El público neutral sí existe (y es capaz de viajar más de 600 Km para ver un partido de fútbol)
Un viaje inolvidable hasta Córdoba para presenciar la final entre Independiente Rivadavia y Argentinos Juniors: la pasión no siempre necesita colores.
No hace falta ser hincha para llorar de alegría.
Una locura. Todo, lo que pasó antes, durante y después de la final de la Copa Argentina entre Independiente Rivadavia y Argentinos Juniors. Porque en casa no somos “hinchas” de ninguno como para viajar más de 600 kilómetros para ver un partido de fútbol. Pero lo hicimos y valió la pena.
Una vez que se definió la sede (el estadio Presidente Perón de Instituto, en Córdoba) dijimos: “¿Y si vamos?”. Conseguimos las plateas, vimos luz y entramos. Sospecho que mi familia no se animó a decirme que estaba de remate, o un poco se entusiasmó con la idea de ver el partido, inédito la verdad.
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Viajamos con marido y tres de los cinco niños: atravesamos una nube en las Altas Cumbres, nos equivocamos de ruta en San Juan y desafiamos dos veces la tormenta, con granizo incluido. Todo, repito, para ver un partido.
Una final inédita y un viaje para ser parte de la historia
En mis ya más de 20 años como periodista, me han inventado “romances” con la Lepra, el Tomba, Gimnasia, Maipú. Y sí, confieso que soy un poco de todos y que soy muy feliz cada vez que a un equipo mendocino le va bien. Pero después de presenciar el partido entre Godoy Cruz y San Martín de San Juan en el Gambarte el domingo pasado, ¿quién se podía imaginar vernos en Córdoba en la platea de Independiente Rivadavia?
Admito, a minutos de haber llegado a Mendoza, que ser neutral nos permitió vivir la final de otra manera. De hecho, llegamos al estadio cuando faltaban cinco minutos para el pitazo inicial y no quedaba ni un solo lugar a la vista.
Las escaleras y salidas que se suponen son de emergencia estaban totalmente explotadas de hinchas y nosotros, que llegamos con un peque de 3 años, bajamos para quejarnos por la sobreventa y la desorganización, y por poco no terminamos hablando con Chiqui Tapia. En ese trajín, nos perdimos el primer gol.
Volvimos a subir, con mi hijo de 11 llorando a moco tendido, agradeciendo por haberlo llevado a la final, con las cámaras apuntándolo para una probable nota de un leproso emocionado... No pasa nada, eso es un poco lo que fuimos también.
En el partido tuvimos de todo: tres goles (como ya dije, nos perdimos el primero), dos expulsiones, ¡dos hinchadas!, a Berti reaccionando como nunca, al árbitro intentando inclinar la cancha, la tanda de penales y a un equipo mendocino campeón, por primera vez.
Los hinchas de la Lepra coparon la cancha de Instituto en la final de la Copa Argentina.
Pudimos estar ahí, seguramente muy cerca de gente que conocemos y que hoy debe estar feliz como pocas veces (solo los que amamos el fútbol lo entendemos), unidos por la emoción de poder compartir un partido, y no cualquier partido, uno que va a quedar en la historia y del que pudimos ser parte con muchas más anécdotas de las que quedarán plasmadas en esta pequeña (y muy, muy humilde) nota.
El público neutral sí existe (¡pero arriba la Leee!)
La Copa Argentina tiene mucho que mejorar; el fútbol argentino en general, seamos sinceros. Pero este torneo realmente permite que pasen cosas mágicas -que deberían ser normales-, como tener dos públicos o incluso tres.
Porque a la gente que le gusta el fútbol, a los que lo amamos con todo nuestro ser (aunque a veces duelan los ojos de verlo), a ese varoncito que me demostró que no puede ser más hijo mío, estos partidos nos hacen felices. Es difícil de explicar, pero es así.
Volvimos hoy. Dormimos poco y nos pasó de todo. Pero el de 3 se vino riendo todo el camino, ¿cómo se explica eso? Sé que muchos me van a entender: el público neutral sí existe. Pero, y espero que nadie se ponga “celoso”, un gran abrazo a los verdaderos protagonistas. ¡Y arriba la Leee!


