Relato erótico

¡Sorprendió a todos! Este es el relato íntimo sobre un jugador de rugby

Un relato audaz sobre las penas y glorias de un jugador que esconde bajo su imagen un secreto que jamás compartirá con nadie. Una mirada sobre la sociedad que seguimos siendo sin intenciones visibles de cambiar.

Viviana Muñoz viernes, 29 de mayo de 2020 · 18:27 hs
¡Sorprendió a todos! Este es el relato íntimo sobre un jugador de rugby
Foto: ALF PONCE / MDZ

Arturo Daniel Fraddo (63). Compra y venta de divisas. Representante de productos de limpieza. Corredor inmobiliario si se presenta la ocasión. En conclusión: emprendedor veterano de cualquier curro que le cubra los fijos y le permita reservar unos mangos para ir a Reñaca en enero.

Héroe del rugby local. "Tucho" para los amigos y para los epígrafes de las tantas fotos que se habían publicado de él en las secciones de deportes.

Tenía las heridas de guerra de un jugador dedicado. Las orejas raras, el ceño hinchado, los dientes arreglados de a poco por odontólogos amigos, sin meniscos en rodilla derecha y hernia de disco eterna, de ésas que nadie quiere operarse.

La verdad, se mantenía en un estado envidiable. Conservaba los dorsales de los 30, los abdominales de los 40 y la cola paradita de una mina de 25 (tantos años entrenamiento y lesiones lo habían premiado con estos privilegios).

Era un galán. De esos que están exageradamente alerta a la conquista. Un depredador femenino sin importar estado civil de la presa salvo, claro, que fuera la mujer de un amigo (primer mandamiento masculino).

Era un seductor nato. De esos que se adelantan al profesor del gimnasio y te cargan la máquina de cuádriceps. De los que te desnudan con la mirada en un evento de bodega. De los que tienen la valentía y la ignorancia machista suficiente para acercarse a una mesa de mujeres y decirles: “No sé con cual de todas quedarme”.

El "Tucho". Personaje total. Bronceado todo el año, camisa 3 botones desprendida, cadena eslabón semi grueso y cruz de plata clavada en el medio de los pectorales.

Había salido con cuanta rubia butiquera encontró disponible y no tan disponible. Aún con dos o tres en forma simultánea.

Tan aplaudido por la conquista había sido, que el amor y la familia se le habían escurrido entre los años, dándose cuenta ahora, justo en esa edad en que la vida te muestra que hay ruta todavía pero ya se puede divisar el ripio que anuncia el fin de la autopista.

Ídolo en decadencia. Personaje del club. Ex banana. Ex vice presidente de la comisión. Infaltable a los viajes y organizador auto designado de todo 3er tiempo. Alojador indiscutido y gran contador de historias de piñas, minas y tackles.

Tucho querido. Histórico consejero sexual de los más pibes, a los que, luego de cada charla, les regalaba una cajita de forros con un buen apretón en la nuca diciéndoles “cuidate pendejo”.

El rugby casi profesional le había dejado la sabiduría de que en sus tiempos sí era un deporte de caballeros, de sacrificio y orgullos, más una malaria económica ya crónica a la que le escapaba gracias a la ley oficial de ese deporte que prima siempre darle una mano a un amigo del club.

Entró su Palio Azul Cosmos al garage del edificio. El caño de desagüe seguía perdiendo... Como presidente del consorcio iba a tener que ocuparse. No era una buena zona, puede ser, pero quedaba cerca del club (detalle fundamental para un jugador comprometido).

Subió las dos escaleras del complejo y se topó con su vecina casi tapada por un fuentón de ropa mojada. “Por las piernas divinas supe que eras vos Victoria”. “Ja, ja. Siempre mirón vos Tucho”.

Entró a su departamento. Su gato le dio la bienvenida entre la ropa tendida en el living comedor. Destinaría la noche de este sábado para planchar un poco. Tiró los mocasines Crocs desflecados al costado de la mesa ratona y se tiró en el sillón frente al 53 pulgadas que repetía el partido de los All Blacks vs Francia.

Se quedó dormitando un poco entre try y try. Pasadas las 11 se despertó y en la cocina con los platos sucios del día anterior y se preparó un Fernet (livianito).

Se miró en el espejo del pasillo. Estaba en forma. Se subió la remera y giró la cadera varias veces para evaluar si los flotadores seguían sin aparecer. Se aprobó narcisista sonriendo conforme. Se tocó los abdominales mientras esos giros se convertían en imperceptibles meneos. Se subió la remera e hizo un nudo en el medio, emulando un top caribeño.

El meneo seguía mientras sus manos recogían sus shorts en cada lado hasta que logró enrollarlos lo suficiente para dejar su ingle visible. Deslizó sus dedos mochos por la piel sensible y blancuzca de su pelvis. Se puso de espaldas para ver si su cola lampiña se realzaba con el efecto de la tela arremangada. Deslizó los dedos por dentro del slip y de un tirón juntó todo el resto de tela entre su cola con la firmeza necesaria para que sus glúteos explotaran en el reflejo del espejo.

Retomó la cadencia de sus caderas ya convertida en un baile hot del que ya no era consciente. Con una mano ya dentro de su slip comenzó a acariciarse, sin dejar de mirarse, sin dejar de moverse con ese ritmo que sonaba sólo en su cabeza. Acercó su cara al espejo y del cajón del botiquín sacó un labial tan rojo como las líneas de la camiseta de su club. Se delineó mal los labios partidos por el sol y por el descuido estético típico de un jugador de toda la cancha. Cuando se inclinó hacia atrás y contempló esos labios al rojo vivo, no pudo contenerse y el meneo fue perdiendo swing, deteniéndose ante el impulso descontrolado de ocuparse solamente de la urgencia entre sus piernas clavándose la mirada en el espejo, como un animal enloquecido, furioso y dispuesto a cualquier cosa.

Explotó con vergüenza y angustia dejando en el espejo las marcas pegajosas de su secreto y cayó arrodillado esquivándose la mirada.

Arturo Daniel Fraddo. Ganador de siempre bajo el sol implacable. Bajo la lluvia fría. Primero en el scrum. Salvador de cualquier compañero en medio del barro. Y jugador solitario de una sociedad pacata que castiga fuerte hasta los actos más privados.

¿Quién podría haberlo sospechado?

 

 

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