Mundial de Qatar 2022

El emotivo texto de Casciari que quebró a Messi: “Nos pusimos a llorar con Anto”

El mejor jugador del mundo dijo presente en el programa Perros de la calle con un emotivo audio hacia el conductor.

MDZ Deportes
MDZ Deportes jueves, 22 de diciembre de 2022 · 14:09 hs
El emotivo texto de Casciari que quebró a Messi: “Nos pusimos a llorar con Anto”

Lionel Messi se coronó campeón del Mundial de Qatar 2022 en lo que pudo haber sido su última presencia en la máxima cita mundialista. De esta manera, el capitán de la Selección argentina cumplió uno de los mayores sueños de su vida y, con justa razón, disfruta de unos días de vacaciones en Rosario junto a su familia.

Mientras aprovecha los días de vacaciones en el país para tomar mates y mirar las redes sociales junto a Antonela, a quien siempre le agradece por acompañarlo en todo momento, el 10 se tomó el tiempo para enviar un mensaje al programa radial Perros de la calle, que se emite por radio urbana.

Andy Kusnetzoff, quien días atrás había contado el motivo de su ausencia en la final del Mundial pese a contar con entradas, recibió un audio del Lionel Messi y decidió ponerlo al aire, donde lo compartió con todo su público. "Me llega un mensaje, no lo pude terminar de escuchar, te digo la verdad", soltó.

"Hola Andy, ¿cómo andas? Te quería mandar este audio porque estaba con Anto tomando mates, me puse a ver Tik Tok y vi la historia que contaste. Me alegro que te hayas operado, haya salido todo bien y hayas contado lo que contaste. Después pasó un ratito y Anto me mostró lo de Hernán", comenzó.

Para finalizar, el mejor jugador del mundo sentenció: "Lo que escribió, lo que contó y cómo lo contó, la verdad que fue impresionante. Nos pusimos a llorar los dos porque es algo muy cierto y emotivo todo lo que cuenta. Quería mandarle un saludo y agradecerle porque nos emocionamos. Les mando un abrazo grande para todos y gracias otra vez".

El texto de Hernán Casciari llamado "La valija de Lionel"

Los sábados de 2003 por la mañana, TV3 de Cataluña transmitía en directo los partidos de las inferiores del Barça. Y en los chats de argentinos emigrados se repetían dos preguntas: cómo hacer dulce de leche hirviendo latas de leche condensada, y a qué hora jugaba el chico rosarino de quince años que hacía goles en todos los partidos.

En la temporada 2003-2004, Lionel Messi jugó treinta y siete partidos y convirtió treinta y cinco goles: el rating matutino de la TV catalana, esos sábados, superó al nocturno. Ya se hablaba de ‘aquest nen’ en las peluquerías, en los bares y en las tribunas del Camp Nou. 

El único que no hablaba era él: en las entrevistas post partido a todas las preguntas el adolescente las respondía con un «sí», un «no» o un «gracias», y después bajaba la vista. Los argentinos emigrados hubiéramos preferido un charlatán, pero había algo bueno: cuando hilvanaba una frase se comía las eses, y decía ful en lugar de falta.

Descubrimos, con alivio, que era de los nuestros, de los que teníamos la valija sin guardar.

Había dos clases de inmigrantes: los que guardaban la valija en el ropero ni bien llegaban a España, decían «vale», «tío» y «hostias». Y los que teníamos la valija sin guardar manteníamos las costumbres, como por ejemplo el mate o el yeísmo. Decíamos yuvia, decíamos caye.

Empezó a pasar el tiempo. Messi se convirtió en el 10 indiscutido del Barça. Llegaron las Ligas, las Copas del Rey y las Champions. Y tanto él como nosotros, los inmigrantes, supimos que el acento era lo más difícil de mantener. 

A todos nos costaba mucho seguir diciendo gambeta en vez de regate, pero al mismo tiempo sabíamos que era nuestra trinchera final. Y Messi fue nuestro líder en esa batalla. El chico aquel que no hablaba, nos mantenía viva la forma de hablar.

Así que, de repente, ya no solo disfrutábamos al mejor jugador que habíamos visto en la vida, sino que también vigilábamos que no se le escapara un modismo español en ninguna entrevista. 

Además de sus goles, celebrábamos que, en el vestuario, siempre tuviera el termo y el mate. De repente era el humano más famoso de Barcelona pero, igual que nosotros, nunca dejaba de ser un argentino en otra parte.

Su bandera argentina en los festejos de cada copa europea. Su desplante cuando fue a los Juegos Olímpicos a ganar el oro para Argentina sin permiso de su club. Sus navidades siempre en Rosario, a pesar de que tenía que jugar en enero en el Camp Nou. Todo lo que hacía era un guiño para nosotros, para los que, en el año 2000, habíamos llegado con él a Barcelona.

Es difícil explicar cuánto nos alegró la vida a los que vivíamos lejos de casa. Cómo nos sacó del hastío de una sociedad monótona y nos justificó. De qué manera nos ayudó a no perder la brújula. Messi nos hizo felices de una forma tan serena, y tan natural, y tan nuestra, que cuando empezaron a llegar los insultos desde Argentina no lo podíamos entender. 

Pecho frío. 
Solamente te importa la plata. 
Quedáte allá.
No sentís la camiseta. 
Sos gallego, no argentino. 
Si alguna vez renunciaste, pensálo otra vez. 
Mercenario.

Viví quince años lejos de Argentina, y no se me ocurre pesadilla más espantosa que escuchar voces de desprecio que llegan del lugar que más querés en el mundo.

Ni dolor más insoportable que oír, en la voz de tu hijo, la frase que escuchó Messi de su hijo Thiago:  «Papá, ¿por qué te matan en Argentina?».

Se me corta la respiración cuando pienso en esa frase de un chico a un padre. Y sé que una persona corriente terminaría invadida por el rencor. 

Por eso la renuncia de Messi en 2016 a la Selección Argentina fue casi un alivio para nosotros, los inmigrantes. No podíamos verlo sufrir así, porque sabíamos cuánto amaba a su país y los esfuerzos que hacía para no romper el cordón umbilical. 

Cuando renunció, fue como si, de repente, Messi hubiera decidido sacar un rato las manos del fuego. No solamente las suyas. A nosotros también nos quemaban esas críticas.

Archivado en