La costumbre de gobernar con más pensamiento mágico que gestión
El Gobierno nacional construyó una retórica pobre y atada al pensamiento mágico. No funcionó y las consecuencias son tangibles y dramáticas. El acuerdo político que no incluye el drama social que vive el país.
En Lavalle rocían con vino la tumba de don Teófilo para que haga algún milagro. El finado tenía apego al trago y era una buena persona que se llevó sus dones a la tumba. Él murió, pero sus virtudes, creen en el lugar, siguen vigentes. No le piden nada estruendoso, más bien ayudas parroquiales. "Para lo más importante está la Virgen", decía una de sus familiares hace algunos años, en la periferia árida de La Asunción. Es lo mismo que ocurre con cada mito, creencia y figura sobre la que cualquier persona puede arraigar su fe. Incluso, algunas veces, cercano al pensamiento mágico: si no lo podemos resolver nosotros, que nos ayuden los de afuera o incluso los del más allá. Para las creencias populares esa idea es legítima y hasta ayuda a consolar. El problema es cuando las soluciones mágicas se transforman en promesas políticas.
El pensamiento mágico está presente en cada construcción del discurso en Argentina. Con matices, claro. Es el propio presidente el que construyó, por ejemplo, la épica de la vacuna a principios de diciembre, en un acto tan osado que ni los jefes de estado de las potencias se habían animado. Entre ese mes y marzo, buena parte de la Argentina estaría vacunada. Llegó mayo y a falta de vacunas, se busca el mismo remedio que no cura. El problema no es lo que pasa, sino lo que se prometió. Alberto construyó una solución mágica, pero tuvo una respuesta bien concreta: conseguir vacunas no es una cuestión de fe, sino de gestión.
El aislamiento que decretó el Gobierno es un impasse por la crisis sanitaria aguda. Esa situación es real, pero también funcional. La urgencia y el temor por el impacto de la segunda ola sacan de carril nuevamente a otras prioridades de la gestión. Aislados y con temor. Sin embargo esos problemas no desaparecen, se profundizan y conviven con la pandemia.
Problemas mundanos
El propio Alberto Fernández firmó una paz transitoria con los gobernadores para consensuar el aislamiento. Pero dentro de una semana las tensiones volverán. El contexto social y económico es más complejo que hace un año. El desempleo se profundiza y la pobreza, sobre todo en los niños, también. En un año, por ejemplo, los recursos que necesita una familia mendocina para poder sobrevivir con los bienes y servicios mínimos subieron casi un 50%. Justo en el mismo período los ingresos de las familias cayeron por el desempleo. En abril del año pasado la canasta básica total costaba en Mendoza 39.194 pesos. Hoy esa misma canasta está valuada en 56.890. Bienes más caros para familias con menos recursos.
La inflación está lejos de la promesa mágica del 29% anual y erosiona de manera dramática las expectativas de las familias más pobres, que destinan gran parte de sus ingresos a comprar alimentos. Las pequeñas y medianas empresas, que son el motor de la economía y las principales generadoras de empleo, agudizan su crisis.
El impacto más grande se da en los niños, adolescentes y jóvenes. Si la pandemia golpea en ahora, la pobreza y la desigualdad están destruyendo en futuro. Es que 6 de cada 10 niños viven en hogares donde no alcanzan los recursos económicos para vivir. Los adolescentes quedan marginados de la escuela y los jóvenes, sobre todo mujeres, menores de 29 años son los más golpeados por la desocupación. La pirámide de la marginación en Argentina tiene una base cada vez más grande en las edades más bajas y sube más que el crecimiento vegetativo. Como ya explicó MDZ, desde el año 2002 comenzó en Argentina el plan de vivir en emergencia social: no se genera riqueza ni oportunidades para el tercio de la población que fue marginada de la economía. El enorme volumen de asistencia social es el anabólico que evita un mal aún mayor.
El acuerdo fugaz entre el Presidente y los gobernadores no incluye ningún debate profundo sobre el drama económico y social que vive el país. El problema para Alberto Fernández y para todos los gobernantes es que a diferencia de cualquier santo popular, tienen menos crédito para no cumplir. Si don Teófilo no cumple con el pedido de sus devotos lavallinos, difícilmente alguien le reproche. Si Alberto sigue con sus yerros y ampliando la brecha entre lo que dice y lo que ocurre, las consecuencias serán bastante más tangibles.

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