El nuevo Frankestein que se está armando si los jefes no deponen las armas
Kicillof, Kirchner y Massa deben resolver si reeditan un nuevo capítulo de Alberto Fernández presidente o si armarán una mesa de discusión política desde el día 0. Hoy sólo es cuestión de ganar.
Como sucedió en 2019, cuando el mensaje era "volvemos mejores" y "Cristina estará alejada y preocupada por la salud de Florencia", ahora el peronismo kirchnerista ha vuelto a poner todas las tensiones en una cápsula que explotará, si nadie depone las armas y busca consensos básicos, al día siguiente de ganar la elección del mes próximo.
Sergio Massa, pragmático y táctico, aprovecha, ahora estratégicamente, el silencio de sus aliados que, si se exponen, podrían dejar a Unión por la Patria fuera de la presidencia. Máximo Kirchner no se escucha. Martín Insaurralde fue contenido y sueña con una resurrección a través de Federico Otermín en Lomas de Zamora. Pero lo que pocos o nadie se pregunta es ¿qué hará la vicepresidenta cuando esté alejada del poder institucional y cómo trabajará con ella Axel Kicillof? El gobernador bonaerense es el verdadero y único sobreviviente del "Vamos por Todo" trazado en 2011.
Kicillof no es un hombre de guardar silencios. Pero su verborragia y predisposición para largos discursos no lo hace líder ni conductor de un rebaño lleno de lobos. Los intendentes que viajaron hasta La Plata esta semana para sacarse la nueva foto de familia ganadora siguen pensando lo mismo de él de lo que pensaban antes de esta reelección. Y esa opinión no es, precisamente, contemplativa.
A diferencia de sus aliados, como Massa y Máximo Kirchner, el gobernador no es de dejarse llevar por reacciones directas y amenazas de reprimendas políticas y económicas. Él confía mucho más que el tiempo siempre le termina dando la razón sobre su posicionamiento político y tiene una ventaja: parece que no le gusta mucho el dinero.
¿Pero por eso puede seguir mirando como si no pasaran los escándalos de la Legislatura bonaerense que sus compañeros manejan o la mafiosa distribución de las familias encargadas de administrar los bingos y casinos con la complicidad del Instituto de Lotería y Casinos?
¿Mantendrá su neutralidad ante la catástrofe ambiental provocada en la desembocadura del Río Luján, en la zona norte del Gran Buenos Aires, con la habilitación indiscriminada de nuevos emprendimientos urbanísticos que avasallan la flora y fauna preexistente? ¿No es que el medio ambiente es una de las banderas más progresistas que flamean los adherentes K de Unión por la Patria?.
¿Tendrá el temple y la decisión para dar vuelta como un pañuelo la agónica predisposición de la Policía Bonaerense que ya no repele sino que administra la tensión en el Gran Buenos Aires? ¿Operará con un cambio de fondo en la Justicia dominada por miembros que antes de firmar tienen que preguntar al gerente político que lo designó?
Preguntas que no tienen respuestas pero que representan una oportunidad para alguien que, íntimamente, sabe muy bien que muchas de las reformas o propuestas que tiene en mente no las podrá aplicar con los generales que tiene en la mesa de estrategia.
Máximo Kirchner creció en la Provincia de Buenos Aires, a diferencia de lo que muchos suponían. Con una docena de intendentes propios y fieles, más aliados prestos a salir en su auxilio, puso en serios aprietos la idea de emancipación kicillofista. Si bien esta nueva rama del peronismo K no se construyó, varios intendentes, como Jorge Ferraressi y Mario Secco, entre otros, la habían empezado a armar desde que construyeron, con Andrés "El Cuervo" Larroque, la Mesa de Ensenada.
Massa, al prometer un "gobierno de unidad nacional", está sometiendo a un replanteo de las fuerzas más ultras de su propio espacio. Lejos quedó la Concertación Plural de los que opinaban igual propuesta por Néstor Kirchner. Solo fue un envoltorio para que los progresistas que nunca tuvieron relación con el peronismo no tiraran más piedras y hasta convenció a los radicales, como ahora, para conformar un esquema de poder supuestamente más democrático. No sucedió.
Días atrás, un intendente del Gran Buenos Aires de Juntos por el Cambio advirtió que esos bríos de unidad podrían terminar siendo un "canto de sirena". "Mirá que si no vas a la foto que te convocaron, Sergio se enoja y te la va a facturar", le advirtió el dirigente que, a su vez, tiene un gran cargo en el Gobierno nacional y que en su momento supo ser candidato del Frente Renovador.
El jefe comunal eligió pasar a la invitación que le formulara un ministro para recibir fondos frescos para combatir la inseguridad, aunque ahora se mantendrá independiente en la puja contra Javier Milei, a pesar de que en la elección general recibió mucho de sus votos reclamando el corte. También consiguió un importante porcentaje del propio peronismo.
"Ahora Cristina Fernández de Kirchner puede decir que no será su gobierno sin ninguna culpa. La desconfianza no desapareció", se apresura a decir alguien que siempre está en el seno del Instituto Patria, ámbito desde el cual se tejen, a pedido, increíbles operaciones políticas y mediáticas a favor del propio Massa y en desmedro del candidato libertario ahora asociado con Mauricio Macri.
Los dos expresidentes tienen un mismo problema ahora. Hasta creen en lo mismo. En el lawfare. Siempre en su contra. El tema es que si el candidato de Unión por la Patria gana, creen en el kirchnerismo, "podremos, por lo menos, hacer mayor control de daño".