#MDZLecturas-Verano 2020

En el horizonte de los sucesos, de Oscar Guillén

La obra del escritor y periodista mendocino, ganadora del Certamen Vendimia 2019 en la categoría Novela, encierra una escritura madura y que rescata a uno de los personajes más entrañables de Bolaño y muestra las contradicciones del mundo literario en un thriller que nunca olvida al lector.

Redacción MDZ
Redacción MDZ martes, 21 de enero de 2020 · 06:55 hs
En el horizonte de los sucesos, de Oscar Guillén

Fragmento

El relámpago zigzagueó en el cielo renegrido y se adhirió al vidrio de la ventana como una serpiente de luz. Sensini apretó los dientes, se acomodó los lentes y esperó el trueno contando los segundos como si la inminente tormenta fuera el augurio de una fatalidad. No podía sacarse de la cabeza esa vieja costumbre de contar: 1)contaba todo, 2)el paso del tiempo y 3)los pasos a dar; 4)las cosas que iban a pasar hoy y 5)las que pasarían al día siguiente, como si la vida estuviera cronometrada, y 6)hubiera un destino y 7)ese destino fuera una convención, 8)un número predeterminado o 9)un signo. Y cuando contó diez (10), escuchó el estruendo: el trueno rebotó entre los edificios del barrio de Congreso y se unió al fogonazo del relámpago que aún persistía en su retina como si fuera el negativo de una fotografía. Eso fue todo o el principio de todo o una parte, la primera, de todo. Sí, sí, fue algo así.

La luz de la cocina titiló un par de veces y se apagó. En la oscuridad total, mientras escuchaba la tormenta, Sensini se pasó una mano por la cabeza como si le doliera, se alisó la barba electrizada y se dirigió a ciegas a la habitación de Dostoyevski.

Como pudo, volvió con una escalera a rastras. La abrió junto a la mesa donde había un plato con aceitunas griegas y una botella de vino y, en penumbras, lentamente, subió dos escalones. Al asentar un pie en el tercero, claro, contó tres, perdió el equilibrio y cayó.

Desde el dormitorio, Graciela escuchó un ruido seco, vidrios, un quejido ahogado. Algún mecanismo de su cuerpo hizo que saltara de la cama, traspasara la oscuridad como si no existiera y al entrar en la cocina percibiera el aroma del vino derramado y un bulto en el piso.

No lo tocó. Buscó una linterna y velas. Llamó a una ambulancia. Llamó a Sarquis, el amigo que había intentado filmar Ugarte –¿de qué otra forma se podía imaginar esa novela de Sensini sino como una película inconclusa? –, y entre los dos lo subieron a un taxi y lo llevaron al hospital. Quedó internado. Le diagnosticaron derrame cerebral. Tres días después lo operaron.

Ya no habló más.

Si Sensini fue consciente de su mudez, debió tomarlo como una suerte de bendición: podía esperar a la muerte con miedo, con terror, pero en la dignidad del silencio. Desde allí pudo tal vez interpretar que ese accidente ponía a su disposición, a modo de un posible resumen de su vida, los grandes temas de sus libros. La espera, la muerte (¿el suicidio?) y el silencio.

(Pero por ahora, desde afuera, tentativamente y sin tomar partido por nada, en el orden en que se desee, esa caída bien podría ser interpretada como: 1)¿Una ironía del destino? 4)¿Una cuestión karmática? 6)¿Un gesto del inconsciente? 3)¿Un chiste cruel? 8)¿Un hito más en una larga cadena de eventos desdichados? 9)¿Una puesta dramática que lo muestra como víctima? 5)¿Un mero accidente? 2)¿Algo deseado? 7)¿La escena del crimen? 10)¿Un complot?).

En los dos meses siguientes, Graciela creyó o quiso creer que él la escuchaba. Antes y después de la oficina ella iba al hospital. Todos los días. Era su enfermera y la encargada recibir a las visitas, algunos amigos que se habían enterado y que se interesaban por su salud. Le llevaba flores, le hablaba, le limpiaba los lentes, le cantaba canciones y veía o creía ver que Sensini le respondía con mínimos movimientos de los ojos.

Una mañana, mientras le acomodaba las sábanas, un joven médico entró a la habitación, la saludó con una enigmática sonrisa y se sentó en la silla que estaba a los pies de la cama.

–Una enfermera me contó que es escritor...

Ella le dijo que sí, que había escrito novelas y cuentos y que Borges le había mandado una carta elogiando El gaucho santo, un relato que Sensini, a veces con ironía, consideraba como el cierre de la gauchesca. Graciela había citado a Borges para evitar mayores explicaciones y porque Borges, entre argentinos, deja zanjada cualquier cuestión.

El médico se paró y observó por unos segundos a un hombre viejo ya, con su densa barba blanca, sus lentes de marco negro, cuadrados, y ese hematoma en la frente que viraba de morado a verdoso. Volvió a sonreír. Una sonrisa que intentó ser optimista pero que, hacia el final, se extinguió sin esperanzas. Luego dijo, casi como si fuera una especialidad médica, que también practicaba la astrología y le preguntó a Graciela la fecha de nacimiento de Sensini.

–Nació el 2 de noviembre de 1922.

El doctor reparó de inmediato en que era el Día de los Muertos. Ella sonrió, le sonrió a ambos, primero al médico y luego al paciente, y recordó cuando, por las mañanas, en la oficina, le leía a Sensini el horóscopo del diario y él se quedaba mirando la nada, como haciendo cuentas mentalmente (contando, seguramente) y luego decía «mañana veremos».

«Segundo Lezin», decía la tarjeta que el médico le alcanzó a Graciela, y debajo, en imprenta, «MÉDICO PSIQUIATRA & ASTRÓLOGO». Curaba mentes, en el presente, y podía conocer el futuro de sus pacientes.

Lezin volvió a los tres días con algunas novelas de Sensini bajo el brazo. Estaba despeinado y no se había afeitado. Parecía un loco medicado. Agitó No lo hagas en el aire como si fuera un trofeo, sonrió con una sonrisa indescifrable y luego hizo un gesto de admiración. Lo había leído la noche anterior y lo iba a releer en los próximos días.

Abrió El asedio y extrajo unos papeles. Era una carta astral. La desplegó sobre la cama y le tomó la mano al paciente. Graciela no quiso ver si era un contacto afectivo o si simplemente le tomaba el pulso. El astrólogo leyó como si tradujera una radiografía del universo; habló de los planetas y sus posibles combinaciones y otros cálculos que dejaron a Graciela desorbitada y, al final, diagnosticó que Sensini iba a morir entre el 10 y el 12 de octubre.

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