"Mi Viejo el Dotor"
Como acostumbra, José Niemetz nos deja un exquisito texto sobre la realidad educativa como espejo de la realidad social mendocina. Una vez más, el escritor y docente apunta alto y logra blanco: mostrarnos tal como somos. No te pierdas esta fiesta de la palabra que dura apenas cinco minutos de lectura.

(Historieta con aire sainetero sobre ciertos episodios antojadizos de nuestra cotidianeidad escolar)
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MI VIEJO EL DOTOR
ESCENOGRAFÍA: Escuela de Comercio, Sala de Profesores. Viernes; (o sea, aspectos devastados pero esperanzados de no sé qué). Tres termos con agua caliente. Una caja de té, otra de yerbeado, otra de leche. Lata con azúcar, botella de edulcorante. Nivel de ruido interior+exterior superando con creces no sólo el nivel de tolerancia del oído, sino el nivel de inteligencia promedio. Es el recreo. Los profes de abalanzan para tomar algo caliente antes que suene nuevamente el timbre. Así y todo (y pese a todo) es un momento de encuentro entre colegas. Uno de los pocos que los docentes de secundaria en nuestro aislamiento consuetudinario, tenemos.
Mientras competíamos por un saquito de té o por la posesión de la azucarera, me encuentro con Andrés, 48 años, enseña Química (malo para el fútbol, bueno para el asado, el Fernet y los chistes; lo bautizamos el ‘metro-sexual’ (en una oportunidad se le escapó que el prefería usar la “Bagovit A plus Antiage para después de afeitarse porque es muy humectante”, y este tipo de frases no se perdonan en una comunidad como la educativa); ignoro su título, no sé si es profesor, licenciado, químico, ingeniero, bioquímico, bromatólogo, biólogo o qué diablos).
- Mirá lo que me pasó en el otro colegio, el Técnico Agrario; te lo cuento porque me dejó pasmado. Resulta que está de licencia por maternidad una profesora de Matemática. Le hace la suplencia una tal Carolina, Carina o Corina, Bah, qué se yo…unos 23 años… linda pendeja. Es licenciada recién recibida. Resulta que en el recreo la piba entra despacito a la sala de profesores con una expresión propia de la peli “El juego del miedo”. Todos nos quedamos callados como esperando que sacara un cuchillo o una motosierra del bolsillo y empezara a rebanarnos en pedacitos. Parecía un zombi: rostro de una palidez de muerte, mirada fija en un punto lejano, ojos brillosos, caminar lento, respiración profunda, casi un gemido... La cosa es que, se desparrama en la silla, jadea, suspira, se suena, respira como quien intenta hacer arrancar un auto sin nafta… toma una taza, le coloca un saquito de té, dos de azúcar, vierte el agua, dos de azúcar, revuelve…, dos de azúcar…, revuelve… revuelve… mancha la mesa…y las lágrimas comienzan a recorrerle la cara. Nos miramos entre todos y nos hacemos señas de hablá vos, no hablá vos, no vos, no vos… ¿Adiviná quién habló?
- Obvio: vos – respondí a la obviedad.
- Obvio: yo… dije: Flaca… Flaca… ¿qué pasa? ¿estás bien?
- ¿Ah? –responde Carolina, Carina o Corina como desde ultratumba.
- ¿Qué pasó, profe? ¿Te puedo ayudar en algo?
- No, nada.
- Bueno… si necesitás algo…
- Ya no…. Ya no… es medio tarde – decía mirándose como en un espejo en la tasa mientras revolvía su té.
- Dale, contame.
- Si hubiera sabido… bah, si lo hubiera pensado al menos…
- ¿Qué cosa?
- La docencia, la docencia. –Recién acá levantó la mirada, dijo:- Me quiero ir ya de acá…
- Pero… ¿qué te pasó? Ah, sí… vos estás en octavo… y sí, son jodidos los guachos.
- De cajera en el Súper estaba en el paraíso… estudié toda la carrera laburando en el Súper
- Bueno…
- Mis viejos no me podías bancar una carrera… mi vieja me dijo: Por lo menos sé docente…y me metí en el Súper a trabajar de cajera para bancarme… yo me decía: me lo aguanto unos poquitos años y después… lo largo por la docencia…
- Bueno… ¿y fue así? ¿No?
- ¡Y renuncié para esto! Toda mi preocupación era que el código de barras del producto hiciera beep. ¡A usted le parece! –la odié por no tutearme-. Antes tenía menos responsabilidad… y ganaba más….
