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Lo que mora en la naturaleza

Mi primera impresión al dar con este vasto lugar, no fue precisamente la más favorable, puesto que no lo supe apreciar con la suficiente justicia.
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El arte, la gloria, la libertad se marchitan, pero la naturaleza siempre permanece bella. Lord Byron.

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Heme aquí, escribiendo a la lumbre de este beatífico paisaje. Mi primera impresión al dar con este vasto lugar, no fue precisamente la más favorable, puesto que no lo supe apreciar con la suficiente justicia; no obstante ello, ahora se me presenta en su máximo esplendor. Sin duda alguna, es el súmmum de la belleza, y más. Me hallo embelesado por semejante beldad, al punto, que mis pensamientos más íntimos, confluyen en suma armonía con el cariz de todo cuanto me rodea. Bien podría desaparecer el mundo, que todo cuanto se yergue aquí, permanecería impasible sin más. No creo que exista nada que se le compare, ni que pueda amenazar con corromper la pureza y el espíritu de semejante lugar. Su forma y cadencias, lo invitan a uno a reflexionar acerca de las virtudes de la naturaleza; comúnmente olvidada por el hombre. Es de destacar, el singular efecto que ejerce en cada uno de los sentidos; los agudiza aún más. Cada fibra de mi cuerpo se amalgama con la vicisitud de sus parajes. Me siento ávido y por demás dichoso. Las asperezas que componen el conjunto de mis pensamientos, se tornan más llevaderas; como si se hubiesen aplacado como por obra divina. De encontrarse alguien atravesando la mayor de las penurias en su existencia, debería de adentrarse en este lugar, puesto que le purifica el espíritu a uno, a la vez que lo fortalece.

Ni el más avezado poeta de esta tierra, podría encarar la compleja tarea de describir los sentimientos que despierta cada rincón de este exquisito hemisferio. Se puede avistar el regocijo triunfante de las aves ermitañas que se congregan por estos lares; deleitando al cielo con su canto, y procurando dormitar en los picos más altos de los árboles que se encuentran derredor. Al no ser yo un poeta, ni mucho menos, lo único que me queda por hacer, es intentar volcar todo lo más que pueda en este trozo de papel; con la vaga esperanza de que así, alcances a experimentar por dentro, lo que mis ojos ven por fuera.

Un río manso y lozano como ningún otro, se encarga de imprimir las imágenes más placenteras en el alma de cada uno de los forasteros que arriban al lugar. Es como si estuviese al tanto de las sensaciones que produce en sus espectadores, y se regodease de ello. Su transparencia y sonoridad, contrastan con el albor del alto cielo. Los peces, sabios conocedores de las leyes de la naturaleza, se aúnan en el remanso del río, y desde allí, seducen a las flores inmarcesibles que se avistan a orillas del mismo. Al otro lado del río, se extiende una gran arboleda provista de frutos. Las aves que anidan allí, parecen sentirse a gusto bajo la protección de aquellos árboles viejos. La sombra y el frescor que proveen, hacen de ellos, el lugar ideal para avistar y descansar. El clamor de un viento cálido resuena en los oídos, y las trémulas hojas caen al compás de su ritmo. Mi alma se halla más predispuesta que de costumbre; se vanagloria de sí misma por el simple hecho de existir, y no encuentra motivos asequibles para mostrarse abatida como tantas otras veces. Aquí, los recuerdos se rebelan ante la incomprensión del olvido, y por las noches, se jactan de ser los más cortejados.

Escribir, le dispensa a uno enormes ventajas. Por un lado, le permite a los corazones acercarse, aun estando lejos. También, provee de esperanza al que no la tiene; esperanza de que todo sucederá como ha de suceder. Por otra parte, transforma los cimientos internos del hombre, al recrear cada uno de los sentimientos que afloran desde lo más hondo del alma. Todo cuanto desea ser expresado, es puesto en palabras, y aquello que lucha por permanecer oculto entre sombras, las más de las veces, termina viendo la luz. ¿Acaso no estamos hechos de palabras deseosas por salir al mundo y colmarnos con su cándido contenido? Todo aquello que procura existir en el anonimato, aparece luego bajo la forma de una angustia por demás cruenta, para a continuación, socavar las fibras más sensibles del alma. Es por ello que me encuentro hoy aquí: intentando salvarme, intentando salvarnos.

Ahora me propongo dibujar con palabras el día de ayer. Ha resultado ser en extremo provechoso, al contrario de lo que sucede habitualmente. A causa de su efecto en mí, es que me ofrezco a pintarlo.Recuerdo que desde muy temprano vine a parar aquí. Las aves risueñas, los árboles sempiternos, el río plácido y yo, éramos uno. Si es que alguien se encontraba con nosotros en ese momento, entonces mi estado de obnubilación impidió que lo advirtiese. La musicalidad de mi corazón, se hallaba en completa complicidad con el ardor de mis sentimientos. En cierto momento, cuando se hizo presente el mayor de los silencios, me imaginé siendo el protagonista de todo cuanto acontecía; como si sólo a mí se me hubiese concedido la posibilidad de poder estar allí, y sentir que el mundo es otra cosa, muy diferente de aquello que alguna vez hube creído. Comprendí que el hombre, es quien le debe todo a la naturaleza, y no a la inversa. El sustrato de las cosas que se ciernen y nos afectan, se haya sometido ala voluntad de la misma, por lo cual, nada de lo que hagamos para imponernos sobre ella, podrá quebrantar su fuerza.

Todo esto para decir que me encuentro bien, y que me hallo deseoso de seguir explorando lo que mora en la naturaleza, mi naturaleza.

                                                                                                              Tuyo, Nicanor.

Manuel Arias