La caída de Bashar Al Assad: ¿un triunfo o una nueva amenaza para Occidente?
Los "rebeldes" tomaron el poder en Siria e impondrán las reglas en el país tras más de 50 años de dictadura. ¿Es realmente una solución o un mal mayor?
La reciente caída del régimen de Bashar Al Assad en Siria ha sido recibida con celebraciones en diversas capitales de los países del mundo libre, donde se percibe el fin de una dictadura que, durante dos décadas, y particularmente en los últimos 13 años, sumió al país en una guerra civil devastadora, dejando alrededor de 500 mil muertos y millones de desplazados. Sin embargo, es esencial que Occidente aborde este acontecimiento con cautela y evite festejar precipitadamente, considerando las complejidades y posibles implicaciones negativas que podrían surgir. Veamos.
El proverbio de origen árabe “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” no aplicaría, en principio, para la crisis en Siria. Aunque al-Assad fue un dictador conocido por su brutalidad -se han documentado ejecuciones masivas y torturas sistemáticas en prisiones, incluyendo la de Sednaya, descrita como una "cámara de exterminio humano"–, su gobierno mantenía un Estado laico que permitía cierta coexistencia religiosa, incluyendo la práctica del cristianismo y otras minorías religiosas.
La caída de su régimen ha dejado un vacío de poder que muy probablemente será llenado por grupos rebeldes, entre ellos Hayat Tahrir al-Sham (HTS), una organización con raíces en Al Qaeda. Estas agrupaciones, en su mayoría, están compuestas por musulmanes sunitas yihadistas salafistas, una de las corrientes más extremistas dentro del islam sunita desde la perspectiva occidental. El líder de HTS, Abu Mohammad al-Golani, es una figura controvertida. Su trayectoria refleja un claro vínculo con el terrorismo internacional.
Al-Golani, cuyo verdadero nombre es Ahmad Hussein al-Shar’a, comenzó -en los primeros años de este siglo- como miembro de Al Qaeda en Irak bajo el mando de Abu Musab al-Zarqawi, uno de los yihadistas más notorios de la historia reciente. Posteriormente, se unió al Estado Islámico en Irak (EIIL) y estuvo encarcelado en ese país hasta 2011.
Poco después de ser liberado fue enviado a Siria y se convirtió en una figura clave en la creación del Frente al-Nusra, la antigua rama siria de Al Qaeda que se convertiría en HTS. Por eso, pese a su intento reciente por proyectar una imagen más moderada, su pasado lo persigue.
De hecho, en 2013, el Departamento de Estado de los Estados Unidos incluyó a al-Golani en su lista de terroristas internacionales, ofreciendo una recompensa de 10 millones de dólares por información que conduzca a su captura. En los últimos años, a pesar de los esfuerzos por distanciarse de Al Qaeda, las acciones de HTS en el terreno –incluyendo la imposición de la sharía y ataques a civiles– han demostrado la continuidad de una agenda extremista.
Lo que cabe resaltar es que el pensamiento radical de estas agrupaciones representa, ciertamente, una amenaza significativa para Occidente y sus valores. Su ideología promueve la implementación estricta de la sharía, la intolerancia hacia otras religiones y la justificación de la violencia para alcanzar sus objetivos. La historia reciente ha demostrado que grupos con esta ideología son responsables de actos terroristas a nivel mundial, causando miles de víctimas y generando inestabilidad en diversas regiones, incluyendo atentados en lugares emblemáticos de Occidente, como en París (Francia) en 2015, que dejaron 130 muertos.
Aunque algunos de estos grupos rebeldes han intentado presentarse como más moderados en los últimos años, sus férreos vínculos anteriores con organizaciones terroristas como Al Qaeda y el Estado Islámico (ISIS) siembran dudas sobre la sinceridad de su transformación.
No hay dudas de que, en lo discursivo, HTS ha buscado distanciarse de su pasado y proyectar una imagen más inclusiva, pero su liderazgo y acciones en el terreno aún reflejan su origen extremista. Tras la caída de Damasco, el domingo a la madrugada HTS emitió su primer mensaje al tomar el poder: "Anunciamos el fin de esta era oscura y el comienzo de un nuevo capítulo para Siria. En esta nueva Siria, todos coexisten en paz, prevalece la justicia y se defiende la verdad".
Y agregaron: "Nos comprometemos ante Dios y ante el pueblo lo siguiente: preservar la unidad y la soberanía del territorio sirio; proteger a todos los ciudadanos y sus propiedades, independientemente de sus afiliaciones; trabajar por reconstruir el Estado y sus instituciones sobre las bases de la libertad y la justicia; esforzarse por lograr una reconciliación nacional amplia y el retorno de los refugiados y las personas desplazadas a sus hogares en condiciones de seguridad y dignidad; hacer que todos aquellos que hayan cometido crímenes contra el pueblo sirio rindan cuentas de conformidad con la ley y la justicia".
Estas primeras declaraciones dejan más preguntas que respuestas. ¿La protección de todos los ciudadanos y sus propiedades, “independientemente de sus afiliaciones”, incluye a los cristianos y otras minorías consideradas heréticas por el fundamentalismo radical yihadista? ¿La “libertad” que se pregona será en términos de la democracia liberal? ¿La “reconciliación nacional amplia” será compatible con los derechos humanos y las libertades fundamentales que Occidente promueve? O, por el contrario, ¿es una amenaza velada que anticipa una nueva era de extremismo en Siria?
En este marco, si bien el mandatario estadounidense Joe Biden expresó su apoyo a los rebeldes, enfatizando la importancia de una transición democrática en Siria, la complejidad en el terreno ha sido insinuada por el presidente electo, Donald Trump. “Siria es un desastre, pero no es nuestro amigo, y Estados Unidos no debería tener nada que ver con ello. Esta no es nuestra lucha. Dejemos que se desarrolle, ¡no te involucres”, escribió el sábado pasado el dirigente republicano en Truth Social ante la inminente toma de Damasco por parte de los “rebeldes”.
Aunque la caída de un régimen dictatorial como el de Al-Assad puede parecer un avance positivo, es fundamental que Occidente analice detenidamente las posibles consecuencias de este cambio. Celebrar apresuradamente podría llevar a apoyar inadvertidamente a grupos que no comparten los valores democráticos y de derechos humanos que se buscan promover. En el caso sirio, todo parece indicar que es mejor cultivar la prudencia para evitar que una aparente victoria se convierta en una amenaza mayor para la estabilidad regional y global. Como se suele decir, no va a ser cosa que el remedio sea peor que la enfermedad.