Nueva historia

El abogado, el espía, los buitres, el kirchnerismo y el default: nueva saga se inaugura en Argentina

Quiénes participan y cómo son los manejos internos de las finanzas argentinas para no caer en embargos.

Carlos Burgueño
Carlos Burgueño lunes, 4 de noviembre de 2024 · 15:00 hs
El abogado, el espía, los buitres, el kirchnerismo y el default: nueva saga se inaugura en Argentina
Luis "Toto" Caputo, ministro de Economía Foto: NA

Luis “Toto” Caputo rara vez levanta la voz y muestra enojo. No es su estilo. Sin embargo, aquel 23 de abril del 2016, el entonces secretario de Finanzas del Gobierno de Mauricio Macri se permitió un momento de ira iracunda. Fue cuando en el medio de un “road show” de presentación de una emisión de deuda por unos US$ 14.000 millones (la primera del Gobierno que reemplazó a Cristina Fernández de Kirchner) y del acuerdo judicial que se había firmado unos días antes en el despacho del Special Master Daniel Pollack. Este era el abogado que el juez Thomas Griessa lo había nombrado negociador entre Argentina y los fondos buitres demandantes, que habían sido los victoriosos en el “Juicio del Siglo” por la deuda caída en default en el 2002. Y que litigaban por no haber aceptado entrar en los canjes de deuda del 2005- 2006 y el del 2010, todos durante el kirchnerismo.

Con los fallos de primera y segunda instancia en contra y con el rechazo de la Corte Suprema de los Estados Unidos de tratar la causa, el fallo en contra de Griesa quedaba en firme. Y sólo quedaba permanecer en rebeldía ante el mundo financiero internacional o negociar. Cristina Fernández de Kirchner se negó insistentemente. Pero Macri aceptó. Por decisión del presidente, Alfonso Prat Gay diseñó una estrategia final para llegar a un acuerdo, y el entonces ministro de Economía Prat Gay habilitó a Caputo para que se sentara con Pollack. Para los primeros días de abril se llegó a un acuerdo.

Y el 3 de ese mes se firmó el compromiso de un pago total por US$ 9.300 millones; en una operación que contó con el apoyo de varios bancos internacionales que emitieron deuda y liquidaron el dinero a los demandantes. Uno de ellos, el más importante, era el fondo buitre Elliot, que con esta operación pasaría a la historia por haber protagonizado uno de los negocios más brillantes de las últimas eras: había comprado deuda en default a fines del 2001 por unos US$ 30 millones, y se llevaba una transferencia final de 2.300 millones de dólares. Había que esperar 16 años desde la toma de la deuda casi en situación de impago y un juicio de casi 10 años. Pero, obviamente valía la pena. 

Alfonso Pray Gay junto a Luis Caputo. 

Ese 5 de marzo Caputo presentaba en Wall Street el acuerdo ante los principales fondos de inversión y bancos internacionales. Todos de primera línea. Que apoyaban la iniciativa de cerrar el “Juicio del Siglo” y avanzar en una próxima etapa en la relación de la Argentina con el mundo financiero. Lejana a la del kirchnerismo, pero respaldando al país y criticando abiertamente la acción de los fondos buitre; a los que, aseguraban los inversores mundiales, les cabría el profundo desprecio por sus acciones y actividades.

La reunión había sido organizada por un “amigo” de ambos mundos, que prestó su casa para el cónclave. Alguien le avisó a Jay Newman, el abogado del fondo Elliot, contratado especialmente por Paul Singer (el responsable de la casa de apuestas financieras); quién hacía sólo horas había recibido la transferencia de los 2.300 millones que le corresponderían a los demandantes. Newman entraba en la casa particular del anfitrión aquella tarde de abril del 2016. Pero al verlo a Caputo, mostró una irreconocible ira. “Este hombre se va inmediatamente de acá. Váyase”, dijo el secretario y negociador argentino señalando a Newman, quién, con una sonrisa, una reverencia irónica y un gesto de V de victoria en sus dedos, abandonó la reunión.

Más adelante en el tiempo, Newman y Singer serían noticia por su sonado divorcio. Casi un año después, en febrero del 2017, se anunciaría que la del abogado negociador dejaría Elliot y se lanzaría a la aventura de la independencia para fundar su propia casa de inversiones. Newman, el brazo armado y público del fondo buitre durante casi 10 años, se llevó en el divorcio parte del paquete accionario de Elliott, incluyendo en la repartición de activos, algunos nuevos bonos de la Argentina emitidos para pagarles a ellos mismos, aclarando públicamente ambos que la operación se concretó a petición de Newman porque considera que ahora el país era sano y pagaría sus deudas. No le salió bien la predicción. Se suponía que, en total, Newman se había llevado de Elliot unos 50 millones de dólares cash, más otros 50 en deuda recientemente emitida por el país. Tres años después, en octubre del 2020, durante el Gobierno de Alberto Fernández, esa deuda volvería a ser reestructurada. Y, por primera vez, perdería algo de dinero por haber apostado a favor o en contra del país. 

Luis Caputo exponiendo ante empresarios. 

Newman, hoy de 72 años y abogado de profesión, trabajaba con Paul Singer desde 1995, y fue entre octubre de 2001 y marzo de 2002 el principal operador de la compra de bonos argentinos nominados en dólares y emitidos en Nueva York. Se estima que los títulos fueron comprados al 18% de su valor, con lo que la ganancia que obtuvo por esperar superó incluso a la venta de armas como rentabilidad del negocio.

