Pantallas, la paradoja de los adultos conectados: ¿cómo enseñar presencia si no la practicamos?
Los adultos estamos muy preocupados porque los niños y adolescentes dejen las pantallas, pero la mayor adicción la tenemos nosotros
Si queremos que los niños bajen el teléfono, primero tenemos que bajar el nuestro.
Archivo MDZLos adultos vivimos preocupados por el tiempo que los niños y adolescentes pasan frente a las pantallas. Les pedimos que “larguen el teléfono”, que “salgan a jugar”, que “vuelvan a mirar a los ojos”. Pero, mientras tanto, muchas veces somos nosotros —los adultos— quienes no podemos dejar el propio dispositivo ni por unos minutos.
La escena es cotidiana: un adulto que revisa su celular en la fila del supermercado, en la mesa familiar, en el parque o incluso mientras juega con su hijo. Un dedo que se desliza casi en automático, sin conciencia del gesto. Lo que alguna vez fue una herramienta de comunicación se transformó, sin que lo notáramos, en una extensión de nuestro cuerpo y una vía constante de escape, validación y estimulación.
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Según diversos estudios en neurociencia, las notificaciones, los “me gusta” y los mensajes activan los mismos circuitos de recompensa cerebral que las adicciones químicas. Es decir: el cerebro libera dopamina, generando placer y una necesidad creciente de repetir la conducta. Esa búsqueda de microrecompensas no distingue edades, pero en los adultos suele camuflarse bajo el disfraz de la productividad o la necesidad de estar informados.
Un dedo que se desliza casi en automático, sin conciencia del gesto.
Nos preocupan los niños porque vemos su exposición más explícita. Pero la nuestra es más silenciosa y socialmente aceptada. Contestamos mails a la hora de cenar, revisamos redes mientras acompañamos a nuestros hijos en el parque, o usamos el teléfono como refugio frente al cansancio o la incomodidad. Luego, pedimos presencia, conexión y diálogo… sin notar que estamos ausentes en cuerpo y alma.
Presencia física, no es presencia emocional
Hoy hay más flexibilidad laboral, más posibilidades de home office, pero aún así, la distancia es enorme. Y es que la presencia digital constante erosiona la calidad de los vínculos reales. Los niños aprenden por imitación: si ven adultos que viven pendientes de una pantalla, entenderán que la atención es fragmentaria, que la espera no existe y que el contacto humano puede postergarse.
La paradoja es evidente: queremos niños conectados con el mundo real, pero crecen viendo adultos desconectados del aquí y ahora. Nos alarma su adicción, pero no revisamos la nuestra.
Queremos niños conectados con el mundo real, pero crecen viendo adultos desconectados del aquí y ahora.
Nuestro cerebro libera dopamina
No se trata de demonizar la tecnología, sino de recuperar la conciencia del uso. De preguntarnos para qué encendemos la pantalla, qué nos da y qué nos quita. De ofrecer modelos de autocontrol, pausa y presencia, porque la autorregulación se aprende viendo.
Si queremos que los niños bajen el teléfono, primero tenemos que bajar el nuestro. Mirarlos, escucharlos, sostener la mirada sin distracciones. Porque el ejemplo no se enseña: se contagia.
* Brenda Tróccoli. Coach ontologico. Especialista en crianza y familias. Puericultora.
IG: @brendatroccoli



