Convivencia social

¿Somos discriminadores?: El hondo drama del estigma social

Indisciplinados, sucios, anárquicos, inseguros, el otro es definido por una serie de atributos negativos ¿Afecta la discriminación social la forma de interpretar los hechos y de comportarse? ¿Qué ocurre con las emociones? Te lo contamos.

Cecilia Ortiz viernes, 11 de junio de 2021 · 07:11 hs
¿Somos discriminadores?: El hondo drama del estigma social
Foto: antrophistoria.

Imagine por un momento que algún atributo relacionado con usted, su nacionalidad, orientación política, preferencia sexual, convicción religiosa o un rasgo corporal, gusto musical o cualquier otra característica personal, apareciera con regularidad en los medios de comunicación gráficos y televisivos de alcance nacional asociados a conceptos tales como inseguridad, delincuencia, amenaza, usurpación, suciedad y otros calificativos de similar talante, al punto tal que alcanzaría con detentar tal atributo para ser sospechoso de una conducta delictiva. 

Stigmata proviene del griego y significa picadura o marca hecha. En la antigua Grecia se realizaban cortes o quemaduras en el cuerpo de quienes cometían un acto moralmente incorrecto, de este modo advertían al resto de la población que quien llevaba una marca (o estigma) era una persona corrupta, deshonesta, alguien a quien debía evitarse: esclavos, criminales, traidores, mujeres de la calle. Por el sólo hecho de estar marcados podían recibir toda clase de malostratos: insultos, empujones, golpes, etc. 

El sociólogo Erving Goffman tomó el concepto para habar de “estigma social”, como modo de referirse a aquellos atributos desacreditadores que marcan a quienes los poseen y los vuelven diferentes a los demás. Así, como miembros de una cultura determinada, aprendemos a estigmatizar y victimizar al diferente, a quien se aleja de lo que hemos aprendido “es lo normal” (como si la normalidad existiera), entonces, históricamente los locos, las prostitutas, los pobres, los homosexuales, los deficientes mentales, los negros, los brutos, los viejos, sobrellevan los estigmas, quizás no a modo de heridas en la piel, pero como sentencias limitantes que auspician que, salvo algunas excepciones, no podrán correrse del lugar de víctimas que les asigna la sociedad.

Nuestro cerebro necesita reaccionar rápido algunas veces, y, para hacerlo, no puede detenerse a razonar. Necesita “paquetes de información”  que le permitan accionar para adaptarse. Esta información se conoce como atajos mentales, heurísticos o sesgos cognitivos, que nos posibilitan hacer deducciones en milésimas de segundos. Así, nuestro cerebro elige de manera económica, fácil y rápida la conducta a implementar.

Los heurísticos nos ayudan a ordenar, a partir de algunas señales, nuestra experiencia y a resolver qué tipo de relación podemos establecer con los otros. 

Los sesgos tienen una alta impronta cultura, luego, por supuesto, está el peso de las experiencias que vamos recogiendo a lo largo de nuestra vida. Pero, fundamentalmente, la cultura, vía educación, nos “enseña” a separar bueno/malo, lindo/feo, peligroso/inocuo, raro/familiar. Así vamos formando categorías (que como todo sesgo son dogmáticas y autoconfirmantes) que le posibilitan a nuestro cerebro acercarse a lo apetitivo y alejarse de lo aversivo.

“Portate bien o te lleva el hombre de la bolsa”, “tené cuidado, es bipolar”, “aléjate de esa (e) porque tiene problemitas mentales”, “es pobre porque es vago (a)”, “esa…seguro es prosti”, “los viejos no deberían manejar”, y cuántas otras frases suenan detrás de la melodía armónica que propone el discurso social.

Aprendemos pautas culturales que conforman categorías, entonces, agrupamos a las personas de acuerdo a si son peligrosas o no y qué podemos esperar de ellas. Estas “etiquetas” en un sentido nos ayudan a sobrevivir. En otro, conducen a prejuicios y a discriminación. Adscribimos significados simbólicos a determinados estereotipos sociales y, así, los victimizamos.

En el 2001, los epidemiólogos Bruce Link y Jo Phelan ayudaron a dilucidar el asunto del estigma social, apuntando que victimizamos cuando:

Etiquetamos

Estereotipamos

Desacreditamos

Separamos

Discriminamos

a quienes presentan características consideradas indeseables dentro de una sociedad, y en un marco de relación asimétrica o de poder.

¿Qué genera la estigmatización social? 

La victimización, bajo la forma de discriminación, genera dificultad para conseguir empleo, deserción escolar, exclusión social, lo que acarrea como consecuencia el surgimiento de emociones como vergüenza, culpa, ansiedad, tristeza y desesperanza aprendida (nada de lo que yo haga va a generar un cambio).

La victimización social coloca al individuo en una situación de profunda vulnerabilidad, lo que daña su autoestima, su autoconcepto y su confianza en sí mismo como agente de cambio.

Las consecuencias de este fenómeno también pueden transmitirse de generación en generación, a través de lo que conocemos como herencia transgeneracional: si los abuelos y los padres sufrieron victimización social, lo más probable es que proyecten en sus hijos sus experiencias, a modo de enseñanzas que busquen proteger de la frustración: “la universidad no es para los pobres”, “para qué vas a estudiar, trabajá”, “cuando seas viejo, vas a ver cómo se siente que no te tengan paciencia”, etc, etc, etc.

Muchos de estos aprendizajes pueden desembocar en conductas de sumisión, que recursivamente, conducen a perpetuar las relaciones de poder basadas en la discriminación y a naturalizar un discurso segregacionista y clasista.

A nivel escolar, el famoso “efecto Pigmalión” no se hace esperar: los sesgos que forjamos acerca de alguien influirán en las creencias de logros y expectativas  que forjemos de él. “Las expectativas y previsiones de los profesores sobre la forma en que se conducirán los alumnos determinan las conductas que esperan” (Rosenthal y Jacobson). Siempre ronda por mi cabeza la idea acerca de cuántos niños pierden la posibilidad de estudiar porque las circunstancias para hacerlo no los favorecen.

La victimización social ataca nuestra necesidad más básica: el sentido de pertenencia. La exclusión puede promover conductas defensivas a modo de violencia. 

¿Cómo nos corremos de conductas victimizantes? 

Creo que el factor fundamental es la educación. Es el único medio que nos permitirá corregir paradigmas estigmatizantes, evitar la creación de nuevas víctimas sociales, prevenir la revictimización y reparar el daño psíquico. 

 “Yo soy yo y tú eres tú. Yo no estoy en este mundo para cumplir con tus expectativas. Tu no estás en este mundo  para cumplir con las mías”, escribió una vez Fritz Perls. Esta frase sintetiza el concepto de que la convivencia con los otros pasa por la aceptación, sobre todo, de las diferencias

Será necesario un re-aprendizaje que conduzca a desvincular prototipos de significados categóricos cargados de irracionalidad y prejuicios. 

Y el pilar de ese reaprendizaje deberá ser, sin dudas, la compasión, en tanto promueve la experiencia de humanidad compartida. 

Lic. Cecilia C. Ortiz / Neuropsicóloga / Mgster. en Neurociencias / licceciortizm@gmail.com  

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