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De la fiebre del dorado al cuidado responsable: cómo cambió la costumbre de broncearse

Durante décadas, tomar sol sin protector apenas iniciada la primavera era una práctica habitual. Mientras más bronceada se lucía la piel, más a la moda se estaba.

Hoy persiste el deseo de lucir una piel bronceada, pero lo acompaña una conciencia creciente sobre los peligros de la radiación ultravioleta.

Hoy persiste el deseo de lucir una piel bronceada, pero lo acompaña una conciencia creciente sobre los peligros de la radiación ultravioleta.

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Durante décadas, tomar sol apenas iniciada la primavera fue una práctica habitual entre padres y abuelos. Hoy persiste el deseo de lucir una piel bronceada, pero lo acompaña una conciencia creciente sobre los peligros de la radiación ultravioleta y la necesidad de protección solar durante todo el año.

En Mendoza, donde el sol se impone con fuerza desde septiembre y las siestas veraniegas superan los 35 grados, hubo un tiempo en que el bronceado era símbolo de salud y estatus. Algunos recuerdan que apenas despuntaba la primavera ya se tendían al sol: en la terraza de la casa, en la pileta del club o en algún recodo del río, buscando ese tono dorado que se asociaba con vacaciones y vitalidad.

Las costumbres de entonces contrastan con las de hoy. Quienes vivieron esa época relatan cómo se untaban aceite de bebé mezclado con oliva para acelerar el bronceado o incluso jugo de zanahoria, convencidos de que el tono anaranjado potenciaba el color. Los horarios de exposición tampoco eran una preocupación: el mediodía, momento de mayor radiación, solía ser el preferido porque “el sol pegaba más fuerte”.

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En la actualidad, se extreman los cuidados antes de exponerse al sol.

En la actualidad, se extreman los cuidados antes de exponerse al sol.

Los testimonios de quienes buscaban en bronceado dorado

María, de 68 años, lo recuerda con nostalgia: “Con mis amigas nos pasábamos horas en la pileta del club, tumbadas en las reposeras con aceite en la piel. Nos reíamos de quién quedaba más morocha. Nadie hablaba de riesgos, el protector casi no existía”.

Por su lado, Carlos, de 55, añade: “En mi casa era común subir a la terraza a tomar sol. Mi papá decía que la zanahoria pintaba la piel, así que me bañaba en jugo de zanahoria antes de tenderme. A veces quedaba colorado como un tomate, pero lo veíamos como parte del proceso”.

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Décadas atrás, muchos tomaban sol hasta quedar bien dorados. Era una moda muy común entre nuestros padres y abuelos.

Décadas atrás, muchos tomaban sol hasta quedar bien dorados. Era una moda muy común entre nuestros padres y abuelos.

Qué dicen los expertos sobre broncearse

Hoy, esas prácticas generan asombro en las nuevas generaciones. Con el tiempo, la ciencia y las campañas de salud cambiaron la percepción: el bronceado dejó de ser sinónimo de bienestar y pasó a considerarse un signo de daño acumulado en la piel.

La Sociedad Argentina de Dermatología advierte que la radiación ultravioleta (UV) produce lesiones que se suman con cada exposición. El resultado: envejecimiento prematuro, manchas, pérdida de elasticidad y, en casos graves, cáncer de piel. En un informe sobre exposoma, la institución señala que no existe un “bronceado saludable”: todo oscurecimiento de la piel es la respuesta a una agresión solar.

La Organización Mundial de la Salud (OMS), en tanto, recomienda evitar la exposición directa en horas centrales del día y usar protección solar de amplio espectro durante todo el año, incluso en jornadas nubladas. Mendoza, por su altitud y cielos despejados, recibe altos índices de radiación UV, lo que refuerza la necesidad de cuidados permanentes.

Paula, docente en una escuela privada, cuenta: “Hoy en las escuelas hablamos de fotoprotección desde la infancia. Se enseña a usar protector con factor 50, sombrero y ropa clara. Ya no se trata de moda, sino de salud. El mensaje es claro: el sol es energía, pero también puede ser dañino”.

Los especialistas recomiendan aplicar protector solar media hora antes de salir, renovarlo cada dos horas, y complementarlo con medidas físicas: sombreros de ala ancha, gafas de sol y sombra en horarios de mayor intensidad. La hidratación también juega un papel clave.

Un cambio cultural

Así, lo que antes era un ritual casi social -reunirse en la pileta del club, tenderse en la terraza o buscar un rincón de río para “ponerse dorado”- hoy se resignifica. El bronceado dejó de ser un objetivo irrenunciable y se convirtió en una elección con advertencias claras: ningún tono vale más que la salud.

La memoria de aquellas prácticas persiste en el relato de padres y abuelos, pero la conciencia actual busca transmitir un legado distinto: disfrutar del sol, sí, pero con respeto, cuidados y protección. Porque en Mendoza, donde el sol brilla gran parte del año, la diferencia entre hábito y exceso puede escribirse en la piel.