#MDZLecturas-Verano 2020

1943: El fin de la Argentina liberal

Este trabajo historiográfico de María Sáenz Quesada se propone narrar rigurosamente el pasado de la Argentina hasta apenas antes del surgimiento, consolidación y expansión del peronismo como fenómeno político de masas que cambiaría para siempre la historia del país.

Redacción MDZ
Redacción MDZ jueves, 16 de enero de 2020 · 06:59 hs
1943: El fin de la Argentina liberal

Fragmento

POR QUÉ ESTE LIBRO

Todo libro de historia es consecuencia del cruce entre las preguntas del autor al pasado y la relación con el medio cultural en que vive. Si las preguntas giran solamente en torno de las obsesiones de quien investiga y escribe, la obra corre el riesgo de permanecer en los estantes de librerías y bibliotecas. De ahí la importancia de definir con acierto el objeto de la investigación, así como el método y la forma de presentar el resultado, para que se justifique una tarea larga y compleja. Conviene además que el tema en cuestión mantenga cierto peso en la actualidad, condición que lo habilitará también para ocupar el tiempo del lector. Que este encuentre atractiva y provechosa su lectura será el mejor galardón.

El año 1943, en que agonizó el régimen de los conservadores y un golpe militar anunció el advenimiento de la Nueva Argentina, reúne las condiciones citadas. Sin embargo, es uno de los temas que durante largo tiempo la historiografía argentina condenó en bloque, en parte por rechazo al fraude sistemático que sostuvo a los gobiernos de la Concordancia y en parte también por la solución militar aplicada. Si en su momento histórico la intervención de las fuerzas armadas generó esperanzas y rechazos, hoy no se ajusta al pensamiento políticamente correcto. No obstante, el peronismo nació en la revolución del 4 junio de 1943 y de ella heredó aspiraciones, ideas, conductas políticas y consignas. Debido a la ambigüedad del acontecimiento fue necesario separarlo del ocurrido el 17 de octubre de 1945, su afortunado heredero, aunque ambas fechas formen parte del proceso de instalación del país en la posguerra mundial, que tuvo características propias y perduró en el tiempo.

En efecto, el cambio cultural ocurrido en los años treinta, que se manifestó en el golpe de 1943, echó raíces profundas todavía visibles en los comportamientos políticos, en las decisiones económicas, en las creencias de muchos y en la visión que se tiene de la Argentina en el mundo. Entonces se desmoronó una clase gobernante y perdió validez el sistema político vigente, víctima de sus propias lacras. Todo sucedió en medio de un cataclismo mundial que impuso nuevos paradigmas, permitió que surgieran otros liderazgos y que se introdujera la idea de Estado benefactor, como forma de reparar los horrores de la guerra, el sufrimiento de los soldados y de la población civil.

Este libro consta de 25 capítulos, que pueden leerse según el orden propuesto o en forma independiente. El tema de la guerra mundial y de la posguerra se menciona en todos ellos. La importancia de la República Argentina antes de la contienda bélica, su riqueza cultural y su potencial económico forman parte de esta mirada retrospectiva que incluye a las provincias en sus desarrollos y en sus conflictos con el poder central. También se explican los rasgos propios del régimen conservador, las durísimas internas partidarias y los elementos positivos de la administración de Ramón S. Castillo, que suscitaron expectativas y elogios de quienes lo derrocaron poco después. Asimismo se habla de los partidos de la oposición —radicales, socialistas y comunistas—, que intentaron alianzas, frentes y candidaturas para salir del pantano, con resultado negativo y en cierto modo dramático.

Actores principales de esta época son los sindicalistas, cuya larga lucha cambiará de enfoque con la llegada de los militares al poder; los nacionalistas, empecinados en destruir al liberalismo en el clima de época de los fascismos europeos; los católicos, que tuvieron un resurgimiento notable, y desde luego los militares, que oscilaron entre el profesionalismo y la conspiración, para volcarse a la acción política directa en medio de tremendas luchas internas.

Los ocho capítulos que van desde el 4 de junio de 1943 hasta el 4 de junio de 1944 tienen como punto central la reeducación de la sociedad para quitarle el “virus” del liberalismo, en lo que constituyó un avance del Estado sobre la conciencia individual, ejercicio que serviría a otros proyectos políticos. Las oscilaciones de la dictadura militar con respecto al problema internacional y la desinformación sobre el mundo del mañana unifican en una misma trama a conservadores y militares y los diferencian de los círculos liberales, radicales y demócratas, cuya perspectiva de la situación mundial era más realista.

