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Rejas libertarias

Gracias al lanzamiento del proyecto de un nuevo Código Penal libertario, pude bajar a tierra las enseñanzas criminológicas a mis estudiantes universitarios.

José Luis Espert - Fred Machado

El primer día de clase de este año, en el mes de agosto, inauguré la cátedra de Criminología con un pedido de especial atención ciudadana, porque se trataba de un semestre cargado de política, con elecciones legislativas nacionales de medio término, el día 26 de octubre. A medida que se acerque la fecha, alerté, los candidatos subirán la apuesta penal y bajarán la edad del menor a encerrar, propondrán más penas, nuevos delitos y más obstáculos a la libertad.

Por incapacidad de plantear soluciones concretas o modificaciones estructurales que mejoren la calidad de vida de la gente, se absolutiza el remedio de la pena. Este es el ungüento medicinal que nos curará de todos los padecimientos, hasta de nosotros mismos, el mayor de los males según el análisis del jefe de asesores del presidente, Demian Reidel, expuesto en un foro económico internacional con el fin de invitar a empresarios extranjeros a invertir en una Argentina sin argentinos.

En el mes de octubre, agregué en clase, los candidatos no solo aumentarán las propuestas penales, sino también el tono, y lo harán con posturas corporales rígidas y gestos agrios, para que la seriedad del mensaje no sea objeto de la misma furia burlesca que el gobierno desató en redes sociales para ganar las elecciones.

Ética y estética dialogan continuamente, aunque a veces no interpretamos correctamente ese lenguaje. El político que se para frente a las cámaras como un barrote, difícilmente pueda negar que ama el encierro (ajeno) más que la libertad, por más que se la rebusque de libertario.

Un ejemplo reciente proviene del ministro de Defensa en el paso de campaña por su tierra natal, Mendoza, a raíz de la inauguración de una nueva sede de la Policía Federal. De pie, erguido, con camisa y traje slim, ajustados a un cuerpo trabajado que envidia la figura del marine estadounidense, el ministro se avergüenza de la levedad de las penas (aunque sean de veinte años de prisión), y alza la voz y agita los brazos en auxilio del voto para su nuevo cargo a diputado nacional, desde el cual solucionará los complejos y graves problemas de seguridad, con la sencilla y burocrática tarea de sancionar leyes, severas.

En su aguerrido discurso de campaña, el ministro vuelve a sus pagos como héroe de la libertad. A la manera de un Zaratustra a contramano, que sube en vez de bajar la montaña (Mendoza está a unos 800 metros sobre el nivel del mar, del que el funcionario regresa con aires libertarios -tras su ida como radical-, para ser ungido parlamentario en las alturas), anuncia que con su tarea de legislar salvará vidas, así, sin más, y con su propuesta de mayor dosis de prisión avanzará la libertad, sin ninguna otra explicación. Claro que las vidas que salvará serán las de los “mendocinos de verdad”, una especie del género libertario “argentinos de bien”.

Ver y escuchar el video de esta inauguración policial, permite entender muchas cosas: mi clase inicial, la relación entre las formas y el contenido, la lógica embustera y simplista de la política, principalmente en campaña, y el entusiasmo de los estudiantes por haber puesto a prueba las enseñanzas teóricas de la materia frente a un caso concreto, actual y público.

José Luis Espert es otro ejemplo de funcionario y político corporalmente abarrotado que vociferaba “bala o cárcel”, hasta que ambas propuestas comenzaron a dirigirse en su contra. A los narcos no les gusta el escándalo mediático por los 200.000 dólares que enviaron, ni las decenas de vuelos en sus aviones, o la camioneta blindada para sostener la campaña de este diputado nacional. El alboroto perjudica los negocios del crimen organizado, más si la ridiculez del actuar del beneficiado impide olvidar las huellas del delito.

Espert fue televisado para la posteridad fugándose en moto durante la caravana libertaria en Lomas de Zamora, una huida a medio camino estilístico entre las dos bandas adolescentes inglesas que simbolizaban el “pánico moral” de los 60, sin campera de cuero ni botas, con traje ajustado al estilo del ministro de Defensa, sin pelos revueltos ni casco, con muchos más años de los que permite la subcultura desviada juvenil, agarrándose con ternura del joven que conducía.

En Criminología está bien estudiado el caso Espert, y todo el fenómeno que lo abarca, conocido popularmente como mano dura o tolerancia cero, frontispicio bajo el cual el presidente presentó su proyecto de nuevo Código Penal y con el que terminó su breve discurso. Próximos a las elecciones los políticos libertarios comienzan a chiflar, a llamar la atención sobre una conducta criminal merecedora de castigo, por ejemplo, la corrupción peronista, para distraer la mirada de la propia corruptela.

