Historias

Desazón y tristeza: una postal dramática de la pandemia

La pandemia y la cuarentena generaron marginación extrema. Más personas debieron recurrir a pedir ayuda. Y hay reacciones que generan dolor.

MDZ Sociedad
MDZ Sociedad sábado, 4 de julio de 2020 · 11:49 hs
Desazón y tristeza: una postal dramática de la pandemia

La pandemia de coronavirus que generó un largo confinamiento en Mendoza, en primera instancia total y luego afortunadamente con distanciamiento social, provocó muchas consecuencias e inconvenientes y entre ellos, varios dramáticos.

A la débil situación económica que imperaba, el virus agregó una profundización de problemas en el trabajo de empresas, empleados  y cuentapropistas. Cientos de personas vieron disminuidos sus ingresos y para muchas de ellas la subsistencia diaria se convirtió en martirio.

La consecuencia inmediata fue el aumento exponencial de personas que en las zonas residenciales del Gran Mendoza tocan timbres y golpean puertas y portones pidiendo ayuda. Es la cara más dura y dolorosa del virus demoledor.

La historia que nos ocupa, una foto dramática de la realidad, entristece y sume en reflexión profunda. En otra instancia, el reproche, la ira o enojo hubieran aflorado probablemente. No sucedió en esta ocasión.

El timbre insistente en la fría tarde del jueves pasado, en un hogar de la Quinta Sección, fue el prólogo de un pedido angustiante. “Señora, estoy en estado de calle y con mucho hambre y necesidades varias”, expresó una voz trémula pero demandante. Era un pedido más de los cuatro o cinco diarios que en los últimos días se repiten en la zona. Sólo que en este caso, el tono y nivel de angustia impactaban por demás.

La rutina de colaborar con habitualidad para amenguar de alguna manera las desventuras, en este caso impactó sobremanera en la dueña de casa. Una media torta que había sobrado de un cumpleaños familiar fue acondicionada para su entrega y pensando en algo salado, una prepizza se adicionó a la colaboración. El hombre de alrededor de 45 años recibió lo solicitado y con premura y de manera distante agradeciendo con un leve movimiento de cabeza, se alejó rápido.

Al cerrar la puerta, la dueña de casa sintió un ruido seco, como si algo hubiera impactado sobre la vereda detrás de la puerta cerrada. Pasados unos segundos, con intriga abrió nuevamente la puerta. A unos veinte metros con el hombre caminando, pudo ver que iba comiendo la torta. La prepizza yacía estampada en la acequia frente a la casa, tal cual había sido entregada. Desechada como si fuera basura.

La reacción fue de frustración, desesperanza y dolor. No hubo enojo, reproche ni ira, sólo una sensación de molestia interior e incomprensión.

El daño que ha provocado la persistente crisis en el país es conocido y nos acompaña pesadamente hace demasiado tiempo. El desprendimiento “ruidoso” e inentendible de un alimento es otro indicador de la profundidad a la que nos va llevando la combinación de desventura personal y económica permanente, agravada por la pandemia.

Lo desechado abruptamente lo podría haber entregado el hombre a otra persona en su misma situación. No estuvo en su evaluación inmediata. Postal cruda y real de una porción de la vida humana actual.

 

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