Neuropsicología y sociedad

¿Te seduce esta modalidad?: Honjok o el placer de la vida en soledad

Te presentamos una tendencia que viene incorporando adeptos en todo el mundo: el elegir vivir solo. ¿Moda? ¿Comodidad? ¿Deseo? Seguí leyendo y enterate.

Cecilia Ortiz jueves, 29 de octubre de 2020 · 08:23 hs
¿Te seduce esta modalidad?: Honjok o el placer de la vida en soledad

Marina toma un abrigo y sale de su casa, un pequeño monoambiente en la ciudad. Por la noche suele refrescar y hay que estar prevenido. Se dirige hasta el restaurante de la esquina y elige la misma mesa individual de siempre, la que está situada a la izquierda de la ventana, justo al lado de otra mesa individual y enfrentada a otra más con una sola silla y un único par de cubiertos.

Probablemente, alguien que observe la escena pueda sentir lástima de ver a una chica joven cenando en soledad. Pero el lenguaje no verbal de Marina no dice lo mismo, todo indica que ella está disfrutando ese momento, ella está complacida con su mera compañía.

Existe un hecho ineludible: la especie humana debe reproducirse para garantizar su existencia en el planeta, los genes buscan emparejarse con el fin de transmitir información a las próximas generaciones. Religiones, filósofos y poetas se dedicaron a simbolizarlo de diferentes maneras, pero, con mayor o menor firulete, la verdad circula y nos traspasa.

Así como Marina, una cada vez más numerosa red de personas que eligen voluntariamente vivir el resto de sus vidas acompañados por sí mismos, se extiende a través de la geografía del planeta: son los adeptos al honjok. 

El término honjok deriva de las palabras surcoreanas “hon” (solo) y “jok” (tribu) y está siendo utilizado para describir una epistemología de vida que implica abrazar la soledad y la independencia y un cambio actitud ante el matrimonio, la familia, los hijos y la vida misma. La tendencia impacta en los millennials, pero también ha ganado adeptos entre personas mayores.

El movimiento tuvo un tímido origen en Corea del Sur, durante el reinado del año 2010. Para el año 2016, se había casi cuadruplicado la cifra de quienes mantienen este culto. Viven solos, comen solos, van solos al cine, viajan solos y por elección. No es que no disfruten la compañía, cuando están en reuniones pueden divertirse, ser extravertidos y sociables. Pero enarbolan la convicción de que la vida transitada en solitario es mejor.

Por un lado podríamos decir que la invasión de los medios virtuales de comunicación ha influido para que no necesitemos salir a buscar contacto. Sencillamente, lo tenemos ahí, al alcance de la mano al apretar una tecla. Y esta pandemia nos ha instruido mucho en ello. Para quienes denostaban los vínculos vía éter, ha sido una solución ante el aislamiento.

Desde otra perspectiva, podemos entender que compartir la vida con otro, llámese pareja, hijos, familia, implica tolerar la frustración de la individualidad de ese otro. Es difícil estar con alguien más, aceptar formas de pensar, sentir y actuar diferentes. Convengamos, implica esfuerzo, trabajo, voluntad y perseverancia. Aditamentos que hoy no quieren ponerse en práctica porque implican tiempo. Y, justamente, eso es lo que escasea, tiempo para el encuentro.

Quienes practican honjok escapan de los mandatos sociales, culturales y familiares acerca de cómo se debe vivir; buscan la posibilidad de tener un mejor estilo de vida, con mayor disponibilidad de dinero, evitación del estrés y la superación de la idea de que sólo en tribu se puede sobrevivir. Aparentemente, una proporción significativa de mujeres lo adopta como filosofía de vida, rechazando así el peso del legado que reza que ser madre es la forma de realización femenina.

La negación puede asumirse como el camino que elige el cerebro para adaptarse: (“para qué sufrir, si estando solo se la pasa tan bien”), pero conlleva a otro tipo de relación: con uno mismo, con los propios intereses, necesidades, fantasmas y oscuridades. Y esa relación también implica valentía, paciencia y perseverancia.

El honjok invita a aprender a estar en soledad, a compartir con uno mismo. Gracias a que nuestro cerebro es plástico, las neuronas pueden hacer sinapsis nuevas que conduzcan a adoptar estilos de vida diferentes. Gracias a nuestras células, que no adoptan el honjok como forma de vida. 

Nuestros antepasados en la escala evolutiva aprendieron que en compañía se sobrevive. El ser humano es social por naturaleza, lo que nos mueve es el amor, la necesidad de un alguien que nos mire, que nos tenga en cuenta y que nos garantice que siempre estaremos protegidos. Cada quien verá dónde y cómo la busca. Creo que lo importante es que esa búsqueda no cese.

Es una moda que deberá comprobar con el paso del tiempo si puede sustentarse o no; es una comodidad, que posibilita no tomar contacto con la angustia de la frustración; es un deseo, que, ladino, niega el deseo del otro. Aristas de una realidad que nos invita a reflexionar.

Lic. Cecilia C. Ortiz / Neuropsicóloga / licceciortizm@gmail.com 

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