Empoderados por los que escuchan ese silbido ejemplar, con la gratificación que provoca el poder del canto sirenaico (sin importar que la sirena mitológica nos termina devorando), los chifladores se convierten en “emprendedores morales” que, al mismo tiempo que viven del Estado o de los narcotraficantes (con frecuencia estos dos proveedores se entrecruzan), instalan en la sociedad verdaderas cruzadas contra el crimen, con la tranquilidad perversa del que sabe que las graves sanciones penales que resulten de esas aventuras institucionales, nunca serán aplicadas al emprendedor que chifló.

Estos casos nos anticipan la otra gran escenografía que inspiró estas líneas, el proyecto libertario de un nuevo Código Penal, presentado a la entrada del Complejo Penitenciario Federal I, en Ezeiza. El presidente y la ministra de Seguridad de la Nación fueron los únicos que hablaron, sentados los dos solos de espaldas a las rejas del complejo carcelario.

Es extraño, apenas dos años atrás, en el debate presidencial en Santiago del Estero, en el año 2023, él como candidato la devaluó a Bullrich por formar parte de la casta empobrecedora y, de modo más grave, por montonera que había colocado bombas, algunas en jardines de infantes, propio del terrorismo del que había formado parte, según repitió en programas de televisión de ese año. Ella centró su respuesta en condiciones personales del entonces opositor: mentiroso, calumniador y psicológicamente inestable.

Otra rareza es la ausencia del ministro de Justicia en la mesa presentadora, el área que tiene a su cargo las relaciones con el poder judicial y los proyectos de leyes vinculados a su organización y funcionamiento. Para más sorpresa, la propia ministra de Seguridad reconoció a Cúneo Libarona como el funcionario que presidió la Comisión de reforma. No obstante, fueron palabras de consuelo que marcan la inutilidad del área de Justicia en un tema vinculado a la justicia.

La sola presencia ministerial de Bullrich en la mesa del lanzamiento del proyecto es un símbolo que no necesita semiólogos ni individuos muy despiertos. En la argentina libertaria, policías, gendarmes y penitenciarios que dependen del área de Seguridad, son más determinantes para el orden público que jueces y fiscales relacionados con el área del ministerio de Justicia.

Es lógico, porque para este liberalismo nativo el orden (que proclamó el presidente en su alocución como precondición) está hecho de elementos físicos y tecnológicos, cárceles, muros, cerraduras, candados, armas, cámaras de vigilancia, uniformes. El orden libertario no se reconoce en la vigencia y el respeto de derechos y garantías, el libre disenso, el ejercicio de la ciudadanía y el goce de espacios de libertad cada vez mayores. Por el contrario, es un orden de rejas.

Si no ¿por qué fueron las rejas el persistente e intimidante telón de fondo de pantalla del presidente y la ministra? ¿Por qué presentaron el proyecto a la entrada de un complejo penitenciario y rodeados de uniformados?

Un Código Penal es un conjunto de normas que establece límites y fija responsabilidades en varias direcciones, gracias a lo cual se posibilita la convivencia en libertad. En una república y un Estado de derecho, codificar es trabajar para esa libertad. ¿Por qué los libertarios de estas latitudes degradan el código a manual de encierro, cual carcelero que se esconde bajo el heterónomo de jurista? Es tanta la celebración del encierro que, por momentos, las rejas detrás de Milei y Bullrich dan la sensación de dos presos leyendo sus reclamos por mejoras carcelarias. Si se apaga el volumen del video, no se sabe si el presidente y la ministra están de este o del otro lado de la reja.

La ministra de Seguridad habló tres veces más que el presidente. Informó que proponen el aumento de penas de casi todos los delitos vigentes como hurto, robo, homicidio, portación de armas, entraderas, estafas piramidales, viudas negras, secuestros virtuales, estafas procesales, cohecho, corrupción y delitos contra el Estado, sin olvidar, por cierto, los delitos complejos u organizados como el narcotráfico, la trata de personas, el secuestro extorsivo, la pornografía infantil.

También se crean nuevos delitos como los homicidios cometidos por barrabravas en lugares públicos con peligro a terceros, sancionados a perpetuidad, y las falsas denuncias vinculadas a delitos sexuales.

Bullrich se preocupó por aclarar que no había coronita en este reparto indiscriminado de penas, por lo tanto, del presidente para abajo, ministros, jueces y legisladores “van en cana” si roban.

Esta ensalada represiva (que la Inteligencia Artificial habría ofrecido al instante, con solo introducir como in put en el programa informático la consigna “aumento de pena” y alguna que otra acción novedosa), ha sido sobre condimentada con el único fin, asegura la ministra, de proteger a las víctimas, cuidar a las fuerzas armadas con más poder para actuar, castigar a los delincuentes y terminar con las organizaciones mafiosas y criminales, para lo cual el 82 % de los crímenes serán de cumplimiento efectivo, y la imprescriptibilidad pasará a ser la norma en todos los delitos graves.

