El reino: aciertos y deslices del tanque argentino de Netflix
Con un elenco superlativo e interpretaciones desparejas, este thriller construido sobre un manojo de intereses políticos y religiosos, apuesta por una narrativa coral y se limita a cumplir con lo justo las expectativas de lo que propone.
Tras experiencias un tanto fallidas como Edha y Estocolmo, Netflix patea el tablero con la producción argentina El reino, un thriller que se interna en un intrincado manojo de intereses políticos y religiosos en la carrera por el poder. Rodada bajo estrictos protocolos en plena pandemia, esta gran apuesta no tiene nada que envidiar a sus pares internacionales lanzadas desde el gigante del streaming.
El notable acierto de esta serie codirigida por Marcelo Piñeyro y Miguel Kohan, con guion del primero junto a Claudia Piñeiro, consiste en el aceitado dominio de una narrativa coral. Si bien da la impresión de que el protagonista absoluto es un pastor interpretado por Diego Peretti, el mismo peso tienen en la trama por ejemplo su esposa (Mercedes Morán), su mano derecha (Chino Darín), la fiscal encargada de resolver un impactante magnicidio (Nancy Dupláa); o el asesor de una fórmula presidencial que parece encaminarse a triunfar en las elecciones (Joaquín Furriel).
El punto de partida es un acto político de presentación de los candidatos a presidente y vice. Allí es asesinado el primero y queda flotando la incógnita de si el destinatario original del trágico desenlace era el segundo, es decir el pastor Emilio. El escandaloso episodio concentra la atención de los medios y de la Justicia, que en plena etapa de campaña solo está interesada en que el asunto se resuelva cuanto antes.
Si bien en varios pasajes se incurre en la tentación al subrayado de diálogos y explicaciones, El reino acierta en la construcción de un subtexto relacionado con el ascenso de la derecha conservadora de raigambre religiosa, como fenómeno que se replica en varias partes del mundo. El carácter local está propulsado por algunas alusiones al pasado reciente argentino, incluyendo la debacle de 2001, pero el material se ocupa de abrirse a una lectura más universal. Eso sí, la atención prioriza más los turbios manejos de la iglesia que es escenario central de esta historia, que los igualmente sucios negocios de la política. En este sentido, El reino se aferra a las cartas de un thriller más convencional que arriesgado, limitándose a cumplir con lo justo las expectativas de lo que propone.
En cuanto al festival de estrellas protagónicas, los aciertos en las interpretaciones son notablemente desparejos. Por ejemplo, el pastor de Peretti no alcanza los niveles de virulencia ni liderazgo carismático que debería ostentar, mientras que el joven burgués devenido en oveja descarriada que compone Darín, no adquiere la solidez que requiere su personaje. Por otro lado, Morán y Furriel encarnan con eficacia los villanos que les tocan en suerte, destacándose la actriz con un notable despliegue de recursos para darle vida a la controladora esposa del pastor. Finalmente, Dupláa se muestra sin fisuras en el impecable rol de una fiscal que se debate entre la búsqueda de la verdad y las presiones de sus superiores.
Más allá de los ingredientes políticos y religiosos, El reino también incluye una veta mística a través de un adolescente con poderes milagrosos que resulta clave en la trama. Este componente está astutamente dosificado para no eclipsar del todo la credibilidad de algunas situaciones que oscilan entre lo posible y lo insólito. Con varias vueltas de tuerca y un final que promete una pronta segunda temporada, esta serie continúa la apertura de horizontes para una producción nacional que tiene todo para aspirar a posicionarse como una de las más atractivas del mundo.