- Bueno, calmate… es el principio… ya vas a ver…
- Me siento mal…. mi vieja me decía: aunque más no sea, sé docente…Me siento como los mineros chilenos… estoy sepultada a 700 metros…
- Mirá lo que me pasó en el otro colegio, el Técnico Agrario; te lo cuento porque me dejó pasmado. Resulta que está de licencia por maternidad una profesora de Matemática. Le hace la suplencia una tal Carolina, Carina o Corina, Bah, qué se yo…unos 23 años… linda pendeja. Es licenciada recién recibida. Resulta que en el recreo la piba entra despacito a la sala de profesores con una expresión propia de la peli “El juego del miedo”. Todos nos quedamos callados como esperando que sacara un cuchillo o una motosierra del bolsillo y empezara a rebanarnos en pedacitos. Parecía un zombi: rostro de una palidez de muerte, mirada fija en un punto lejano, ojos brillosos, caminar lento, respiración profunda, casi un gemido... La cosa es que, se desparrama en la silla, jadea, suspira, se suena, respira como quien intenta hacer arrancar un auto sin nafta… toma una taza, le coloca un saquito de té, dos de azúcar, vierte el agua, dos de azúcar, revuelve…, dos de azúcar…, revuelve… revuelve… mancha la mesa…y las lágrimas comienzan a recorrerle la cara. Nos miramos entre todos y nos hacemos señas de hablá vos, no hablá vos, no vos, no vos… ¿Adiviná quién habló?
- Obvio: vos – respondí a la obviedad.
- Obvio: yo… dije: Flaca… Flaca… ¿qué pasa? ¿estás bien?
- ¿Ah? –responde Carolina, Carina o Corina como desde ultratumba.
- ¿Qué pasó, profe? ¿Te puedo ayudar en algo?
- No, nada.
- Bueno… si necesitás algo…
- Ya no…. Ya no… es medio tarde – decía mirándose como en un espejo en la tasa mientras revolvía su té.
- Dale, contame.
- Si hubiera sabido… bah, si lo hubiera pensado al menos…
- ¿Qué cosa?
- La docencia, la docencia. –Recién acá levantó la mirada, dijo:- Me quiero ir ya de acá…
- Pero… ¿qué te pasó? Ah, sí… vos estás en octavo… y sí, son jodidos los guachos.
- De cajera en el Súper estaba en el paraíso… estudié toda la carrera laburando en el Súper
- Bueno…
- Mis viejos no me podías bancar una carrera… mi vieja me dijo: Por lo menos sé docente…y me metí en el Súper a trabajar de cajera para bancarme… yo me decía: me lo aguanto unos poquitos años y después… lo largo por la docencia…
- Bueno… ¿y fue así? ¿No?
- ¡Y renuncié para esto! Toda mi preocupación era que el código de barras del producto hiciera beep. ¡A usted le parece! –la odié por no tutearme-. Antes tenía menos responsabilidad… y ganaba más….
- Bueno, calmate… es el principio… ya vas a ver…
- Me siento mal…. mi vieja me decía: aunque más no sea, sé docente…Me siento como los mineros chilenos… estoy sepultada a 700 metros…
Andrés terminó la historia contando que hubo que llamar al Servicio de Emergencias porque la piba medio entró como a desmayarse, a llorar… estaba descontrolada.
Con los labios donde se entremezclaban en un horrendo mazacote el color red-cherry de Avón con miguitas de Criollitas, Juana (la vieja de Inglés), 58 años, se entromete y me pregunta (en castellano, sí, pero de muy difícil comprensión dada la cantidad de galletitas que aún revolvía dentro de la boca):
- Y a vos ¿te gustaría que alguno de tus hijos sea docente?
- ¿¡Qué?! ¿Acaso vos te avergonzás de ser docente?
- No, yo no… pero me alegra saber que uno de mis hijos está terminado abogacía y la nena está estudiando… eso… ¿cómo se llama…? Relaciones Humanas, Recursos Humanos, no sé…algo así.
- Juana, te hago una pregunta… ¿tus viejos estaban orgullosos de vos cuando comenzaste a dar clases de inglés?
- ¡Imaginate! Mi mamá era costurera, mi papá tenía una tornería… los dos habían llegado sólo hasta 6º grado.
La escuela además de haber significado históricamente un maravillosos e inevitable artificio de inclusión social para cientos de miles de pibes, también lo fue de sectores docentes que hallaron, a través de ella, la posibilidad de incorporarse a la sociedad como profesional. No obstante ello, en los últimos años, la destrucción del sistema productivo por un lado y el crecimiento de la oferta del sistema educativo por el otro, impulsó a miles de ingenieros, abogados, contadores, etc. a volcarse a la docencia como salvavidas. Es decir, más por reacción que por vocación; la docencia como fatalidad antes que como tarea sustantiva. La escuela como un vertedero de nuevos excluidos sociales. La escuela como escenario de una gran estafa.
