Víctor "Pupo" Boldrini: "Las etiquetas de vino son como el póster de una película"
Es uno de los diseñadores referenciales del vino argentino. Junto a su socio, Gato Ficcardi, desde hace tres décadas recorren el camino en la identidad de la bebida argentina.
Nacido en el sur de la provincia de Mendoza, en el departamento de San Rafael, Víctor "Pupo" Boldrini ha sido parte de la transformación del vino argentino de los últimos años. Junto a su socio, el "Gato" Ficcardi, desde hace más de 30 años dedican su día a día a la confección del diseño de la imágenes de la industria.
Han sido más de 400 las etiquetas que esta pareja profesional de diseñadores han craneado, según algunas últimas exposiciones en las que han estado. Y se renuevan de manera permanente en la ardua tarea de mostrar lo que se está haciendo en la industria del vino en la Argentina.
Así como los vinos quieren encontrar su identidad, con las etiquetas también se está en esa búsqueda.
Mirá en este video la nota completa:
- En los 90 viene la gran revolución del vino argentino ¿Cómo fue esa transformación? ¿Ustedes la vivieron ahí en el comienzo?
- En los 90 empieza a cambiar el vino, en su concepto, en su estilo. Empiezan los varietales a tener más presencia y comienzan a hacerse vinos de mayor calidad. Y nos fuimos insertando de una manera muy fuerte en el mundo. Generalmente respecto a las imágenes, hasta ese momento las etiquetas eran tradicionales, basadas en conocidas de afuera: en algunas de Francia o Italia, principalmente. Después de eso, cuando nos insertamos en el mundo, nos dijimos a nosotros mismos que no podíamos ser iguales que ellos.
- Y hoy ¿logramos tener identidad en la materia?
- Yo creo que sí, más allá de que no es muy fácil de reconocerlo por nosotros mismos, porque como pasa en todas las culturas, tenemos una tonada que no percibimos. Como característica distintiva en el diseño de etiquetas, tenemos algo en el modo de poner las tipografías, los espacios.,, Debe ser por la educación visual en la que nos hemos formado. Es una educación más europea y se percibe en las tipografías, en el modo de ubicarlas, en el espacio, en el estilo, en las imágenes.
- En la actualidad hay mucha información disponible y a la mano: ¿cómo se hace para no tentarse en la copia?
- Primero hay una moral personal que te regula. Te puede gustar Borges, pero de ahí a plagiarlo es otra cosa. Hay que diferenciar entre copia, inspiración, coincidencia. Si probablemente otro ha recorrido el mismo camino que uno, y hay un diseño parecido, eso no significa que lo haya copiado. Otra cosa es que si vos admirás algo, pues algo se te va a filtrar. Si vos lees Borges, escribirás de algún modo similar. Diferente es agarrar un párrafo de Borges, ponerlo y firmarlo.
- Que interesante esa parte de la charla en donde comentabas que diseñadores que no se conocen en el mundo pueden hacer algo parecido. ¿Pasa mucho esto de encontrar diseños parecidos?
- Nos pasó un caso con El Gato. Estábamos diseñando un vino para Estados Unidos, y usábamos una bicicleta en el frente, porque la bodega, en San Rafael, está en una zona céntrica y está llena de bicicletas. Daba una sensación más eco y pusimos un pedazo de bicicleta acá y un pedazo allá. Hablo con un amigo de Chile, que diseñaba también muchas etiquetas de ese país y él estaba haciendo una muy parecida. Me dice... "¿Qué estás haciendo?" Estoy haciendo una etiqueta con una bicicleta. Le expliqué a mi cliente lo que pasaba. "No me importa. Hagámoslo igual. No le hemos copiado a nadie", respondió. Y seguimos adelante porque así lo decidió él.
- ¿Qué opinás al ver lo que hay en el mercado?
- Hay de todo. Hay más lindas que feas. Pero una vez le pregunté a un cliente cuáles eran las etiquetas que más le gustaban y me dijo: "Las que venden". Entonces ahí aparece otro fenómeno: "no es muy linda, pero la compran". La etiqueta tiene sentido cuando refleja lo que está adentro. Si eso es coherente con todo lo que está representando, va a estar bueno y va a ser lindo.
- ¿Cómo es tu relación con el vino? ¿Tomás vino?
- Nosotros crecimos tomando vino con soda. O sea, era algo normal en nuestra casa, el vino desde la jaula de metal que venían los vinos de litro y luego la botella o damajuana. Entonces para nosotros es algo habitual. Y también nos tocó estar en el momento de la transformación. Por suerte fuimos educando nuestro paladar porque tomamos muchos vinos, de muchos precios, entonces eso te ubica un poco.
- Y cuando llegan las nuevas generaciones... ¿vienen con ideas “revolucionarias” a romper el statuo quo, o no? ¿Cómo lidian con eso?
- Ningún chico quiere vestirse como el padre, quiere ser distinto. Y en ese afán de ser distinto, no hay chico que sea conservador. El chico arremete con todo. Y tiene un universo visual que le es propio. Hay espacio para todos, pero hay cuestiones establecidas. Por ejemplo, en los vinos de precios altos, el chiste no existe y es mal visto. El gag gracioso en la alta gama no es bien visto, en una marca de lujo los modelos no se ríen.
- Y cuando tomás o elegís un vino ¿por dónde entrás? ¿Por las etiquetas?
- Nunca. Estoy un poco intoxicado de esto. Generalmente tomamos preferentemente primero de nuestros clientes. Si hay para elegir, elijo primero de los clientes para que la rueda gire.
- ¿En qué piensan cuando están haciendo una etiqueta?
- Cuando hacemos una etiqueta nos gusta que se vaya descubriendo su significado de a poco, un poco también como el vino: que no haya obviedades. El vino es uno de los pocos productos que llega con el packaging a la mesa. Uno puede poner la mayonesa en la mesa, pero no se genera nada alrededor, nadie se pone a hablar del envase de la mayonesa. El vino te da cierta intelectualidad, y se requiere un poco de conocimiento que lo vas adquieriendo tomando. La etiqueta es como el poster de una película: no te la cuenta, pero te hace sentir que querés verla.
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