Homenaje

Cuento-homenaje al Torino: El milagro de las seis luces

Juan Martín Alonso, periodista y escritor mendocino, le rinde homenaje a la Misión Argentina que a bordo de tres Torinos hizo historia hace 50 años en Nürburgring, Alemania.

lunes, 12 de agosto de 2019 · 18:16 hs

El milagro de las seis luces

Quedamos boquiabiertos cuando vimos pasar al Torino número dos con una furia indescriptible sobre esa ruta 20. Alcanzó a tocar bocina como diciendo, tranquilos, no están solos en esta. Mi hermano Esteban me tomó del brazo y repitió “¡son los Torinos de Nürburgring! ¡Son los 380w que se le plantaron al mundo, huevón!”. Cuando mi hermano se pone enfático siempre termina sus frases con un huevón. Es mendocino hasta la médula. ¡Pero haceme el favor, no seas huevón!, te reclama a menudo. Yo me apoyé sobre el techo de nuestra cupé recién comprada en Córdoba y me mojé las manos. Veníamos a buscarla desde Mendoza y en el regreso la noche y el rocío nos habían atrapado en el medio de la nada. El auto dejó de funcionar y según un mapa rotoso del Automóvil Club, estábamos bordeando el Parque Nacional Sierra de las Quijadas.

Torino "seis luces".

Un escueto resumen de la aventura sería que se nos ocurrió ir a comprar una Torino a las tierras del cuarteto y en el regreso quedamos tirados camino a El Encón. Aunque, si me permiten, esta historia es un poco más larga y mágica de lo que parece. Éramos un punto pequeñísimo entre los casi seiscientos kilómetros que dividen a estas dos entrañables provincias. Necesitábamos que alguien se pusiera en nuestros zapatos cuando pasara por allí y dijera sin mayores miramientos, a estos los ayudo a salir de acá.

Lo que nos pasaba estaba dentro de las posibilidades, pensé mientras mi hermano y su hijo Joaquín charlaban de cómo le explicarían a la maestra que el lunes ya no iba a llegar a la escuela. Habíamos disfrutado todo el tramo de las Altas Cumbres y había quedado atrás Mina Clavero, El Nono, Villa Dolores. Íbamos derechito para entrar por el norte mendocino cuando una luz del tablero se encendió y el motor se apagó sin más señales.

-¿Qué pasa?

- No sé, se paró el motor.

- ¿Y esa luz?

- Que sé yo, se prendió de golpe...

- Tirate a la banquina, lo más a la derecha que puedas Juan, no vaya a ser que venga un huevón y nos lleve puestos encima...

Y así despacito quedamos en pana, como se dice, a las once menos cuarto de la noche donde allí nacen la oscuridad, y por supuesto, el frío.

-Vamos a ver, capaz que los solucionamos-, me dijo Esteban, corajudo, mientras se arropaba con la capucha de su campera. Bajamos y Joaquín nos miraba entre los dos asientos. Nada parecía estar mal, revisamos acá y allá mientras decidí apagar la linterna del celular que ya estaba sin batería. No había olor a quemado, más bien debatíamos por un problema eléctrico. En ese instante fuimos testigos del primer milagro de la noche: no muy lejos empezamos a ver cómo se acercaba a nosotros un auto que literalmente venía corriendo. Su bramido se hacía cada vez más intenso y las luces nos confirmaban cierta esperanza de que alguien nos ayudaría. Quedamos al borde de la ruta y allí cruzó por nuestras narices la cupé Torino número tres. Después de ver seis faros en el frente, me voló al carajo la gorra, a Esteban le despeinó los pelos y la capucha para quedarnos mudos. En el horizonte se perdían dos pequeñas luces rojas. Después del silencio, recuerdo perfectamente que mi hermano empezó a explicarme que era una réplica de las de Nürburgring, porque le vio el número tres en la puerta. Pero su relato iba aumentando en efusividad y empezó a meter los huevones de manera indiscriminada.

El legendario Torino número 3.

