Ganadores y perdedores de un encuentro de candidatos que no sumó nada
Cornejo fue el más aplomado, De Marchi el que más arriesgó, Vadillo el que se fue de rutina porque no arriesgaba nada, Parisi el más nervioso y Jiménez el que más calmo se mostró.
El debate obligatorio que organizó la Junta electoral no tenía un formato que promoviera la confrontación, sino la exposición de ideas. Pero se topó con el problema del tiempo, la falta de experiencia y una dinámica errática. Era poco tiempo para exponer ideas, y un formato fallido para el debate real. Igual, hubo cruces, acusaciones, algunas ideas vagas, pero pocas precisiones. Muchas más expresiones de deseo que pautas concretas de qué, cómo y qué quieren hacer los dirigentes que quieren gobernar.
La transmisión sirvió más para consolidar adhesiones, que para sumar. Para algunos eso ya es ganar. En el análisis discursivo, hay más para obviar que para profundizar. Una retórica llama, oratoria pobre y ni una cita que amerite algo de entusiasma intelectual. La sobriedad extrema de Cornejo, las chicanas de De Marchi, el lenguaje soez de Vadillo, los furcios de Parisi y la corrección de Jiménez solo alcanzan para un pobre decir sin vuelo.
A nivel institucional y político hay un mensaje confuso. Lo positivo que tiene obligar a que haya un debate, lo contrapone algo que es doblemente perjudicial: tomarlo como única posibilidad de reunir a todos los candidatos. Para colmo, organizado por el Estado; por quienes conducen el Estado. Además la campaña 2023 fue tan especial que hasta ahora no había ocurrido ningún encuentro de los 5 candidatos, que no se cruzaron ni apretones de manos.
Cada candidato tuvo su punto fuerte y débil. También estrategias obvias. En general hubo poca empatía con lo que ocurre puertas afuera y mucho más de autorreferencia. Chicanas, recuerdos, datos al voleo y acusaciones tuvieron más recurrencia que las menciones positivas hacia la gestión futura.

Alfredo Cornejo fue el más aplomado y el que menos arriesgó. Al ser el candidato oficialista se preveía que fuera blanco de todas las críticas. Fue conservador en las promesas, adusto en los gestos y ahondó en su experiencia como gobernador. Allí trató de usar a su favor algo que en el contexto nacional podría ser una contra; ser parte de la "casta" y sobre todo haber gobernado. De hecho Cornejo puede convertirse en el primer gobernador en ser reelecto de manera alternada desde el retorno de la democracia. Casi no respondió cuestionamientos, apegado al guión de quien gobierna. Solo cayó en la tentación de responder al sugerir que sus pares habían mentido sobre el atril. Incluso obvió muchos temas que le ocuparon tiempo en el detrás de escena, como las denuncias contra Daniel Orozco. Cornejo se ocupa del tema mucho más de lo que dice y en el debate estuvo ausente; evitó oficial de denunciante. Ganó en aplomo, perdió en empatía por la sobriedad extrema de su mensaje.

Omar De Marchi es quien más podía captar la atención de los votantes dudosos, si es que el debate sirve para ello. Basó su campaña y el lanzamiento de una nueva fuerza política en el anticornejismo y por eso buscó desde el primer minuto denunciar a Cornejo por haber copado los espacios de poder. Provocó a Cornejo cada vez que pudo, pero el formato atentaba contra esas intenciones. "El candidato de la derecha", repitió varias veces, sin advertir que el campo visual solo lo alcanzaba a él. La referencia retórica a Cornejo puede haber tenido destinatarios obvios y pocos convencidos nuevos. Como su principal rival, tiene un rodaje político que le otorga más ductilidad frente a cámara. Ganó con algunas propuestas, pero la redundancia de los ataques hacia Cornejo aburrieron. Nuevamente, el formato atentó contra esas intenciones y desaprovechó tiempo.

Mario Vadillo era el que menos arriesgaba, menos tenía que perder y quien en ese rol sin responsabilidad tuvo la lengua más suelta. Su blanco no fue Cornejo, sino Omar De Marchi. También se apropió de un concepto que no tuvo "padre" en la campaña local: casta. Vadillo, perdido por perdido, tomó la bandera antipolítica, aún cuando ya fue legislador provincial, candidato a vicegobernador y formó parte de varias estructuras. Sin ataduras, hasta usó un lenguaje soez al hablar de "pernos". Detrás de escena Vadillo sonrió con el propio exgobenador y su candidata a vice. Ganó, sabiendo que sus posibilidades son escasas.
Omar Parisi fue el que más pagó el rigor del vivo, los nervios del debut y las dudas. Tuvo furcios, se tropezó con las palabras y confundió conceptos. Con el correr de la noche mejoró el desempeño cuando se apalancó en errores ajenos. "Gracias Cornejo por reconocer que Suarez no trabaja", dijo en un momento. Parisi tiene perfil bajo y no capitalizó la "humildad". Fue el único que lloró al hablar. Ensayado o no, soltó algunas lágrimas al recordar a su familia. La lista de temas le dio una oportunidad única: su campaña está basada en la propuesta de construir casas. No aprovechó del todo. Estuvo apegado al guión que usó en toda la campaña, con las mismas metáforas, anécdotas y propuestas.
Los dirigentes políticos mendocinos tienen fama de ser cordiales, amables y respetuosos, más por glorias pasadas que por un presente ilustre. Pues Lautaro Jiménez es quien quizá cumple más cabalmente con esas características. El candidato de la Izquierda mendocina fue el más correcto. Sin insultos, agresiones y golpes bajos, hasta mantuvo la compostura para denunciar que a su candidata a vicegobernadora la "borraron" insólitamente del debate. Jiménez gana en tranquilidad, pero pierde en carisma y énfasis. Casi como un pastor, habla tranquilo y pausado.

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