Julian Assange

La vida de Assange según los españoles que lo vigilaban

De 2012 a 2017, una empresa de seguridad se ocupó de proteger al huésped más incómodo del mundo en su encierro en la Embajada de Ecuador en Londres.

domingo, 14 de abril de 2019 · 12:37 hs

Agarrado por tres policías y a gritos, un Julian Assange desaliñado y envejecido pisó la calle el jueves por primera vez en siete años. Abandonó a la fuerza el edificio de la Embajada de Ecuador en Londres, donde se había atrincherado para evitar ser detenido.

Un escenario que Assange, su equipo, el personal diplomático y el de seguridad se vieron obligados a compartir en una convivencia a menudo tensa en los 300 metros cuadrados del piso de la embajada.

El diario El País publicó que varias cámaras registraban sus movimientos en el refugio en el que acabó atrapado. Este es el relato de su día a día construido a partir de los testimonios de una docena de guardias de seguridad —a las órdenes de una empresa española— encargados de proteger la legación hasta 2017.

La vida de un fontanero valenciano se cruzó por segunda vez con la de Julian Assange en 2016, cuando recibió una llamada en la que una voz conocida le encargaba una tarea especial. Tenía que viajar desde el pueblo valenciano donde vivía hasta Londres para reparar una avería en un cuarto de baño.

El atasco está en el aseo del ciberactivista más buscado del mundo, en la Embajada de Ecuador. Cuatro años llevaba allí refugiado el antiguo periodista y hacker nacido en Australia en 1971, fundador de Wikileaks, la organización que en 2010 había filtrado a medios de comunicación un importante volumen de documentos y centenares de miles de comunicaciones internas de EE UU sobre las guerras de Irak y Afganistán.

Meses antes de refugiarse en la embajada, Assange había perdido un recurso para evitar ser extraditado a Suecia, que había cursado una orden internacional de detención por supuestos casos de violación y abusos sexuales. Ya en la embajada, Ecuador le concedió primero el asilo y luego la nacionalidad. Pero en cuanto atraviese la puerta y pise suelo británico, será detenido. El temor a ser espiado obsesiona a Assange y a quienes lo rodean en la Embajada.

Al fontanero lo llamaron los guardias de la seguridad privada de la misión diplomática. Necesitaban que arreglara el baño alguien de confianza, y a él lo conocían porque había trabajado cuatro meses y medio con ellos como vigilante, un año antes. Temían que, con el pretexto de arreglar el baño, se les colara la inteligencia británica. La factura de los cuatro días de reparación es tan infrecuente como el encargo: unos 4.000 euros. Assange ya podía volver a dejar correr el agua de la ducha. Lo hacía para entorpecer posibles escuchas, según recuerdan que les contó los guardias, que ocultan su nombre porque se comprometieron con su empresa a mantener la confidencialidad.

Este episodio revela hasta qué punto un incidente cotidiano se convierte en una complicación si afecta al huésped más incómodo del mundo, en ese momento perseguido no solo por el Reino Unido, sino también por Suecia. “Huésped” es el apelativo con el que se refieren a Assange los informes que redactan los vigilantes de seguridad; coloquialmente, algunos lo llaman El Juli.

¿Cómo han llegado unos vigilantes españoles a trabajar en la Embajada de Ecuador en Londres? Son empleados de UC Global, una empresa de defensa y seguridad privada registrada como Undercover Global S. L. en Puerto Real (Cádiz). Uno de sus propietarios es David Morales, buzo e infante de Marina, que se reparte el encargo de proteger la legación diplomática con la empresa Blue Cell, cuyo dueño tiene buenos contactos con el Gobierno ecuatoriano que entonces presidía Rafael Correa.

Morales fichaba en su entorno a exmilitares y exescoltas, pero también a personal con menor cualificación. Les ofrecía 2.000 euros al mes más gastos. Algunos son empleados solo unas semanas. Otros, años. UC Global trabajó en la Embajada desde poco después de la llegada de Assange hasta 2017, cuando perdió el favor de Ecuador al ser elegido Lenín Moreno como presidente.

“En la Embajada todo se llenó de cámaras, tanto hacia dentro como hacia fuera”, dice Txema Guijarro, hoy diputado de Podemos y entonces asesor de la cancillería ecuatoriana (el equivalente al Ministerio de Exteriores), destinado a Londres para ayudar a gestionar el problema diplomático que suponía tener en la legación al fundador de Wikileaks.

“Assange tenía siempre la obsesión de que esas imágenes podían ser hackeadas y de que, por tanto, les estuviéramos haciendo el trabajo de contrainteligencia nosotros mismos a los británicos”, rememora el exasesor. Se instalan monitores, una videograbadora y un equipo autónomo de alimentación en un cuarto de archivos. Los guardias lo bautizan “la baticueva”, como el cuartel subterráneo de Batman. La instalación permite, según asegura su responsable, que la señal audiovisual se vea en tiempo real en Quito.

De hecho, el servicio de seguridad no lo pagan ni la embajada ni el Ministerio de Exteriores ecuatoriano, sino la Senain, la Secretaría Nacional de Inteligencia, según afirmaba el embajador ecuatoriano en un documento interno enviado a un miembro de su Gobierno al que ha tenido acceso EL PAÍS. Creado por Correa en 2009, este organismo fue acusado de espiar a la oposición y terminó siendo desmantelado por su sucesor, Lenín Moreno. Una investigación del diario The Guardian calculó en cinco millones de dólares los gastos destinados a la operación para proteger —y vigilar— a Assange. Este miércoles, un día antes de su arresto, Wikileaks denunció el descubrimiento de lo que considera “una enorme operación de espionaje” a su fundador, pero uno de sus abogados, Aitor Martínez, asegura que este espionaje se ha producido en la época de Lenín Moreno, en la etapa en la que UC Global ya no prestaba el servicio.

Poco después de llegar a la embajada en 2012, Assange empieza a desconfiar y le pide al personal diplomático que le permitan trabajar con los equipos de grabación. Quiere averiguar quién lo molesta de madrugada desde la calle, arrojando pequeños objetos contra los cristales de las ventanas. El permiso se le concede, pero unos días después, cuando está usando el equipo en la baticueva, el guardia de seguridad de turno se lo impide. Discuten y forcejean. Es uno de los primeros desencuentros.