-Acaba de pasar la cupé que en Alemania Cacho Franco la hizo volar, huevón. Y que antes de que terminara la carrera la hicieron parar obligados porque hacía mucho ruido, huevón. Pero en realidad era porque les venía ganando a todos los Lancia, los Triumph, los Porsche. Trescientas cuarenta y cuatro vueltas dieron a ese circuito infinito y traicionero. ¡Traicionero huevón! Ahora, yo me pregunto, ¿Cómo este huevón que nos ve tirados acá en la ruta no frena y nos ayuda como cualquier hijo de vecino? ¡Estamos con un Torino, igual que él, somos torineros también huevón!

Yo no sabía bien qué decir y opté por el silencio.

-Ya alguien nos va a ayudar, vos tranquilo huevón!-, lanzó al final y se prendió un pucho. Nos subimos al auto y le pregunté al Joaquín:

-¿Viste el auto que pasó?

-Sí, lo vi tío.

-¿Y, qué me contás?

-Iba echando puta-, soltó sincero, pícaro, riéndose en el asiento de atrás, entre las camperas y la heladerita.

Esta cupé la buscamos dos años y la compra se dio por el resquicio menos pensado. Hurgamos por todas las webs de avisos clasificados del ciberespacio de los autos. Pero en Córdoba, un amigazo de la vida como el Juampi me confesó que un conocido suyo tenía una cupé guardada en un garaje y había decidido venderla. Cuando me pasaron las primeras fotos tuve la certeza de que debíamos viajar al corazón de la Argentina. Es roja, con los guardabarros gastados, aunque bien afirmada y sin nada podrido por debajo. Lástima que ahora se paró en la ruta y no pudimos hacer mucho para que arrancara.

-Escuchame Juan, ¿hace cuánto estamos parados acá?

-No sé, tres horas tal vez-, respondí.

-Y en esas tres horas, los dos autos que se dignaron a pasar por la ruta son dos Torinos, justo las cupé del 69. Dos desvelados que corren en la ruta por amor al arte ¿Qué es una joda esto huevón?

-Y qué sé yo Esteban...

-¿En qué pensás? Estás en otro mundo...

¿Te acordás lo que leímos en Facebook no hace mucho?

-¿El qué?

-Lo que leímos de esa chica en Facebook en el grupo de Torinos Unidos que contaba que ya no tenía a su papá, pero le había quedado la cupé con todos los recuerdos encima...

-Ahh sí. La piba había escrito algo de su padre...

-Sí, Ángela se llama creo. Y ella puso algo así: “Desde que no está papá, cada vez que abro la puerta del Torino se me derrumba el mundo”. Por eso te dije de venir a Córdoba a buscar el auto. Porque me acuerdo de nuestro abuelo y del papá cuando veo pasar una cupé. ¿Te acordás la tarde que nos llevó a todos al parque, que nevaba como nunca y sacó un montón de fotos?

En Mendoza, en el Parque San Martín, un legendario Torino en medio de una fuerte nevada.

-Sí, me acuerdo porque el huevón no le puso el rollo a la cámara. Y estaba tan enojado que el domingo nos llevó de nuevo para sacar fotos. Y nevaba más...

-Sí... ¿Te acordás del color de la cupé?

-Bordó.

-Exacto, bordó era. A veces uno no tiene amor por una máquina linda y bien pensada, sino por lo que significa. Porque detrás de cada auto hay una historia, una familia, recuerdos, anécdotas... Hoy los autos son todos más o menos iguales, redonditos, aerodinámicos, qué sé yo. Más seguros, claro, pero sin onda ¿viste?. Los arrancás y te llevan. Utilitarios, plásticos, eficaces. Pero los de antes, no sé, guardan historias. Mirá lo que hicieron los de la Misión Argentina, todos pilotos de la puta madre, más un grupo de mecánicos que se juntaron con los genios de Juan Manuel Fangio y Oreste Berta. Ellos lograron que el mundo nos viera y era un equipo formado con pilotos de todas las marcas, todos unidos. ¿Te has puesto a pensar hace cuánto tiempo que los argentinos no nos sentimos unidos por algo? En Alemania dicen que les preguntaban si era verdad que el Torino se fabricaba en la Argentina...