En algún momento de las negociaciones el propio Newman había hablado de su interés en invertir en el país, al que en el medio del “Juicio del Siglo” le veía gran potencial. Mencionó incluso en 2014 la posibilidad de tener algún interés en aportar capital para el desarrollo de Vaca Muerta, asegurando que si el país solucionaba sus problemas con los acreedores en default, podría acceder a financiamiento para el proyecto por más de US$ 40.000 millones provenientes de fondos de inversión dedicados a inversiones productivas. Evidentemente, y pese a su compleja actividad litigante, en ese proyecto “la vio”: 

No es el primer divorcio que sufrió Singer. El antecesor de Newman, Marc Brodsky, también abandonó al dueño de Elliott, pero en 2005. Se fue para fundar otro fondo especulativo, el Aurelius. En la negociación de su salida, Brodsky acordó llevarse parte de la deuda original en poder de Elliott. En total eran unos US$ 300 millones nominales, que fueron cobrados también en abril del año pasado.

El dueño del fondo buitre Elliott había mandado al que hoy es su mano derecha, Jay Newman, a negociar con los bancos internacionales JP Morgan, Citibank, HSBC, UBS y Goldman Sachs un posible acuerdo para que estas entidades le compraran, cash, la deuda de 1.660 millones de dólares que les debe la Argentina a los fondos buitre y holdouts después del fallo de Griesa de 2012, y ratificado por la Justicia de los Estados Unidos. El dúo Singer-Newman, de alguna manera, sentía que estar sentado a esa exclusiva mesa de discusiones con los grandes en serio de Wall Street, y tenerlos como los que les ofrecen una operación a ellos y no al revés, era como haber llegado a las primeras ligas del mercado financiero internacional. No hay que olvidar que, para Wall Street, aun para los autodenominados "lobos" de ese barrio, ser fondo buitre es una mala palabra. El problema no es representar a los márgenes del capitalismo y buscar rentabilidades espeluznantemente altas. En definitiva, y como decía "Gordon Gekko" en "Wall Street 1", "la codicia es buena". El problema, a los ojos de los grandes especuladores financieros internacionales, es que los fondos buitre están en otro tipo de negocio, diferente al de comprar y vender activos y ganar una diferencia en esa operación. El nivel de riesgo podrá ser alto o bajo, incluso a veces familiarizado con actividades ilegales ética o formalmente, como sucedió con las subprime de 2008. Pero siempre, para Wall Street, se tratará de comprar y vender activos financieros y cobrar una diferencia o comisión por esa operación.

Un fondo buitre hace otra cosa. No está interesado en la tasa de interés de un bono o acción, en la suba o baja del valor de una empresa o en la comisión que se le puede cobrar a alguien por cada punto más de rentabilidad en una operación financiera más o menos sofisticada. El fondo buitre espera que una acción o un papel de una compañía estén o vayan a ingresar en default, para luego recurrir a los tribunales y conseguir rentabilidades extraordinarias con un negocio legal y no financiero. Por esto, para Singer (que siempre fue despreciado por los "Gordon Gekko" del mundo de Wall Street), sentarse a la misma mesa que JP Morgan, Citibank, UBS y compañía era como tocar el cielo con las manos. O como mínimo, como una reivindicación.

Lo mismo sintió Newman al codearse con los operadores financieros de los bancos más importantes de Wall Street. Para ambos, negociar con los grandes, aun en una posición dura, tenía que necesariamente terminar en un apretón de manos que significara un acuerdo. Era la forma de demostrarles a los actores importantes del negocio financiero que estaban tratando con gente seria y confiable.

La inversión, que duró más que los gobiernos de cinco presidentes de Argentina, se convirtió en una labor de tiempo completo para Newman, dicen amigos. "No se iba a dar por vencido", señaló uno de sus allegados. 

En las últimas jornadas Newman, Singer y el “Juicio del Siglo” volvieron a ser noticias. El abogado acaba de publicar “Undermoney” un libro donde habla de sus experiencias en el mundo marginal de las finanzas internacionales, y, donde, obviamente, menciona el caso argentino y la causa de los fondos buitre. Pero lo hace de una manera particular. Ficciona el relato, un mecanismo que le permite contar verdades, medias verdades y cosas que nunca ocurrieron, para mezclar la realidad con el relato. Y, bicho difícil de capturar, cubrirse ante eventuales demandas judiciales. En definitiva, ante eventuales problemas, sería sólo ficción.

En “Undermoney” cuenta Newman que en el transcurso de la causa, contrató los servicios de un tal Amit Forlit, un investigador privado y ex agente de seguridad israelí, experto en ciberataques y hackeos de cuentas particulares. Y, según relata el autor, había robado correos electrónicos de funcionarios argentinos del gobierno de Cristina Fernández y Macri para mejorar su posición.  Se puede sospechar ahora porqué, cada tanto, Griessa se sorprendía por la entrega de información de parte de Newman. Se trataba de datos internos que manejaba el kirchnerismo y que explicaban ante los funcionarios del entonces gobierno cómo manejar las finanzas argentinas para no caer en embargos. 

Esta historia continuará.

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