discusiones de corto plazo a las que nos tiene acostumbrados Argentina. Cuando se lo chicaneaba con alguno de esos escándalos que duran dos o tres días en portada, él solía responder apelando a Sarmiento o a Martínez Estrada: era su forma generosa de no dejar tan mal parado al interlocutor, pero a su vez seguir contribuyendo a un intento de pensamiento nacional.

Fue un pensador del siglo veinte al que le tocó vivir veinte años en otro siglo. Se formó con una mirada amplia, con una biblioteca de lo más variada, con una escuela de militancia que leía el diario La Nación para entender la estrategia de la oligarquía. Las fronteras de las disciplinas nunca le interesaron: podía escribir sobre Walsh, Yrigoyen y Ramos Mejía en un mismo ensayo sin tener que dar explicaciones o marcos teóricos que justificaran el cruce de paralelas. Batalló contra el sistema de hiperespecialización de la academia, porque en el fondo sabía que no hay posibilidad de comprender la realidad parado en un único casillero del tablero de ajedrez.

Para quienes lo hemos leído y escuchado, nos queda el enorme vacío que deja la partida de una persona de buen corazón. Pero ese sentimiento de tristeza se irá lentamente desintegrando en el legado disperso a lo largo de sus numerosos libros, ensayos, artículos periodísticos y conferencias. Al igual que con Groussac o Borges, el tiempo reconocerá su profundidad y prolificidad intelectual, así como también su paso por la Biblioteca Nacional.

La partida de Horacio González nos deja a todos los que nos interesa el pensamiento y la reflexión parados en el medio de la vida; mirándonos, en nuestras pequeñeces, sin comprender del todo, cómo una persona pudo combinar tan bien la dignidad, la coherencia histórica, la pasión intelectual y la bondad.

Adiós Horacio, gracias por tanto.

*El autor es el rector de la Universidad Champagnat

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