-Cuánta razón tenés huevón...

Charlamos un buen rato, me confesó lo triste que estaba por haberse separado, que estaba hecho mierda porque no lo notaba bien al Joaquín. Hasta que empezó a cabecear, me respondía con monosílabos y comprendí que era hora de dormir. Como pudiésemos hasta que llegue el sol del nuevo día y con más tránsito en la ruta -tal vez- podríamos salir de ahí.

El reloj del celular me devolvió las tres y cincuenta y siete. Suelo pensar que el mundo se detiene por un rato entre las cuatro y las cinco de la mañana. En plena madrugada me limpié los lentes cuando distinguí por el retrovisor un reflejo a lo lejos. Estaba todo empañado así que me bajé rápido para no despertar a los chicos y hacer señas de ayuda. Agité los brazos y reconocí a pocos metros a la tercera Torino que claramente me vio y me empezó a hacer cambio de luces. Pegó una frenada inusual, el auto se cruzó en la ruta luego de derrapar cinco o seis metros y se sintió cómo crujía la caja para empezar su marcha atrás. La número uno llegó a escasos metros de mis pies. Creer o reventar.

Torino 380w.

-¿Qué pasó? ¿Qué pasó?- me indagó el piloto, agitado, presuroso con el mameluco y el casco blanco.

-Se me plantó la cupé-, sólo atiné a decirle.

-Abrime el capó, pibe-, lanzó mientras se sacaba los guantes.

No podía entender lo que estaba viviendo. Tenía a mi lado a Luis Rubén Di Palma, sacando rápido el filtro de aire, buscando en el carburador vaya a saber qué secreto...

-¿Tiene nafta?

-Creo que sí.

-¿Cómo creo que sí? Decime bien pibe porque no tengo mucho tiempo, tengo que llegar al recambio, me está esperando Carmelo en boxes...

-Sí, sí tiene nafta, señor-.

No sé por qué le dije señor, hubiese querido decirle Loco. Hubiese querido decirle tantas cosas... También casi le pregunto a dónde iba tan apurado, pero menos mal que me callé la boca.

-¿Ya pasaron Cacho Franco y Perkins?

-Sí, ya pasaron, iban volando...

-Mejor. Ahí acomodé unos cables. No veo nada...

-¿Le ilumino con el celular?

-¿El celular? ¿Y eso qué es? Preguntás cosas raras vos, después en boxes me explicás. Acordate que es el treinta y cinco el nuestro. Mirá pibe, tenemos que llegar, me paré acá porque es un Torino y esto es un trabajo en equipo, pero no puedo perder más tiempo. Me vienen fallando las luces, tengo que seguir y con esta neblina no se ve un carajo. Encima más allá llovía y cada tanto se me cruzaba lindo el Toro. Fijate ahora si arranca-, Y el Torino se sacudió breve y largó la primera bocanada. El loco Di Palma bajó el capot de un saque y golpeó dos veces la chapa gritando:

-¡Te felicito pibe, no tenés un auto, tenés un pedazo de nuestra historia! ¡Nos vemos en boxes!-, corrió por delante de su cupé y salió disparado para perderse en el infinito del camino.

Pasando el límite entre Mendoza y San Juan, Esteban se despertó sobresaltado. “Arrancó”, me salió decirle. Dio media vuelta en el asiento y siguió durmiendo. Los primeros violetas en el cielo ya se veían cuando íbamos entrando a Lavalle.

En algún momento voy a tratar de explicarles cómo fue que pudimos seguir en camino, y sinceramente no pretendo que me crean. Sí les voy a pedir que cada vez que abran la puerta del Torino no dejen de soñar.

Este cuento es un homenaje a cada integrante de la Misión Argentina en su cincuenta aniversario. Y está dedicado a todos los amantes del Torino.