Neuropsicología

Carnaval, neuronas y diversión: una mezcla necesaria

lgunas fiestas populares han ido perdiendo su sello característico. ¿Las necesitamos? Soltate, liberate y te contamos.

Cecilia Ortiz jueves, 27 de febrero de 2020 · 08:51 hs
Carnaval, neuronas y diversión: una mezcla necesaria

Pasó un fin de semana largo, ideal para viajar, descansar, hacer algún trabajito que quedó pendiente, disfrutar de la casa. Pero, ¿por qué es largo?

“Yo me acuerdo que cuando era chico, la gente salía disfrazada a la calle, había corsos, murgas, los chicos nos empapábamos con baldazos de agua, los grandes tiraban agua de colonia, era una fiesta”, me contaba hoy mi papá. Y yo, algo me acuerdo de cuando era chica. Mis hijas no me creen cuando les cuento que no salíamos a la calle porque nos tiraban bombitas y, si teníamos suerte, venían sin sal, porque si no, la piel te ardía. Eran festejos que no reconocían diferencias sociales ni culturales. Había clima de diversión.

El carnaval es una fiesta pagana que debe su nombre al latín “carnem levare”, en alusión al significado que la Iglesia quiso dar a la celebración: abandonar la carne, con la finalidad de introducir las pascuas.

Se sabe que su origen se remonta a 5000 años atrás, aproximadamente, en Egipto y Sumeria. Posteriormente, los romanos celebraban los lupercales y saturnales, en honor a los dioses Saturno y Baco. Los españoles y portugueses lo trajeron junto con las pestes y los vidrios de colores. Aquí se mezcló con las costumbres aborígenes y adquirió impronta propia de acuerdo a cada zona del país.

Dejando de lado los matices propios de cada región, la característica principal del carnaval tiene que ver con la permisividad y cierto descontrol, con liberar deseos reprimidos, con dejarse llevar y divertirse. Por ello los disfraces y las máscaras, para ocultar la identidad.

¿Y qué papel juega el cerebro en todo esto?

Cualquier fiesta popular tiene la finalidad social de unir a los miembros en un espíritu común. Congrega, liga, otorga esa red de contención en la que todos nos sentimos parte, en la que compartimos un “nosotros”, un mismo rasgo constitutivo. Esa fiesta es, en parte, aquello que somos como comunidad y que nos diferencia de cualquier otra.

Recordemos que el ser humano es social por naturaleza y definición. No es pensable un hombre aislado. Necesitamos integrarnos. Éste es un aspecto fundante de nuestra psique, porque somos en tanto pertenecemos a una etnia, a una sociedad y a una cultura. Y estos hitos, estos festejos, simbolizan, materializan la trama que nos sostiene. Simplemente, pertenecemos, esa en nuestra gente, nuestra casa.

El otro aspecto importante, es el de permitirse. Transitamos épocas en que el deber y el tener están a la orden del día. Cumplimos horarios, obligaciones, mandatos y nos olvidamos de quiénes somos a carne abierta, de qué deseamos, de qué nos divierte. Y de eso también se alimenta nuestro cerebro. De momentos de paz, de alegría, de diversión, de dejarse llevar sin más, de alejarse del sufrimiento y del dolor cotidiano. Ese aire fresco es el que nos permite después volver a la rutina con la cabeza relajada y mayor capacidad para rendir.

En el centro de nuestro cerebro, se ubica el circuito cerebral del placer, que está formado por regiones en las que se produce: dopamina (el neurotransmisor de regula la motivación y el deseo. ¿Qué nos hace buscar? Aquellas situaciones que nos proporcionan beneficios o placer), adrenalina y noradrenalina (que ponen al organismo en marcha para actuar) y, serotonina (que mejora nuestro estado de ánimo y nos hace ansiar aquella experiencia gratificante). Un ejército químico que procura hacer sentir bien a nuestro cerebro. Reconozcámoslo, somos buscadores de placer y los festejos populares abren una brecha para que ese fin sea compartido.

El historiador catalán Joan-Lluís Marfany explica que la desaparición de las fiestas populares implica la desaparición de una parte importante de la cultura, que es un refugio para el ser humano.

La sociedad evoluciona y la locura de nuestros días ha diluido el carácter de ciertos festejos. Ahora valoramos más el tiempo de ocio que el festejo que nos aglutina. Alguien dice que no hay que negarse al progreso, pero, por lo menos, pidamos gancho, vistamos una careta, agarremos un pomo y disfrutémosnos. Nuestro cerebro nos lo agradecerá.

Lic. Cecilia C. Ortiz / Neuropsicóloga / licceciortizm@gmail.com

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