Al terminar su discurso, concluyó que la doctrina zaffaroniana protege al delincuente, y esa protección daña a la sociedad, a las víctimas y a los estudiantes, no solo en el país sino en toda la región. Frente a ello la ministra alzó la figura de Milei como el fundador en la Argentina de una nueva y opuesta doctrina, la tolerancia cero.

El presidente, honrado, economizó su tiempo como solo un autocandidato al Nobel puede hacer, para gastar nada más que casi cinco minutos frente a tamaño desafío fundacional, cultural, doctrinario, institucional, jurídico. Con sus habituales tropiezos de lectura, le notificó a la sociedad que había terminado con los piquetes y enfrentado al narcotráfico, sin saber la audiencia cómo encajaba en este logro el desprendimiento del caso del narcotraficante Fred Machado que compromete a su Profe José Luis Espert.

Se jactó de la ley de reiterancia, de reequipar las fuerzas armadas y crear la Dirección Federal de Investigaciones para perseguir al crimen organizado, sin advertir que esa repartición es, en realidad, un Departamento que comenzó a funcionar pocos meses antes. Con tanto desinterés y escasa memoria institucional es difícil convencer a la sociedad de la seriedad y permanencia del nuevo paradigma.

Por cierto, al presidente difícilmente se le pasa por alto que estos logros meramente operativos son como jactarse por tener nafta en el tanque de los móviles policiales. Su desafío consiste en cambiar un “sistema de fondo” con las manos atadas de jueces, fiscales y fuerzas de seguridad para luchar contra los delincuentes. La tolerancia cero es el único camino para los argentinos de bien, como los mendocinos de verdad de Petri.

Con tan pocos minutos de exposición, Milei no tuvo tiempo de explicar el mecanismo para encarar el gasto estatal de la multitud que promete encerrar sin alterar el equilibrio fiscal, bandera que ostenta con orgullo un programa económico que no contabiliza la deuda externa.

Aunque el problema inmediato es otro, este proyecto de ley fundacional tiene que pasar necesariamente por el Congreso Nacional, el mismo que viene frenando sistemáticamente los avances autoritarios del poder ejecutivo y sus desplantes a la forma republicana, con el rechazo a los vetos presidenciales contra la declaración de emergencia en pediatría y el financiamiento universitario.

Ante esta exigencia constitucional propia del equilibrio de poderes, y con la recomendación reciente y firme del Fondo Monetario Internacional de lograr consensos, el presidente moderó su tono en esta parte del discurso pero dejó bien en claro que esta nueva etapa de seguridad prometida depende “directamente del Congreso de la Nación”, de “quienes estén sentados en las butacas del poder legislativo”.

Encerró a los legisladores en una encrucijada tan falaz como perversa: “una de dos, del lado de las víctimas o de los delincuentes, no hay puntos medios”.

Antes de concluir, al igual que la ministra, cargó el presidente contra Zaffaroni por invertir la carga de la prueba, convertir a la víctima en victimario y a este en aquella, además de relajar las penas. Sin embargo, los modestos roles que ocupó Zaffaroni no alcanzan para entronizarlo como el Napoleón argentino, a cuya merced habrían estado todas las instituciones del país. Para peor, de este alucinado desorden zaffaroniano Milei saltó, sin escalas, al empobrecimiento del país. No soy economista, pero me parece que con este tipo de brincos cualitativos no será galardonado en la ceremonia de Estocolmo.

¿Sabrá el presidente que el juez, profesor y jurista Raúl Eugenio Zaffaroni vivió toda su vida de las penas? Una vida coronada con cincuenta doctorados honoris causa otorgados por universidades del país y el extranjero, con célebres distinciones latinoamericanas, europeas y norteamericanas. Su principal esfuerzo consistió en hacer del castigo un instrumento republicano, prudente y proporcional, para evitar la crueldad innecesaria. En varias ocasiones discutió y criticó premisas teóricas del abolicionismo penal.

Este exjuez de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, sin desconocer su originalidad latinoamericana, no ha hecho más que promulgar las enseñanzas del liberalismo penal del siglo XVIII.

¿Tendrá la suficiente madurez política y honestidad intelectual el presidente para encontrar puntos de encuentro entre el liberalismo penal y el liberalismo de los próceres que tanto admira? La coyuntura política por la que atraviesa Milei y en la cual él mismo se metió, ¿le permitirá discernir el liberalismo en estado puro que pregona la menor dosis de gobierno, de aquel otro degradado a liberalidad de cúpulas estatales fagocitarias?

Con la excusa de un orden público basado en mayor encierro, esa liberalidad libertaria vernácula expande las agencias estatales de un gobierno que el liberalismo austríaco y norteamericano quisieron limitar, hasta su mínima expresión en la medida de las posibilidades históricas.