Crisis en el Gobierno

Los caminos de Alberto Fernández, un presidente con el poder secuestrado por el kirchnerismo

El presidente llegó al cargo con la idea de construir un Gobierno "abierto". Consiguió el cargo, pero tuvo el poder secuestrado. Los problemas de una coalición construida para el poder y no para la gestión.

Pablo Icardi
Pablo Icardi jueves, 16 de septiembre de 2021 · 09:17 hs
Los caminos de Alberto Fernández, un presidente con el poder secuestrado por el kirchnerismo

En noviembre del 2019 Alberto Fernández reunió a empresarios, dirigentes políticos y referentes para tratar de explicar su plan. La cena, realizada en el Hotel Intercontinental, generó alguna expectativa. Él y todos sus operadores trataban de mostrar una imagen distinta: que Alberto iba a construir un Gobierno moderado, independiente y abierto al diálogo. Claro, en la mesa estaba Wado de Pedro, quien capitalizaba más consultas y miradas que el propio presidente y oficiaba de supervisor. Justo fue el (¿ex?) ministro del Interior quien comenzó la embestida brutal para presionar al presidente ayer y que generó una crisis política brutal.  Una fractura expuesta peligrosa.

Aquella noche en el Intercontinental aparecieron los primeros síntomas del síndrome de Estocolmo de alguien que tiene el cargo de presidente, pero con el poder secuestrado. 

Alberto Fernández no ejecutó la "traición original" que necesitan los presidentes que llegan con poder prestado; la que necesariamente ejecutó Néstor Kirchner, por ejemplo. Pero incluso tuvo otras oportunidades de "recibirse de presidente" y empoderarse. Ocurrió al inicio de la pandemia, cuando tenía más del 80 por ciento de aceptación popular y en vez de construir su propio capital, eligió encerrarse en las sugerencias del ala dura del kirchnerismo

El apriete que el kirchnerismo ejecutó sobre el presidente no tiene muchos antecedentes, pues se trata de hacerle sentir el rigor a Alberto sobre quién tiene el manejo. No hay ningún funcionario relevante por sus ideas o políticas, más bien un grupo de jóvenes obedientes que llegaron a la políticas desde el poder. Fernanda Raverta, Luana Volnovich, el inocuo Juan Cabandié. Ninguno tiene relevancia. Pero sí traslucen otro temor. La Cámpora y el cristinismo tienen una capilaridad interna en todos los organismos del Estado que les permite tener algún control sin estar en el cargo. Lo vivieron incluso los funcionarios de Juntos por el Cambio cuando estuvieron en el Gobierno

Escenarios

"Si yo estuviera en lugar de él, le acepto la renuncia a todos, llamo a los gobernadores y hago un Gobierno de coalición con todos". La frase pertenece a un gobernador opositor y parece de sencilla ejecución. Pero es mucho más compleja. Cuando Alberto asumió, también surgió la idea de que el respaldo sobre los gobernadores del PJ podría ser una forma de equilibrar el poder. Tampoco ocurrió.

El Frente de Todos fue una alianza armada de manera intempestiva para ganar las elecciones. Tan brutal fue ese escenario, que la lista fue encabezada por Alberto Fernández, un dirigente que había denostado a su electora pocos meses antes. En el fondo hay un problema estructural. La coalición de Gobierno tiene fuertes problemas de convivencia porque no hay objetivos ni planes más que la intención de la supervivencia en el poder.

No es nuevo, pero sí más dramático que en otras experiencias. Los otros dos Gobiernos de coalición también tuvieron problemas. Ocurrió en 2001, cuando el FREPASO generó una crisis dramática en el Gobierno. En la gestión de Mauricio Macri también hubo dificultades de convivencia que fueron mejor sobrellevadas. La realidad política tiende a construir coaliciones para llegar al poder, pero que no saben convivir para gobernar. Son matrimonios por conveniencia que fuerzan su estadía en el hogar de manera tóxica. 

Los caminos que tiene como opción Alberto se desdibujan a medida que pasa el tiempo. Justamente el reloj corre en su contra, pues tras el apriete, no está claro quién gobierna

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