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La amenaza de las polillas está vigente

En el Día Internacional de la Libertad de Expresión, un repaso de este derecho fundamental y una reflexión sobre el presente de su ejercicio.
La redacción de MDZ conmemora el Día Internacional de la Libertad de Expresión. Foto: Walter Moreno / MDZ
La redacción de MDZ conmemora el Día Internacional de la Libertad de Expresión. Foto: Walter Moreno / MDZ

Describir el aroma que se desprende de esas pequeñas esferas blancas, usadas para colocar entre abrigos y ropa inhabitual, presenta dificultad, motivo suficiente para sintetizar diciendo: esto tiene olor a naftalina y mejor, porque las polillas siguen vivas y hambrientas.

Hoy se conmemora -perdón, corrijo- hoy deberíamos conmemorar y hasta quizá celebrar el Día Internacional de la Libertad de Expresión. No está en la agenda de la sociedad argentina ni en las efemérides del poder. Esto puede obedecer a varias razones. Vamos a ensayar algunas pocas.

Liberar a la verdad de su sometimiento ocasional

Antes de que Sócrates se empeñara en no dejar sus pensamientos registrados e inclusive antes de Erípides, otro griego, poeta y dramaturgo, sentenció que la primera víctima en una guerra es: la verdad. El crédito es para Esquilo. Lo que Esquilo no aclaró fue si luego de concluida la guerra, esa víctima -la verdad- tendría la suerte de recuperarse y seguir viva o quedaría olvidada en el siniestro campo de batalla, o calcinada en un espantoso horno, o quizá disuelta ante la detonación atómica. Esta introducción se justifica porque en 1946, después de que gran parte de la humanidad fuese víctima de la crueldad de sus congéneres, la incipiente Organización de Naciones Unidas, estableció en su Resolución 59, que "La libertad de información es un Derecho Humano Fundamental". A propósito, instó a los Estados miembro la adopción de medidas que fomentaran ese derecho, cuestión de alentar el modelo que da soporte vital a las democracias. Sobre esto hay pocas disidencias. El insumo indispensable para la democracia es la circulación libre de la información. Tan esencial como insuficiente, tan promocionada como manipulada.

La mejor película de la historia

Es innegable que la densidad de la verdad, en ocasiones satura y en otras, aburre, por lo cual deberemos estar eternamente agradecidos al genio de Orson Welles, que compiló en Citizen Kane varias cuestiones inherentes a lo íntimamente humano, al poder, a la ambición, al vacío existencial, y no casualmente, el imperio de aquél Charles Foster Kane, el protagonista, estaba constituido por "medios de prensa", capaces de acomodar la libertad al servicio de intereses no necesariamente generales. Reducir esa película sólo a los aspectos vinculados al poder que ejerce "la prensa" es irrespetuoso, pero sirve para tener una noción de la inevitable pugna entre "libertad y responsabilidad". También -como no- pone en evidencia lo que Camilo José Cela pronunció con categórica claridad en 1995 cuando escribió que se confundía "libertad de expresión" con "libertad de empresa", y no fue precisamente Cela un progresista y mucho menos, anticapitalista, sólo postuló poner las cosas en su justo orden.

Desapruebo lo que dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo

Esta frase atribuida a Voltaire enfatiza en el privilegio del concepto de libertad de expresión, inclusive, por sobre la razón, instancia que implica un enorme riesgo. Si el pronunciamiento no se atiene a la honestidad, y más aún, si no se calcula que puede tener consecuencias nocivas, esa libertad constituye un serio peligro. Un parangón pedestre podría establecerse diciendo que la libertad de circular no otorga derecho a atropellar a una persona y arruinarle la vida a varios. El límite jurídico de la velocidad no pretende un mundo lento, sino una actitud de consideración hacia ese otro. Con la libertad de expresión ¿no existe una máxima sugerida?

De parte de quién

Razonablemente, organismos que defienden la libertad de expresión estipulan algunas diferencias atendibles. También en esto debe prevalecer el principio de proporcionalidad. Ejemplos sobran. Un alto funcionario, puede expresar libremente su desagrado por algo y por alguien, en virtud del Derecho, que garantiza la inexistencia de la censura (previa es una redundancia). Un ciudadano puede manifestarse en contra de algún funcionario, sin que esto le signifique una amonestación jurídica. Un mandatario está habilitado para pronunciarse con sinceridad, considerando el lugar que ocupa y lo que su pronunciamiento puede provocar.

Periodistas somos todos

Cuando se reduce el concepto de defensa de la libertad de expresión al ejercicio del periodismo, desnaturaliza su propósito. El derecho que consagra la libertad de opinar y hacerlo público ya no se limita al oficio. Con el devenir de las tecnologías y el fomento al uso de las "redes sociales" (desarrollo empresario, comercial, privado), técnicamente, periodistas somos todos. Y lo que supone una libertad absoluta y ausencia de censura, no es verdad porque no se concluye con el espíritu que alberga a la libertad de expresión. No se consagra la libertad de expresión si no hay alguien que pueda leer, ver, escuchar, saber sobre esa manifestación. Seguramente quien lea esto haya padecido o conozca a quien haya sido impedido de hacer circular su opinión a través de alguna de las muchas ofertas de redes sociales. Esa "moderación" es exactamente el límite -deliberado y sin carácter público- de la libertad. Si acaso prefiere llamar manipulación, puede hacerlo aquí, sin cortapisas.

Libertad sin justicia

Mal podríamos renunciar al derecho de opinar y hacer circular nuestra opinión libremente. Con esa libertad que nos otorga el derecho según nuestra Constitución, ateniéndonos a las consecuencias que este ejercicio puede provocarnos, es que pretendemos celebrar esta jornada tomándonos la libertad de solicitarles a quienes ocupan lugares preeminentes en las instituciones públicas, que hagan uso de sus facultades, honren sus cargos, dignifiquen sus legítimos honorarios, dietas, sueldos, cumpliendo con sus obligaciones, esas que tienden a proteger la libertad, individual y colectiva, recuperando el sentido de la responsabilidad

Colisión de libertades

La libertad con la que el presidente Javier Milei publica conceptos tales como "deben odiar lo suficiente a los periodistas", choca, mediante su flagrante amenaza, con la libertad que aprovechan los periodistas (y otros millones de ciudadanos) en criticar lo que para ellos son desatinos, errores, ineptitudes, incapacidades, defectos de gestión, del propio presidente. La desproporción es innegable, además de lo inoportuno. Y resulta a veces incomprensible e intolerable, no sólo ese discurso beligerante, insultante, carente de profundidad tanto como de elegancia, sino además, la actitud pasiva o la inacción de los otros miembros de los poderes de la república. El artículo 212 del Código Penal de la Argentina no ofrece muchas dificultades para su comprensión. En el día internacional de la Libertad de Expresión: fiscales, jueces, legisladores y ciudadanos, están invitados a actuar con libertad, haciendo uso irrestricto de la responsabilidad que les cabe. Si cada cual no ejercita su músculo institucional, ya sabemos lo que ocurre. Las polillas saborean las prendas en desuso.