Clamores de la calle, ayer y hoy
El pasado domingo, cuando Javier Milei finalmente asumió la Presidencia de la Nación, fue un día histórico para nuestro país, por múltiples factores que no serán el objetivo de estas líneas.
Quiero centrarme en el factor que, seguramente, sea el más importante de todos: el 40° aniversario de la recuperación de la democracia. Desde que se viera a la (gran o pequeña, poco importa) marea humana escuchar y acompañar a Javier Milei en las distintas etapas de ese largo día, mucho se ha hablado de las similitudes que podría haber entre ese día y el 10 de diciembre de 1983.
Sin dudas que ese ejercicio comparativo, haciendo foco en los aspectos positivos de ambas “calles”, resultan un buen bálsamo para una sociedad que necesita a gritos contar con un mínimo de esperanza. Pero también creo que es importante no dejar de lado
aquellas cuestiones que marcan importantes diferencias. Aunque éstas no sean únicamente positivas.
Tanto en 1983 como el pasado domingo en las calles de la Capital se respiraba el cambio. Pero han sido dos cambios radicalmente diferentes. Por más “refundacional” (casi literalmente hablando) que sean el discurso, las ideas y las políticas de Javier Milei, se trata de un cambio ideológico (y, a lo sumo, cultural), pero no más que eso. Con la vuelta de la democracia se dio algo mucho más profundo, que es un cambio estructural en la matriz político-institucional de nuestro país.
Ahora estamos siendo testigos de un cambio económico e ideológico, pero en 1983 lo que se modificó fue el régimen mismo de la vida política y social. Y eso nos lleva a lo que, creo, es la segunda diferencia fundamental de las muestras de fervor popular de 1983 y la que vivimos hace unos días: el objeto de ese fervor. Cuando asumió Raúl Alfonsín, el foco estaba puesto en la recuperación de la democracia, no en él en tanto persona. Si Herminio Iglesias no hubiera quemado el cajón y Luder era electo Presidente, la algarabía social hubiera sido la misma. El foco estaba puesto en la verdadera esencia de lo que se estaba viviendo, que era la democracia.
En cambio, el eje de la alegría popular de este 10 de diciembre no era otro que el propio Javier Milei. Él es la forma y la esencia del aún naciente movimiento liberal-libertario. El nivel de enajenación popular con la figura de Javier Milei es tal que los mayores vítores que recibió fueron como respuesta a sus promesas del ajuste más monumental de la historia. Javier Milei podría llenar el significante vacío de “las ideas de la libertad” como a él le plazca, porque a la gente que fue a apoyarlo no le importaba el contenido de sus palabras, sino el hecho de que sea él quien las diga.
Se trata, claramente, de una típica relación líder-masa a la que tan acostumbrados nos tiene la política nacional. Ahí también se marca una diferencia entre 1983 y 2023: la vuelta a la democracia fue un cambio real y concreto en las formas en las que se venía
desarrollando la historia argentina, y Raúl Alfonsín encarnó ese cambio. Pero lo que Javier Milei encarna y expresa son los mismos modos personalistas y populistas (porque el populismo, recordemos, no es privativo de la izquierda) que han proliferado en la política argentina desde Rosas en adelante, con la sola diferencia del contenido del discurso que brinda.
Todos queremos (y necesitamos) que nuestro país salga de la situación de estancamiento que vivimos y sufrimos día a día desde hace tantos años, y ojalá el Gobierno encabezado por Javier Milei pueda ir en esa dirección. Pero a ese destino no llegaremos de la mano de un líder sino, como en el caso de la recuperación de la democracia, como fruto del esfuerzo conjunto.
* Ignacio Gallelli, el autor es Politólogo y Responsable de Asuntos Públicos en OPEN GROUP – Consultores en Comunicación.