Salieris de San Martín

Dolorosas revelaciones de un país agobiado

La sensación de desazón agobia. Ni un atentado conmueve y une, aunque hubo un hecho extraordinario en medio de la promoción del desencuentro. Los datos que muestran una tendencia al individualismo más que a la construcción colectiva.

Pablo Icardi
Pablo Icardi domingo, 4 de septiembre de 2022 · 10:50 hs
Dolorosas revelaciones de un país agobiado
Foto: Federico Croce/MDZ

Sucedió un hecho extraordinario en Mendoza: siete personas que tuvieron el poder en sus manos, y que difícilmente se tomarían un café juntos, se pusieron de acuerdo para redactar tres párrafos y dejaron sus diferencias de lado. Alfredo Cornejo, Arturo Lafalla, Julio Cobos, Francisco Pérez, José Octavio Bordón, Rodolfo Gabrielli y Celso Jaque, todos exgobernadores de Mendoza, emitieron un comunicado conjunto para repudiar el atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner y bregar por la paz. Llama la atención la ausencia de Roberto Iglesias y quizá que no hayan incluido al actual Gobernador. Pero en contexto donde la crispación es la forma habitual de vínculo, un acuerdo es noticia y también algo fuera de lo común. Es una excepción para la regla general del desencuentro.

En el grupo de los siete evitaron sumar en su texto conceptos que puedan generar controversia. Saber resignar y dejar de lado ideas propias para lograr el bien común es un paso fundamental de cualquier negociación, también obviada en los manuales de la actual política fast word. Sí, son épocas de palabras rápidas, superfluas, estruendosas e hirientes; más que de discursos profundos y constructivos.

Vivimos en la cultura política fast word, que promueve la virulencia discursiva antes que los análisis constructivos profundos

“Fue fácil”, explicó a MDZ uno de los exgobernadores, refiriéndose a cómo se pusieron de acuerdo. “Instamos a toda la dirigencia política, sindical y social, a encontrar caminos de diálogo sostenidos en la tolerancia y el respeto, excluyendo todo tipo de agresión y descalificación del que piensa distinto.  Todos tenemos la responsabilidad de construir y fortalecer una democracia, sustentada en conductas que muestren voluntad sincera de conciliación y tolerancia”, dicen en dos de los tres revolucionarios párrafos del texto acordado.

Lafalla fue uno de los firmantes del comunicado. 

Agobio

Hay una sensación de agobio general. Un peso sobre las espaldas de los argentinos que genera desazón. Es decir: hay una actualidad dura, de crisis; pero una perspectiva de futuro también dramática. Quizá lo que más agobio genera es la estrategia del desencuentro permanente. No es solo de la clase dirigente.  Ni ante un hecho de gravedad institucional y humana enorme como el intento de homicidio de una mujer y vicepresidenta logró que haya gestos políticos y sociales unánimes. Argentina es un país donde hay muchas dificultades para aceptar algo con lo que no se está de acuerdo o, incluso, un hecho con el que se opina algo distinto, aún cuando sea verdad.

La Fundación COLSECTOR realiza un estudio anual para evaluar la calidad de vida y, entre otras cosas, se releva algo tan importante como medir el grado de felicidad, de estrategias de convivencia en comunidad y hasta de solidaridad. Tiene de virtud de seguir un método que permite comparar los resultados de manera anual, gracias al trabajo del politólogo Mario Riorda. En el resultado de este año, por ejemplo, hay algunas tendencias que duelen. Cada vez más argentinos tienen deseos de irse del país, sobre todo jóvenes y más aún entre las personas con mayor formación académica. Entre las personas jóvenes casi 8 de cada 10 manifestó esa idea. No es que habrá un éxodo de tantas personas, pero, a riesgo de caer en conclusiones simples, en Argentina hay una emigración de voluntades: no quieren estar acá, no están conformes con lo que viven y su deseo está en otro lado.  

Las marchas de apoyo a Cristina terminaron con proclamas partidarias y no unieron a todos detrás de la defensa de la Democracia. 

El otro dato doloroso para construir una vida en comunidad es que aunque la palabra solidaridad es ponderada, la mayoría de los argentinos desiste de participar de cualquier actividad colectiva. Solo el 14% dijo haber participado de alguna asociación relacionada con la educación de sus hijos (en la pandemia fue del 20%), solo el 4% fue o es parte de alguna cooperativa y la unión de los vecinos parece una utopía: solo el 9% formó parte de alguna organización de ese estilo. Tampoco parece ser motivador lo “corporativo”, pues no hay participación relevante en asociaciones profesionales. Entre los jóvenes la realidad es aún peor porque o por falta de motivación o de opciones, solo el 1% dijo haber sido parte de alguna organización. 

Las instancias de participación siguen vigentes, por suerte, pero cada vez tienen menos concurrencia. Así, quedan vacías de contenidos o, lo que es peor, dejan de tener representatividad; pluralidad y visiones. A mayor escala, entonces, no es descabellado pensar que a menos participación, mayor control en pocas manos. Así surgen proyectos que generan alguna idea de hegemonía en la toma de decisiones, que puede tener un divorcio con el sentido colectivo.  En la Nación, en la Provincia, en cada comunidad.

Hay una idea de ayudar al otro en alguna situación de emergencia (muchas veces la solidaridad se malentiende con caridad y asistencialismo) más que de gestión colectiva de las cosas. El orden de palabras por importancia es: libertad, solidaridad, orden; según el resultado de la encuesta. Además, la mayoría cree que “solo se puede confiar en poca gente” y, al mismo tiempo, creen que si alguien tuviera la oportunidad, se aprovecharía. Son respuestas a una encuesta, no datos relevados de un hecho emergente; pero igual son respuestas que duelen y no se condicen con esa ponderación supuesta de la palabra solidaridad.

La falta de palabras, de miradas hacia el otro tiene un correlato político complejo y que alerta. Promueve salidas individuales para el bienestar personal y también para canalizar de manera inhumana la ira, como la espantosa actitud de empuñar un arma para atentar contra una persona y la Democracia.

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