El relato de este tramo de la historia argentina concluye en la gran exposición que celebró el Año II de la Revolución, en junio de 1944. El escenario estaba listo para la consagración de Juan Domingo Perón, a quien le bastaron algunos pasos más para desalojar a sus rivales, conseguir colaboradores eficaces, absorber y acomodar ideas, proyectos e iniciativas del más variado origen y, superado el escollo de la derrota del Eje en la guerra, dar comienzo a la Nueva Argentina.

¿Década infame? Creo que la condena en bloque a este período, por el fraude practicado y los negocios del poder, ya ha sido dejada de lado, aunque todavía resulte cómodo utilizarla. Si bien en las grandes síntesis de historia argentina la cuestión política juega en contra de los años de la Concordancia, el trabajo de los historiadores sobre el comportamiento de la economía, la cultura, la ciencia, la organización sindical y el modo en que se superó la crisis económica permiten revisar ciertos mitos instalados, con menos prejuicios y mejor conocimiento. De todo eso intento dar cuenta.

Quedan pocos testigos de esos años; algunos de ellos fueron consultados para este libro. Asimismo eché mano a memorias, documentos privados y textos literarios. He procurado narrar los hechos enmarcados en lo que la gente pensaba y decía entonces, cuando debía tomar decisiones sin la información hoy disponible.

Para este libro, he contado con la colaboración de muchos colegas, amigos y gente de buena voluntad, que comprenden la importancia de que la historia se escriba con documentos. Especialmente generoso ha sido Guillermo Gasió, quien me ayudó a pensarlo y a documentarlo. Roberto Azaretto contribuyó en acercar la memoria histórica de una época que también describió en sus libros. Gregorio Caro Figueroa aportó materiales de su prodigiosa biblioteca privada. Asimismo, Roberto Cortés Conde se mostró confiado en el interés del tema y me dio un importante aliciente. Rosendo Fraga ha respondido mis preguntas, con la gentileza de siempre. Por su parte, Arturo Pellet Lastra participó como testigo y a la vez estudioso de ese tiempo. Agradezco también a Adriana Micale, María Oliveira-Cézar, Carlos Páez de la Torre (h), Roberto Elissalde y Luis María Bunge Campos, por sus respectivos aportes.

Soy deudora de la familia del senador Gilberto Suárez Lago, que me hizo llegar una valiosa documentación; de Eduardo Patrón Costas, que me prestó documentos de su abuelo, Robustiano Patrón Costas; de Eduardo Santamarina, que me permitió consultar el archivo de Antonio Santamarina; de Mariana Lagar, directora de la Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia y de su personal.

Mi gratitud para Eliana de Arrascaeta, actual directora de la revista Todo es Historia, por su buena disposición a leer, corregir y comentar los originales; a Enrique E. Molina Pico, por su contribución en temas de su especialidad y en el análisis del texto, y desde luego a Dardo Túler, lector y corrector cautivo, cada vez más comprometido con el oficio de historiador.

CAPÍTULO 1
LA ARGENTINA Y EL MUNDO EN EL VERANO DEL 43

Para comenzar esta historia, me propongo situar al lector en el escenario nacional e internacional del verano de 1943 en el hemisferio sur, en la República Argentina, según la información que proporcionaban los diarios de mayor circulación. Eran meses decisivos para definir el curso de la Segunda Guerra Mundial y, en el plano de la política doméstica, para profundizar o rectificar la orientación del gobierno argentino.

El presidente Ramón S. Castillo gobernaba en nombre de una coalición de fuerzas conservadoras y liberales, divididas en torno de la inminente sucesión presidencial. También estaban fragmentadas las fuerzas de la oposición, de los sindicatos y la imponderable opinión militar. Se vivía un clima de cambio de época en ideas, valores y modelos y de ausencia de consensos con respecto al pasado y al futuro. No obstante, más allá de las minorías gobernantes, las mayorías gobernadas continuaban con sus actividades de la vida cotidiana, asunto que en los sucesivos capítulos de este libro procuraré exponer.

