Debate: La lobotomía de internet

Internet es una enorme base de datos porque nosotros también lo somos. Datos generados por nuestra cuenta (actualizaciones de estado, material bibliográfico, clicks que alimentan servicios personalizados) o por terceros (menciones, calificaciones, referencias). También información falsa o difamatoria. Internet convirtió nuestra actividad cotidiana en una enciclopedia viva y vertiginosa; una sociedad transparente y autoconsciente, disponible las 24 horas del día. Por eso es una actividad tan seductora el googleo o incluso el autogoogleo: es la posibilidad inédita de ver qué opina la comunidad; de acariciar el ego sabiendo qué ven los otros cuando tipean nuestro nombre. Es una forma de conocer nuestro perfil “público”. Una forma superficial, por supuesto, como un cotilleo laboral o la descripción que nos hace el portero de la abogada del 4 B, y que por eso mismo está lejos de los perfiles más completos -y complejos- que poseen los gobiernos o las grandes corporaciones que predicen y definen nuestra vida. Pero ese es otro tema.
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No es el primer caso. Antes la ex Bandana Virginia Da Cunha y la bailarina y ecologista Evangelina Carrozo -entre otras figuras del espectáculo- llevaron a los buscadores a los tribunales. Sus figuras habían sido utilizadas por terceros; Google indexaba esos resultados junto a las entrevistas periodísticas, las entradas en Wikipedia y los fan sites. En el primer caso, la Cámara Nacional Civil revocó en segunda instancia el fallo ya que los buscadores, aseguró, son responsables “sólo cuando sean negligentes en bloquear resultados claramente ilegales”.
A su vez, la demanda se ampara en una interpretación del artículo 31 de la vetusta Ley de Propiedad Intelectual, que sostiene que toda copia requiere autorización expresa del autor, para denunciar un uso “indebido” y no autorizado de la imagen de la modelo. De validarse este argumento al terreno de internet, prácticamente ningún contenido -salvo aquellos autorizados o de dominio público- podría ser utilizado. Internet se parecería así a las primitivas páginas de hace 20 años o los tableros de anuncios de la década del 80.
Semanas atrás el Tribunal de Justicia de la Unión Europea le dio la razón al español Mario Costeja González en una demanda contra Google. Costeja González denunciaba que cada vez que alguien buscaba su nombre, Google devolvía un viejo artículo del diario catalán La Vanguardia sobre un embargo por deudas. La noticia era real pero Costeja González, que ya había saldado su deuda, creía que eso afectaba su reputación. El Tribunal le dio la razón y reconoció el llamado “derecho al olvido”. Mientras escribo esto, Google lanzó un formulario para que los usuarios europeos puedan exigir la baja de información “perjudicial”. Si bien el fallo preserva del borrado a los “datos de interés público”, la sentencia abre el camino a una peligrosa reescritura colectiva de la historia.
En la tensión entre la protección de los datos, la integridad personal ante contenidos difamatorios y la responsabilidad amplia de los intermediarios, parece habitar el peligro, como dijo uno de los expositores en la audiencia pública por el caso Rodríguez, de “lobotomizar internet”. A la poca información disponible -cuestión que siempre se pone en escena cuando surgen esta clase de debates- se le suma el riesgo de una internet aún más confusa e incompleta. Como todos los resultados referidos a María Belén Rodríguez fueron removidos por Google, poco antes de la audiencia varios medios locales la confundieron con otra María Belén Rodríguez, una modelo argentina que trabaja en la televisión italiana. Las fotos de esta también bella María Belén Rodríguez, con un vestido ceñido al cuerpo y un tajo que nacía a la altura del hueso isquión y dejaba entrever unas piernas largas y sedosas apareció ilustrando titulares como “La modelo que le hizo la guerra a Google”. Víctima del verosímil y el googleo atolondrado, la imagen de esta homónima María Belén Rodríguez también fue mal utilizada. Romper internet está lejos de generar un mundo mejor.
Fuente: Télam

