Salieris de San Martín

Ídolos y patrones: la distorsión de los líderes del país y Mendoza que complican una salida a la crisis

La crisis de representatividad tiene particularidades en el país y en la Provincia. Cristina es idolatrada y sus fieles le perdonan todo. Cornejo conduce con el temor ajeno como condicionante. En el medio, la crisis se agudiza.

Pablo Icardi
Pablo Icardi domingo, 21 de agosto de 2022 · 09:20 hs
Ídolos y patrones: la distorsión de los líderes del país y Mendoza que complican una salida a la crisis
Cristina y Néstor, tatuados para siempre en la piel de sus fieles.

Argentina y Mendoza, en particular, tienen un problema de liderazgos. No es nada novedoso, pues hay una crisis de representatividad en todo el mundo que se ha canalizado de maneras diversas.

La particularidad es que acá hay dos modelos disfuncionales de conducción política que distorsionan y condicionan. Es que hay más ídolos y patrones, que líderes.

Cristina en la piel

La llevan tatuada en la piel. Para toda la vida y de manera incondicional. Como ocurre con cantantes populares, deportistas de producciones épicas y hasta seres místicos; Cristina Fernández de Kirchner se ha convertido en ídola. Para un enorme grupo de ciudadanos, la vicepresidenta cruzó la barrera de los humanos para estar dentro del panteón popular de los falsos dioses, cuyas creencias ya no son tamizadas por la razón: creer o no, es una cuestión de fe.

El problema es que Cristina Fernández tiene en sus manos un capital político mucho más tangible que la espiritual creencia de un feligrés. Es la persona con mayor poder dentro del Gobierno; sobre todo poder de daño. Por carencias ajenas es, también, la única capaz de estructurar un plan de acción para el futuro dentro de la ecléctica alianza que representa el Frente de Todos.

La intendenta Mayra Mendoza, con Néstor tatuado. 

Tener a dirigentes políticos como ídolos genera una distorsión; pues nada de lo que haga el ídolo es cuestionable. De hecho ocurre lo contrario: se acomodan los argumentos para justificar cualquier acción. Que esa lealtad haga, por ejemplo, que todos los cristinistas desmientan que hubo corrupción en sus gobiernos y que se enriquecieron a costa de ese sistema (como se analiza en la causa Vialidad) es hasta entendible. Pero los feligreses hasta obvian expresamente que Cristina se haya enriquecido, que tenga una declaración jurada de difícil explicación. Nuevamente, la fe es incuestionable. El problema es que la fe es incompatible con la política, salvo en regímenes que no tienen especial cuidado por la democracia, el debate, la disidencia y la alternancia.

El cristinismo tuvo la virtud de saber capitalizar y ejecutar demandas sociales que habían sido postergadas y captó en un momento (sobre todo luego del 2010) la voz de activistas jóvenes que hallaron allí un espacio para hacer política. Díscolos y rebeldes para afuera, obedientes y disciplinados hacia adentro.  En el kirchnerismo hay mucho debate interno, pero las decisiones las toma una sola persona, quien desde hace años también se transformó en un tope al crecimiento de una generación de dirigentes. Lo vive y nunca lo va a reconocer, por ejemplo, Anabel Fernández Sagasti, la joven senadora nacional por Mendoza que es influyente como pocas, pero que tiene en Cristina su ángel y demonio: como fiel seguidora no da muestras de ninguna rebeldía para construir un camino más independiente, a pesar de su corta edad.

El fanatismo nubla la vista, pero los datos hablan. Desde 2003 Argentina vivió momentos de bonanza económica que no redundaron en mejor calidad de vida. Hubo años de mayor cantidad de recursos, pero no de desarrollo. En el medio sí crecieron las formas de “nombrar” y el país se llenó de eufemismos. Hoy, pleno 2022, vamos camino a tener la misma pobreza que en 2002, tras la crisis que hizo explotar al país. En la “década ganada” hubo más consumo, pero las familias no pudieron construir un modelo sustentable que incluya educación para sus hijos, trabajo estable y posibilidad de crecer. Tras la crisis por la caída del gobierno de De La Rúa y la devaluación de Duhalde, miles de argentinos tuvieron que construir estrategias de supervivencia. El cartoneo era uno de ellos. Hoy, 20 años después, hay miles de familias que siguen en esa rutina y ya son hasta tercera generación de cartoneros. Lo único que cambió es la forma de nombrarlos: recuperadores urbanos; un eufemismo conceptual para obviar que es un rebusque peligroso, un trabajo de mala calidad, sin acceso a derechos y que aleja de una vida cotidiana virtuosa a familias enteras. Es solo un ejemplo.