Los frentes de guerra

El 1º de enero de 1943, en el día 1216 de la Segunda Guerra Mundial, eran varios los frentes de combate. En el desierto de Libia, en el Norte de África, luchaban las fuerzas del III Reich, al mando del ya legendario mariscal Erwin Rommel, contra el 8º ejército británico; su nuevo jefe, el general Bernard Montgomery, estaba decidido a tomarse revancha por la grave derrota sufrida meses antes, que había afectado la seguridad del Mediterráneo y de la ruta del Canal de Suez, vital para las comunicaciones del Imperio.

También resultaba vital, para la supervivencia del Reino Unido, el curso de la batalla del Atlántico por el control de los suministros provenientes de Canadá, de Estados Unidos y también de la Argentina. En 1942, la flota alemana de submarinos había causado estragos a los convoyes aliados, pero 1943 marcó el comienzo del fin de esa guerra, como resultado de nuevas armas y sensores y de nuevos criterios para operar portaaviones junto con destructores.

Luego del espectacular avance del ejército alemán (Wehrmacht) en el territorio de la Unión Soviética, el ejército ruso había pasado a la ofensiva y amenazaba no solo la ciudad de Stalingrado en el Volga, sino también la larga línea de las fuerzas germanas que se prolongaba hasta las montañas del Cáucaso. A lo largo de ese crudo invierno, el dictador José Stalin repitió en sus discursos: “Ante la ausencia de un segundo frente en Europa, el ejército ruso soporta el peso total de la guerra y establece una base firme para la obtención de la victoria”. De este modo buscaba asegurarse un lugar de poder en el mundo de la posguerra.

En el Pacífico, los japoneses mantenían amplísimos territorios ocupados a expensas de las colonias francesas, inglesas y holandesas. Sin embargo, la contraofensiva estadounidense golpeaba implacable con sus pesadas máquinas Douglas, en puntos tan distantes como Nueva Guinea y las islas Salomón. Hasta los muy castigados nacionalistas chinos, liderados por Chiang Kai-shek, recuperaban territorios perdidos por la invasión de Japón.

Entre tanto, los bombardeos no daban paz a las ciudades francesas del canal de la Mancha. En territorio alemán habían sido atacadas Berlín, Hamburgo y zonas mineras e industrializadas. En Londres se temía que se reiniciara el Blitz —como se conoce a los bombardeos de la aviación alemana de 1940-1941—. Además de sus objetivos estrictamente militares, los ataques aéreos desmoralizaban a la población civil.

Con motivo del Año Nuevo, la orden del día de Adolf Hitler fue la siguiente:

Probablemente el año 1943 sea duro, pero no más que el que acaba de terminar. Si Dios todopoderoso nos dio fuerzas para resistir el invierno de 1942, también soportaremos este invierno. Pero una cosa es segura: en esta lucha no cabe transacción alguna.

Este mensaje era menos eufórico que los pronunciados en otras oportunidades.

Por su parte, el discurso del presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, transmitido en directo por Radio El Mundo de la Argentina, pidió sostener esfuerzos hasta que “el ataque de los bandidos contra la civilización” fuera completamente aplastado; luego de alardear sobre la capacidad de la industria de guerra estadounidense, Roosevelt se refirió al futuro: propuso organizar las relaciones entre naciones para que la humanidad pudiera disfrutar de los beneficios de la paz y, dirigiéndose a los combatientes, se comprometió a que, terminada la guerra, no hubiera más barrios bajos ni desocupación ni despidos.

La gran prensa tradicional y los periódicos de izquierda argentinos interpretaron el curso de los acontecimientos como favorable a los aliados: la aviación del III Reich (Luftwaffe) había perdido el poderío que tuvo al comienzo de la contienda porque el dilatado espacio físico a su cargo superaba sus recursos humanos y materiales, incluso la guerra submarina comenzaba a ceder en intensidad.1

Interpretaciones diametralmente opuestas eran las de la prensa nacionalista y pro nazi; en su opinión, el desembarco en África carecía de importancia estratégica, y la fortaleza de Europa, unificada por las fuerzas armadas alemanas o tímidamente neutral, se conservaba incólume.2

Para quienes vivían ese tiempo, más allá de simpatías ideológicas, afinidades étnicas o intereses concretos, el desenlace del conflicto mundial seguía siendo una incógnita.

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