Congreso

Alberto Fernández y Axel Kicillof salen a escena con poco crédito personal y político

El año pasado, cuando cada funcionario se asentaba en su nuevo lugar de trabajo, tenía expectativas pero también dudas. Las mismas radicaban en la economía, las tensiones internas y la relación entre Nación y Provincia. Todo empeoró y vienen las elecciones.

Alejandro Cancelare
Alejandro Cancelare lunes, 1 de marzo de 2021 · 06:39 hs
Alberto Fernández y Axel Kicillof salen a escena con poco crédito personal y político
Foto: Télam

Cuando el año pasado Alberto Fernández salió desde Puerto Madero con su auto particular para llegar hasta el Congreso, las calles estaban llenas de júbilo y esperanza. Apenas asomaba la pandemia y sus gestos para cerrar la grieta le ganaban a la idea de un presidente limitado por su vice. Los oficialistas se entusiasmaban y los gobernadores e intendentes, opositores u oficialistas, confiaban con un cambio de clima y estaban dispuestos a acompañar

Sin embargo, en un despacho muy cercano al suyo, ocupado por un funcionario que cambió la comodidad de su antiguo trabajo para acompañarlo como ministro, insistía en que "tenemos que recuperar rápidamente la confianza y Alberto debe bancar el costo de no dejar siempre contenta a la señora (por Cristina Fernández de Kirchner). Será un año muy complicado, donde nosotros tenemos que hacer todo bien para tener una chance", reflexionaba en ese momento. 

Este ministro, también, repetía casi como un estribillo pegadizo las dudas que tenía con respecto de lo que podía pasar en la gobernación bonaerense, donde Axel Kicilof ratificaba todas las presunciones y no dialogaba con nadie más allá de quien lo puso, es decir la vicepresidente. 

Pasaron cosas

Además de que "pasaron cosas", como el Covid, también sucedió lo previsible. El presidente, que jamás había sido electo por la población para un cargo público de semejante envergadura, aparecía como un componedor entre las tensiones del Frente de Todos; hasta que llegó la primera carta donde su vice, la dueña de la mayor parte de los votos del conglormerado oficialista, alertó por los "funcionarios que no funcionan".

En la Provincia de Buenos Aires Axel Kicillof actuaba más como un "interventor" que un jefe político. Los zoom que se multiplicaron por la pandemia siempre eran una tortura para los intendentes que debían soportar "la clase" que les daba en la primera hora para luego escucharlos, aunque nunca había soluciones a los diversos reclamos.

Rutinas incómodas

El peronismo, mucho más el bonaerense, y también los intendentes de Juntos por el Cambio, prefieren el trato personal y el diálogo distendido que ofrecen las comidas o las visitas a los municipios. Sin embargo, nunca sucedió. Kicillof empezaba temprano su trabajo con una visita formal o una charla virtual para luego seguir con lo suyo. A las 20.30 su teléfono deja de recibir llamados para ocuparse a su hogar. 

Quien debía estar atento era su jefe de gabinete, Carlos Bianco. Hombre de una carga ideológica muy fuerte, solía discutir más que escuchar en sus primeros meses de funcionario. Más problemas para un esquema donde solo había dos ministros con experiencia política. La ministra de Gobierno, Teresa García, y el de Justicia, Julio Alak. El resto eran auténticos desconocidos para el mundo político.

Las decisiones del gobierno no encontraban la respuesta esperada. La pandemia empezó a preocupar por la pérdida de puestos de trabajo, el deterioro social y la impresión de billetes que casi explota cuando el dólar llego a $195. Y la paz política alcanzada por los acuerdos del AMBA con Horacio Rodríguez Larreta estalló cuando, sin avisar, se le quitó casi la mitad de coparticipación al gobierno de la Ciudad para asistir al gobierno provincial que había sufrido una revuelta policial sin precedentes. 

La frustrada intervención de la empresa Vicentín, las ocupaciones y usurpaciones de terrenos, el malestar policial que no se resolvió pero terminó con un posible acuerdo de gobernabilidad con la oposición fueron algunos de los errores autoinfligidos más importantes que opacaron el aceptable acuerdo con los bonistas extranjeros. 

Un año después tienen que seguir explicando por qué la sociedad les debe creer al lema "volvimos mejores". Con crisis, cepos, amenazas con la Justicia, sin educación por un año sin clases, los vacunatorios VIP y vla tensión dentro de la alianza gobernante, las buenas noticias no abundan. 

La apertura de sesiones de mañana debía servir para consolidar un mensaje ausente. Ni la pelea con la Justicia, su reforma, o el manejo de la Pandemia son cosas que la gente quiere escuchar. Y la esperanza, que nunca se pierde, escasea en las horas previas a los discursos. 

Para su tranquilidad el presidente y el gobernador saben que el sistema sanitario soportó la peor pandemia en siglos a pesar que no había mucho para la atención de los pacientes y el país no estalló. Sin embargo los abusos de poder, la presión a cada institución, medio periodístico, fuerza política o sector económico que no ofrezca una mirada positiva para la gestión impide que los no fanáticos piensen positivamente del oficialismo.

Ni siquiera los opositores que al inicio del mandato del Frente de Todos se entusiasmaron por el diálogo. Aquellos que desde Juntos por el Cambio casi se desentendían de su procedencia o los otros sectores peronistas que le dieron un voto de confianza tanto en Provincia como en Nación hoy tomaron una prudente distancia. 

Mañana habrá otros dos nuevos discursos. Se verá si despiertan entusiasmo o anticipan nuevas frustraciones.

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