La niña que rompió los esquemas con su perfección: quién fue Nadia Comaneci
Nadia Comaneci rompió todos los esquemas en los Juegos Olímpicos de Montreal. Tanto, que ni el tablero estaba preparado para su perfección. La historia de la gimnasta más importante de la historia.
La escena nos trasladará a los XXI Juegos Olímpicos, durante 1976. Por esos días, Montreal era la ciudad más moderna y multicultural de Canadá. Tras un aplauso unánime, el tablero registraba una puntuación insólita “1”. La voz del estadio debió aclarar que en realidad Nadia Comaneci, la gimnasta más importante de la historia, se había sacado un “10 perfecto”, algo tan insólito que ni el tablero estaba preparado para reflejar.
Ese día nació la leyenda.
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El contexto
Montreal había tenido el privilegio de ser sede de la prestigiosa “Expo del 67” buscando consolidarse como una metrópolis global, reuniendo desde su llamativa arquitectura moderna hasta tradiciones francesas y anglosajonas. Esta hermosa ciudad de la provincia de Quebec había intentado ya ser sede de los Juegos Olímpicos en reiteradas ocasiones.
El gobierno de Canadá quería tener todo estrictamente planificado para albergar semejante evento. Fue tal la ambición por querer destacarse que dicha organización sufrió varias complicaciones. El intendente montrealés, Jean Drapeau, lideró el proyecto con grandes pretensiones, sobre todo con la construcción del Estadio Olímpico, que curiosamente no llegó a completarse a tiempo y le generó enormes deudas multimillonarias que la ciudad tardó 30 años en pagar. Como si eso fuera poco, hubo un boicot fuerte: 29 países africanos no participaron en protesta por la presencia de Nueva Zelanda, cuya selección de rugby había realizado una gira por Sudáfrica pese al apartheid. Además, la República Popular de China y la República de China (aunque no parezca eran estados diferentes) tampoco acudieron al evento.
Los protagonistas inimaginables
Pese a las complicaciones previas, los Juegos Olímpicos del 1976 tuvieron muchas cosas para destacar: las competiciones de baloncesto para mujeres fueron incluidas por primera vez, así como el remo y el balonmano. Por su parte, el nadador John Naber ganó cuatro medallas de oro, todas con récord mundial, siendo una de las figuras del torneo. También fue destacable que el atleta cubano Alberto Juantorena logró algo nunca visto, ganando los 400 y los 800 metros, algo que nunca nadie había conseguido antes.
El líder del medallero fue la Unión Soviética con 125 medallas en total, seguido por Estados Unidos y Alemania Oriental con 94 y 90 respectivamente. El orden de igual manera se mide por mayor cantidad de medallas de oro.
También la tabla de medallas totales tuvo algunos países que sorprendieron. Tal es el caso de Rumania, que hizo la mejor actuación olímpica en su historia. O porque no, la sorpresa de Jamaica logrando su primera medalla de oro gracias a la actuación del corredor Donald Quarrie en los 200 metros. Por último, es memorable la performance de Bulgaria, quien a pesar de no ser considerada potencia finalizó sexta en el medallero, destacándose en levantamiento de pesas, lucha grecorromana y gimnasia artística.
Sin embargo, la mayor sorpresa de todas fue una joven atleta rumana en la disciplina de gimnasia artística. Su nombre, Nadia Comaneci de tan solo 14 años de edad.
La niña prodigio
Nadia Comaneci nació en Oneti, Rumania, y desde muy pequeña, contando solamente con seis años, comenzaría a involucrarse en la gimnasia artística y a ser vista como un talento excepcional. Su entrenador y descubridor fue Béla Karolyi, que junto a su esposa Márta la formaron bajo un entrenamiento exigente con la intención de explotar al máximo su potencial.
A los 13 años la Comaneci ya era campeona europea (1975), barriendo a rivales soviéticas que históricamente dominaban la gimnasia. Dicho campeonato europeo, un año antes de los Juegos Olímpicos de Montreal, la puso en el radar internacional, siendo considerada una promesa mundial. Aun así, nadie esperaba que hiciera lo que posteriormente hizo en Canadá, puesto que aún era muy chica.
Por su lado y en conjunto, el equipo rumano de gimnasia de mujeres venía en un claro crecimiento, pero sin ser favorito, pues la URSS y la Alemania Oriental (casualmente de los mejores del medallero) estaban varios escalones por arriba.
A pesar de la fortaleza de estos países, el entrenador Károlyi estaba revolucionando los métodos de entrenamiento en el país europeo oriental. A diferencias de antiguos entrenadores del equipo rumano, el priorizaba la fuerza, dificultad técnica y por sobre todo el rigor de una disciplina absoluta.
Lo que la tecnología no podía reflejar
Era un 18 de julio de 1976, segundo día de competencia de los JJ.OO. y el Forum de Montreal se encontraba repleto con más de 18.000 personas que colmaban las tribunas. La rutina que más expectativa generaba era la de barras asimétricas, esperándose así, un show de las alemanas y de las soviéticas en las mismas. Lo que el público no tenía presente fue que la atención no se las llevarían las históricas favoritas, sino una joven delgada, tímida y oriunda de Rumania.
Nadia se acercó a las barras con una expresión inmóvil, prácticamente fría. Al costado, su entrenador observaba toda la secuencia. La música ambiental cesó. La prometedora gimnasta tomó aire e impulso, y en un fluido movimiento se elevó hacia las imponentes barras.
Desde el primer instante, el público entendió que estaba viendo algo tan anormal como inusual. La joven Comaneci ejecutó movimientos que para 1976 parecían imposibles. Desde transiciones de una barra a otra, en forma limpísimas, sin perder velocidad hasta giros exactos sin vibraciones. Era sublime ver su cadencia perfecta sin un solo temblor. Cada movimiento era milimétrico como si no existiese la gravedad. El estadio estalló en aplausos, incluso antes de que ella saludara.
De repente, todos quedaron expectantes para ver la puntuación de los jueces en el tablero electrónico. Insólitamente en lugar de un tan esperado “10.00”, figuró un “1.00”. ¡Nadie entendía como tan brillante actuación había tenido la puntación mínima!
El problema era simple: el sistema electrónico no estaba preparado para mostrar un 10, porque jamás en la historia olímpica alguien lo conseguido. La rutina de Nadia fue tan brillante que mostro la vulnerabilidad de la tecnología. Algo que ni las máquinas podían cronometrar o puntuar.
Al instante, mientras el estadio comenzaba a murmurar, se anunció por altavoces: “La puntación de Nadia Comaneci fue… ¡10 perfecto! La joven rumana sonrió tímidamente mientras se vio atrapada por una ola ensordecedora de aplausos y felicitaciones.
Ese fue el primer “10 perfecto” en la historia del olimpismo, pero no el último para ella: Comaneci obtendría siete “10 perfecto” en esos mismos Juegos, una marca todavía más irrepetible.
La leyenda
Es así como se forjan las leyendas del deporte. De actuaciones formidables que paralizan hasta los propios jueces; de hacer que falle hasta la inquebrantable tecnología; y de retirarse de la competición como la máxima revelación con tan solo 14 años de edad.
Como mágico designio de destino, recordamos que su nombre deriva de “Nadejde” (significa esperanza en rumano), pues vaya que fue esperanzador y motivador lo que ella hizo por su disciplina, convirtiéndose en una bisagra para el deporte mundial. A tal punto Comaneci marcó a fuego estos juegos olímpicos con sus actuaciones que todavía aquella justa deportiva es recordada como “las Olimpiadas de Nadia Comaneci”.