Hay una docencia mítica: la que evocamos los 11 de septiembre, la de la maestra abnegada que deja todo en aras de su apostolado educativo, la del guardapolvo almidonado e inmaculado como copos de nieve. Naturalmente, ese docente jamás existió en otro sitio que en Jacinta Pichimahuida y en los discursitos de los actos escolares.
Sin embargo, es cierto que alguna vez, la consideración social de la docencia como profesión fue diferente. Como era diferente la consideración social de la mayoría de las cosas. De alguna manera, la palabra del maestro tenía un peso, un lugar, un valor reconocido en el imaginario social. No económicamente, claro: la docencia siempre fue una profesión, no precisamente para pobres sino para aquellos quienes no priorizan el desarrollo material. (Aún así hay que decir que subsisten entre nosotros quienes creen que la docencia es un trabajo privilegiado: se trabaja medio día, 5 días a la semana y se disfruta como tres meses de vacaciones).
Sea como sea, la docencia como discurso se cayó, se desmoronó como se derrumbaron casi todos los discursos, los referentes sociales, casi todas las certezas.
¿Qué le pasó a la madre de Carolina, Carina o Corina que, supongamos, es una laburante de 45/50 años para poner a la docencia en el lugar de ‘mejor docente que cajera de Súper’? ¿Qué le pasó a su vida, qué le pasó a su mente, qué le pasó a su cuerpo?
¿Qué le pasó a Carolina, Carina o Corina, para preferir la caja del Súper a la docencia?
¿Qué le pasó a la docencia que se quedó afuera de esta sociedad hiper consumista dos veces: no ingresó ni como consumidor (ya que con “solo” el bono del sueldo docente te piden otra cosa más suculenta, para darte un crédito en el banco); ni como objeto de consumo ya que se intenta mercadear con un saber que, su target de mercado, su cliente natural, el consumidor por antonomasia que define la época que nos ha tocado vivir (los jóvenes), tiene su deseo colocado muy, pero muy lejos de donde nosotros hemos puesto nuestro kiosquito.
Fue la escuela la responsable histórica de que con su monumental tarea alfabetizadora promoviera ideas de comunidad, de nación… había que ir a la escuela porque, entre otras cosas, había que ser argentino; la escuela, no sólo el hecho de haber nacido aquí, era lo que nos enseñaba el sentido de la comunidad a la que pertenecíamos; nos enseñó nuestros símbolos, nuestro héroes... Hoy el sentido de comunidad parece estar mucho más cerca del FACEBOOK que de la escuela… yo no creo que esto sea necesariamente malo, como tanta gente cree. Sencillamente es. Tenemos que aprender del FACE y hallar la forma de que la escuela recree su lugar de comunidad.
No creo que, al menos en este caso, nos basten los viejos bueyes para arar el porvenir.
En “M’hijo el dotor”, hay un padre que tenía un hijo dotor, (ojo era “abogado”), estaba tan orgulloso de él que no alcanzaba a darse cuenta que el pibe era un chanta de cuarta. Aún así, Florencio Sánchez (aunque posiblemente no es el mensaje de la obra) creó una idea que quedó impresa en el inconciente colectivo nacional: la idea del padre ignorante que logra que su hijo obtenga a través de la educación un lugar social, un reconocimiento. Hoy esto pareciera uno de los tantos cadáveres discursivos de la clase media. A la luz de los nuevos modelos de éxito y de reconocimiento público, podríamos imaginar la reescritura de la obra, en donde un/a protagonista de generosas, pulposas y opulentas formas y medidas, declara en conferencia de prensa que no precisó, a diferencia de su padre, de la educación para llegar a ese momento de éxito, que todo lo logró por su esfuerzo y su talento. El título de la obra podría ser: MI viejo el dotor…
Con los labios donde se entremezclaban en un horrendo mazacote el color red-cherry de Avón con miguitas de Criollitas, Juana (la vieja de Inglés), 58 años, se entromete y me pregunta (en castellano, sí, pero de muy difícil comprensión dada la cantidad de galletitas que aún revolvía dentro de la boca):
- Y a vos ¿te gustaría que alguno de tus hijos sea docente?
- ¿¡Qué?! ¿Acaso vos te avergonzás de ser docente?
- No, yo no… pero me alegra saber que uno de mis hijos está terminado abogacía y la nena está estudiando… eso… ¿cómo se llama…? Relaciones Humanas, Recursos Humanos, no sé…algo así.
