Pymes: la competitividad, la verdad sin anestesia
La competitividad en una pyme no se decreta, se construye. Con coraje, visión y decisiones políticas que prioricen el largo plazo por sobre la próxima elección.

La Pyme es el corazón del empleo argentino. Si la destruimos, no hay desarrollo posible.
Archivo MDZLa competitividad argentina no está en crisis. Está en estado crítico, en coma inducido, en especial en las pymes. A veces parece que le ponen suero con discursos y promesas, pero la realidad es dura: no se arregla con marketing ni con medidas parche. La competitividad no nace de un eslogan, se construye.
Hoy está condicionada por cuatro factores principales que no podemos seguir ignorando si queremos dejar de ser "el país del futuro que nunca llega" y pasar a ser el país del presente.
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La macroeconomía: una montaña rusa sin cinturón. Volátil, imprevisible y siempre al borde de un nuevo "plan salvador" que dura menos que un café. La relación dólar-peso argentino, medida en términos multilaterales, no es competitiva. Las sucesivas devaluaciones no solucionan nada si no se corrigen los fundamentos.
El mercado interno se protege y se achica. El externo, directamente se esfuma. No alcanza con devaluar para "mejorar competitividad"; se necesita estabilidad macroeconómica real, con reglas claras y previsibles. Sin horizonte, no hay inversión productiva.
Costo financiero: el enemigo silencioso
Acceder a crédito en Argentina es como buscar agua en el desierto. Las tasas son prohibitivas, más cercanas a un castigo que a una herramienta de crecimiento. Para muchas pymes, el financiamiento formal es ciencia ficción.
Una pyme hoy se financia con lo que puede: adelantos de clientes, créditos informales, o directamente no se financia. Esto mata la innovación, el crecimiento y la competitividad. ¿Cómo competir con países donde las tasas son de un dígito y hay líneas especiales para inversión productiva? Imposible.
Productividad: el tren que no arranca
Las zonas productivas están cada vez más lejos de los puertos, lo que dispara los costos logísticos. Sumemos rutas en mal estado, burocracia infinita, permisos duplicados, y el resultado es una estructura que sabotea cualquier plan de expansión.
La mano de obra sigue siendo "razonable" si la comparamos con la región, pero en términos globales ya estamos en desventaja. El déficit educativo empieza a pasar factura. La falta de capacitación continua y de incentivos para mejorar procesos deja a muchas empresas fuera de juego.
Presión fiscal: el martillo que rompe la mesa
El costo fiscal argentino no solo es alto: es asfixiante y distorsivo. Impuestos como Ingresos Brutos, Débitos y créditos bancarios y gravámenes al trabajo hacen que producir formalmente sea un deporte extremo.
La consecuencia es una economía dual: los que pagan, sangran; los que no, sobreviven en la clandestinidad. Menos empleo formal significa menos aportes previsionales y un Estado que se devora a sí mismo mientras promete soluciones que nunca llegan.
Mercado interno: una cancha inclinada
Dominado por oligopolios que fijan precios y condiciones, el mercado interno se convierte en una carrera cuesta arriba. Además, la baja de precios por recesión —sin cambios en las reglas del juego— solo conduce a quebrantos. Las empresas bajan precios para sobrevivir, pero el contexto no cambia: mismos impuestos, mismos costos, mismas trabas. Resultado: el cierre de empresas se acelera.
Como si fuera poco, la situación se agrava por el ingreso de productos importados que terminan de destruir márgenes y apagan cualquier intento de recuperación. Si una pyme quiere exportar, el panorama no mejora: retenciones, reintegros que nunca llegan, trabas burocráticas y costos logísticos impagables la dejan fuera de juego antes de empezar.
Las políticas actuales alimentan un espiral descendente. Más informalidad, menos recaudación, menos inversión en infraestructura y educación, más pobreza. Y así seguimos, como un hámster en la rueda. Cada vez hay menos empleo formal, menos aportes y más dependencia de planes sociales. La presión fiscal sube porque el Estado necesita recaudar para sostener un sistema que se cae.
Reforma laboral: la pata que falta
Sin una reforma de la ley laboral profunda y moderna, no hay futuro competitivo posible. Una reforma que piense en generar trabajo para los que no lo tienen, no en proteger a ultranza a los que ya están dentro. Debe haber competencia sana por el trabajo, reglas claras que permitan contratar sin miedo a la industria del juicio y sin cargas imposibles. Necesitamos un esquema que incentive la formalización y el crecimiento de los puestos de trabajo, no que premie la inercia y el statu quo.
Si queremos bajar el desempleo y reducir la informalidad, tenemos que dejar de asustar al que quiere tomar gente. Si seguimos con un esquema que desalienta nuevas contrataciones, condenamos a millones a seguir fuera del sistema, viviendo de changas y asistencias.
Construir, no embargar
Seguir embargando cuentas y persiguiendo con palos a las pymes sólo genera cierres, desempleo y más economía en negro. Es hora de crear un régimen tributario específico para micro, pequeñas y medianas empresas que incentive la inversión productiva, la formalización y la generación de empleo.
El Estado debe ser un socio que acompaña, no un verdugo que castiga. La pyme es el corazón del empleo argentino. Si la destruimos, no hay desarrollo posible.
El inversor que necesitamos no es el especulador que compra bonos y sale corriendo al primer temblor. Necesitamos al que apuesta por fábricas, maquinaria, innovación y trabajo local. Ese inversor necesita continuidad de políticas, menor intervención estatal innecesaria, acompañamiento ante crisis exógenas y, sobre todo, rentabilidad previsible. Sin previsibilidad, no hay apuestas reales.
Las grandes preguntas son:
- ¿La política actual da señales adecuadas? No.
- ¿La alternancia de gobiernos garantiza estabilidad? Tampoco.
El péndulo permanente y la polarización tóxica son el peor veneno para la competitividad y la inversión. Argentina necesita dejar atrás la grieta y apostar a políticas de Estado que duren más que un mandato y se conviertan en un compromiso nacional.
Como conclusión, si no creamos un ambiente inclusivo, que facilite la formalización, que reduzca la presión fiscal, que reforme el sistema laboral y que impulse la inversión genuina, el futuro seguirá siendo un eterno "mañana".
La competitividad no se decreta, se construye. Con coraje, con visión y con decisiones políticas que prioricen el largo plazo por sobre la próxima elección.
* Alejandro Bertin, empresario pyme.