Con casi los mismos indicadores sociales que en la peor crisis argentina, las consecuencias no serán las mismas. En esa época no había ninguna red de contención social. Duhalde, de la mano de un mendocino, creó el plan Jefas y Jefes de Hogar como medida de emergencia para garantizar un ingreso mínimo (de 120 pesos). Fue el primer paso de una carrera larga. El Estado construyó una red de contención y asistencialismo enorme que sirve para la supervivencia de millones de personas, para disimular carencias, dibujar estadísticas (muchos destinatarios de planes sociales figuran como empleados) y contener posibles reacciones. Pero el monstruo se volvió contra sus creadores y ahora los políticos temen por el poder que tomaron quienes conducen a los sectores que viven en la informalidad y con planes sociales. Cristina fue la primera en advertirlo públicamente, pero no es la única.

El jefe

Cornejo y Tadeo García Zalazar.

A Mendoza la caracterizan como una provincia con una institucionalidad “ejemplar” por la alternancia que supo tener en el Gobierno y el funcionamiento que creen que existe en los poderes del Estado y otros organismos. Ese concepto hoy está en crisis por la particular configuración que hay en el oficialismo. Es más, hablar de oficialismo hoy trasciende el poder político y allí puede estar parte del problema.

Mendoza no tiene sus ídolos políticos. Cuesta creer que alguien lleve tatuado en su cuerpo una imagen de Alfredo Cornejo, aunque nada queda descartado. Sin embargo, también hay una forma de gestionar unidireccional que inmoviliza y condiciona. No es por la vía de la fe, sino más bien por el “extremo respeto” o, sin eufemismo, el temor. Al senador Alfredo Cornejo no lo ven como un semidios, sino como un patrón.

El exgobernador es el único dirigente político que elaboró un plan de poder y de gobierno en las últimas décadas. Fue un buen gobernador, con el tiempo justo en el cargo para no ahogar: sabia la Constitución de 1916 que le pone un tope, una pausa. Cornejo recuperó la autoridad del cargo, con un plan y reformas de fondo. Ganó la calle, ejecutó reformas en la Justicia que cambiaron casi todo (hay homicidios que llegan con condenados en menos de dos meses), recuperó el funcionamiento de los servicios básicos y aunque, según palabras de él, era una agenda “poco sexi”, la provincia volvió a tener un marco de sensatez en muchos temas. Al mismo tiempo construyó una trama política que trascendió el edificio de Peltier, con un control de la política, la Justicia, los organismos de control y hasta los colegios profesionales que ahora hacen dudar de aquella virtuosa institucionalidad de la que Mendoza se ufanaba. Mito o realidad, en cada espacio de decisión, refieren su nombre. 

El “cornejismo” sí tiene una impronta propia. Tanto que inmoviliza a los propios. El futuro del 2023 depende de la voluntad personal del exgobernador. Si decide ser candidato, ningún radical se anima a asomar. Menos van a mostrar o construir un proyecto de cara a esa fecha. Dirigentes nacidos y criados bajo su ala están en la misma. Le ocurre a Tadeo García Zalazar, una de las personas que realmente es de máxima confianza de Cornejo. Se preparó para ser gobernador, al igual que su mentor cree que si lo hace debe antes cranear un plan. Pero no se asoma porque su mentor político aún no se corre. García Zalazar no aprendió o no quiere emular lo que el Senador hizo para construir poder: tomar vuelo propio aún a pesar de ir contra quien lo había cobijado en el poder (es lo que Cornejo hizo con Cesar Biffi y Julio Cobos).

El problema de la estructura de conducción del oficialismo es que difícilmente “el cornejismo funcione sin Cornejo”. En el radicalismo algunos pecan de soberbia al haber nacido a ese calorcito que les dio el poder del senador. Pero gestionar es otra cosa y lo sufre Mendoza ahora, con una gestión que en muchas áreas se vive como un “tránsito” más que como una pasión. Hay funcionarios que van a cumplir 8 años en el mismo cargo, sin haber sido refrendados con el voto y sin haber tenido muchas luces tampoco. “Hay algunos que creen que van a seguir, como si fueran de planta”, explica un alto referente radical.

Alrededor del oficialismo explican, por enésima vez, que el exgobernador escucha, analiza y decide en equipo. Hay un punto común con el Frente de Todos: al parecer debate interno hay, pero deciden pocos o uno solo. Nadie puede acusar a una persona por las carencias ajenas y si la obsecuencia es el modelo elegido dentro del radicalismo para mantener el confort del poder, no es culpa de Cornejo. Tampoco que el PJ no logre construir un proyecto creíble y tenga el karma de las malas gestiones y la tara de solo construir discursos para mostrarse como opositor beligerante.

El Frente de Todos depende de una ídola, y Cambia Mendoza de alguien a quien muchos ven como un patrón. Esa disfuncionalidad atenta contra una dinámica política moderna; bloquea el debate y condiciona a generar nuevas ideas y liderazgos.

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