- Juana, te hago una pregunta… ¿tus viejos estaban orgullosos de vos cuando comenzaste a dar clases de inglés?
- ¡Imaginate! Mi mamá era costurera, mi papá tenía una tornería… los dos habían llegado sólo hasta 6º grado.
La escuela además de haber significado históricamente un maravillosos e inevitable artificio de inclusión social para cientos de miles de pibes, también lo fue de sectores docentes que hallaron, a través de ella, la posibilidad de incorporarse a la sociedad como profesional. No obstante ello, en los últimos años, la destrucción del sistema productivo por un lado y el crecimiento de la oferta del sistema educativo por el otro, impulsó a miles de ingenieros, abogados, contadores, etc. a volcarse a la docencia como salvavidas. Es decir, más por reacción que por vocación; la docencia como fatalidad antes que como tarea sustantiva. La escuela como un vertedero de nuevos excluidos sociales. La escuela como escenario de una gran estafa.
Hay una docencia mítica: la que evocamos los 11 de septiembre, la de la maestra abnegada que deja todo en aras de su apostolado educativo, la del guardapolvo almidonado e inmaculado como copos de nieve. Naturalmente, ese docente jamás existió en otro sitio que en Jacinta Pichimahuida y en los discursitos de los actos escolares.
Sin embargo, es cierto que alguna vez, la consideración social de la docencia como profesión fue diferente. Como era diferente la consideración social de la mayoría de las cosas. De alguna manera, la palabra del maestro tenía un peso, un lugar, un valor reconocido en el imaginario social. No económicamente, claro: la docencia siempre fue una profesión, no precisamente para pobres sino para aquellos quienes no priorizan el desarrollo material. (Aún así hay que decir que subsisten entre nosotros quienes creen que la docencia es un trabajo privilegiado: se trabaja medio día, 5 días a la semana y se disfruta como tres meses de vacaciones).
Sea como sea, la docencia como discurso se cayó, se desmoronó como se derrumbaron casi todos los discursos, los referentes sociales, casi todas las certezas.
¿Qué le pasó a la madre de Carolina, Carina o Corina que, supongamos, es una laburante de 45/50 años para poner a la docencia en el lugar de ‘mejor docente que cajera de Súper’? ¿Qué le pasó a su vida, qué le pasó a su mente, qué le pasó a su cuerpo?
¿Qué le pasó a Carolina, Carina o Corina, para preferir la caja del Súper a la docencia?
¿Qué le pasó a la docencia que se quedó afuera de esta sociedad hiper consumista dos veces: no ingresó ni como consumidor (ya que con “solo” el bono del sueldo docente te piden otra cosa más suculenta, para darte un crédito en el banco); ni como objeto de consumo ya que se intenta mercadear con un saber que, su target de mercado, su cliente natural, el consumidor por antonomasia que define la época que nos ha tocado vivir (los jóvenes), tiene su deseo colocado muy, pero muy lejos de donde nosotros hemos puesto nuestro kiosquito.
Fue la escuela la responsable histórica de que con su monumental tarea alfabetizadora promoviera ideas de comunidad, de nación… había que ir a la escuela porque, entre otras cosas, había que ser argentino; la escuela, no sólo el hecho de haber nacido aquí, era lo que nos enseñaba el sentido de la comunidad a la que pertenecíamos; nos enseñó nuestros símbolos, nuestro héroes... Hoy el sentido de comunidad parece estar mucho más cerca del FACEBOOK que de la escuela… yo no creo que esto sea necesariamente malo, como tanta gente cree. Sencillamente es. Tenemos que aprender del FACE y hallar la forma de que la escuela recree su lugar de comunidad.
No creo que, al menos en este caso, nos basten los viejos bueyes para arar el porvenir.
En “M’hijo el dotor”, hay un padre que tenía un hijo dotor, (ojo era “abogado”), estaba tan orgulloso de él que no alcanzaba a darse cuenta que el pibe era un chanta de cuarta. Aún así, Florencio Sánchez (aunque posiblemente no es el mensaje de la obra) creó una idea que quedó impresa en el inconciente colectivo nacional: la idea del padre ignorante que logra que su hijo obtenga a través de la educación un lugar social, un reconocimiento. Hoy esto pareciera uno de los tantos cadáveres discursivos de la clase media. A la luz de los nuevos modelos de éxito y de reconocimiento público, podríamos imaginar la reescritura de la obra, en donde un/a protagonista de generosas, pulposas y opulentas formas y medidas, declara en conferencia de prensa que no precisó, a diferencia de su padre, de la educación para llegar a ese momento de éxito, que todo lo logró por su esfuerzo y su talento. El título de la obra podría ser: MI viejo el dotor…

