La pasión y el aguante sostienen a un fútbol arruinado, por ahora
Dirigentes asfixiados, entrenadores equilibristas, jugadores desmotivados y arbitrajes impúdicos ponen en riesgo una estructura sólo sostenida por el hincha.

Con su sola presencia, los hinchas del fútbol argentino sostienen hoy una estructura cada vez más endeble.
Claudio Gutiérrez / MDZLa cultura del aguante, famosa y polémica por demás, se transformó en un sostén fundamental en diferentes ámbitos de la República Argentina. Se pasea por la música, está metida en la política, va y viene en las luchas de la calle, y ahora se transformó en un cimiento firme y resistente en un mundo tan hostil como apasionante: el del fútbol.
Es la pasión, estúpido. Una vez más, el tablón pone de manifiesto y expone, con lujo de detalles, las miserias del deporte más hermoso de todos. Desde las butacas más relucientes hasta los escalones más añejos, la pasión y el aguante sostienen, por ahora y solamente por ahora, una estructura endeble, despintada, que muestra los ladrillos y pide ayuda a los gritos.
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Y con su sola e inestimable presencia, tanto en las tribunas, como en las redes, en la calle y en la vida, los hinchas mantienen la llama encendida de un mundo cada vez más golpeado, vituperado, que sufre cada golpe como si fuera el último y no logra despegar. Por ahora.
Muñeco a la lona
Ahogados, apretados, asfixiados. Fundidos. Con la espada, el escudo y la cara pintada, pero de rodillas. Rogando por monedas o porque no los manden al descenso. Pidiendo disculpas y cuidando cada palabra, cada expresión, cada mango.
Cooptados por el poder, no les queda otra que ser cómplices. Porque el que se rebela, pierde. Y no sólo pierden ellos, sino todos los demás. Son responsables de sostener un aparato gigante que se lleva puesto todo por delante. Pero ahí están, poniendo el pecho, con lo que pueden y tienen. Por ahora.
Acróbatas del banco
El trabajo más peligroso del mundo. Ni picando la mina más riesgosa, ni limpiando los vidrios del rascacielos más alto, ni mucho menos coqueteando en la jaula del león más hambriento. El laburo de director técnico en la Argentina se transformó en una verdadera odisea.
Van y vienen, de una oficina a la otra, de una obra a la otra. Pisan sobre arenas movedizas, caminan en un suelo que se hunde en cualquier momento. Dependientes de si la pelota pega en el palo y entra o sale, transitan un sinuoso terreno con obstáculos de todo tipo. Son los equilibristas del fútbol, los acróbatas del banco. La cuerda resiste, por ahora.
Víctimas del sistema
Parte de un ecosistema agobiado, el futbolista es el último eslabón de la cadena. Sufre el contexto como ninguna otra pieza. Y se contagia, se contamina. Traslada toda esa mugre reinante al campo. Es como un vector que multiplica el virus y no encuentra el remedio adecuado.
Traspasados por un sistema que no admite una derrota, un empate, un pase mal dado ni un centro atrás del arco, los verdaderos protagonistas de esta película buscan la escena menos importante para aparecer como actores secundarios, detrás del telón, sin mostrarse mucho. Tocan para atrás, van a la segura, no gambetean, tiran caños ni sombreros. El que arriesga, en este caso, pierde. Por ahora.
La ley y el desorden
Al combo explosivo le faltaba ponerle la mecha y buscar el encendedor. He aquí el punto cúlmine de la historia. El desenlace, ese que te puede hacer reír o te puede hacer llorar en un minuto, o en noventa. La justicia de la injusticia. Fantasía o realidad.
Como en el país, los encargados de ordenar, desordenan. Los que deben equilibrar, tiran todo por la borda. Los que tienen la obligación de impartir justicia, condenan al inocente y dejan libre al culpable. A veces por falta de aptitud, otras de actitud, y tantas otras porque también son parte del sistema. Por ahora.