La democracia huérfana
La forma en la que las personas formamos opiniones y sentimientos sobre las situaciones no siempre puede ser explicada fácilmente.
Hay hechos que nos movilizan profundamente a pesar de haber ocurrido en tiempos y/o lugares alejados, o bien cuestiones que ocurren a nuestro alrededor que no nos suscitan ningún tipo de reacción. En ese sentido, para muchos de los que hemos nacido y crecido en democracia, Raúl Alfonsín es una figura cuasi mítica. Para los más jóvenes de entre los argentinos, su nombre es igual de lejano que los de Perón o Roca (por citar solo a los que se podría decir que están “de moda” en estos tiempos).
Eso resulta, a la vez, una bendición y una maldición para él. Con el debido perdón por la autorreferencialidad, yo nací en 1988. Eso quiere decir que no viví el júbilo social que representaron las elecciones de 1983, ni el orgullo del Juicio a las Juntas. Pero también significa que no me indigné por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, no estuve en un lado de la “grieta” por la Ley de Divorcio, ni tengo recuerdos de la hiperinflación. Todas las luces y sombras concretas del gobierno de Alfonsín me son, como a todos los de mi generación, absolutamente ajenas.
No conozco al hombre al que el destino guiado por el voto popular lo depositó en el impensado lugar de tener que guiar la transición posdictatorial, sólo al símbolo en que se convirtió. En mi imaginario, el “Padre de la Democracia” no deja espacio al “Presidente Alfonsín”. Y sí, su gobierno fracasó, pero aún así en su despedida el pueblo se movilizó masivamente. Eso sí lo viví, y me emocionó profundamente.

El “lado oscuro” de haberse convertido en un símbolo es el hecho de que cualquiera puede tomarlo y hacer de él lo que le convenga, deformando el espíritu de lo que representa. El ejemplo más claro de esto ha sido el kirchnerismo. Néstor y Cristina tomaron el progresismo socialdemócrata que encarnó Alfonsín y lo transmutaron en un populismo de izquierda que terminó
empañando algunas de los ejes más importantes de lo que Alfonsín representó y representa, como los derechos humanos. Los Kirchner concretaron el anhelo del “Tercer Movimiento Histórico” tocando una canción de inspiración alfonsinista, pero con instrumentos peronistas. El resultado lo tenemos a la vista.
No considero que el intento de crear un “crisol ideológico” entre ambos partidos sea algo negativo. Al contrario. Pero el propio Alfonsín lo hizo de la mejor manera posible con su magnífica frase “Con la democracia se come, se educa y se cura”, la cual nos dice que la “Justicia Social” (concepto peronista, si los hay) solo puede alcanzarse mediante el respeto a las instituciones (piedra fundamental del pensamiento radical). Allí también radica su simbolismo.

Los políticos de estos cuarenta años de democracia nos han quitado a ese Alfonsín “simbólico” y, con él, le robaron al sistema a su principal referente, reducido a una chicana para captar votos para unos y un punching ball para otros. Nos han dejado una democracia sin padre, en la que la mitad de los argentinos no confía.
Quizás alguno o ambos de los contendientes del ballotage sean un peligro para la democracia. Pero más peligroso es que la sociedad olvide la importancia de este sistema. Y el primer paso para no hacerlo es hacerle honor al hombre que se convirtió en el símbolo de su recuperación hace ya cuarenta años.

* Ignacio Gallelli, Politólogo y Responsable de Asuntos Públicos en OPEN GROUP – Consultores en Comunicación

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