Pablo Savoia, el cura influencer: "Soy medio grinch de todo el cotillón de Navidad"
El padre influencer Pablo Savoia reflexiona sobre la fe, los jóvenes, las redes sociales y el sentido profundo de la Navidad, lejos del ruido y el cotillón.
El padre Pablo Savoia encontró en las redes sociales un nuevo lugar para llevar adelante su ministerio.
Agustín Tubio/MDZSacerdote de la Diócesis de San Martín y Coordinador de los Evangelizadores Digitales, el cura Pablo Savoia encontró en las redes sociales un espacio inesperado para su ministerio. Prefiere definirse como “evangelizador digital” antes que influencer y asegura que no salió a buscar ese lugar: fue la pandemia la que lo empujó a explorar nuevas formas de encuentro.
Desde un podcast nacido de manera casera hasta una fuerte presencia en Instagram, Savoia dialoga con personas que se sienten heridas, alejadas o enojadas con la Iglesia. En diálogo con MDZ habla sobre los jóvenes, la espiritualidad, las redes sociales y una Navidad centrada en el pesebre y la construcción colectiva.
Te Podría Interesar
Mirá la entrevista completa con el padre Pablo, cura influencer
— ¿Cómo se te ocurrió llevar tu ministerio a las redes sociales?
— No sé si se me ocurrió. Yo creo que la evangelización digital me encontró a mí, porque comencé a meterme un poco más de lleno en la creación de contenido con la pandemia, cuando se había frenado todo lo presencial. Yo soy muy inquieto, entonces hice un curso de producción de contenidos digitales y, de todo lo que me presentaron ahí, a mí me llamó mucho la atención el podcast, porque lo que más me gusta es hablar. En la pandemia comencé con un podcast que se llama Parresía, que es una palabra griega que significa hablar con totalidad, hablar con valentía, porque mi intención fue y es llegar a personas que hoy tienen entre 25 y 45 años, pero que en su juventud o en su niñez tuvieron alguna experiencia de Iglesia y que tal vez hoy estén enojadas con Dios, enojadas con la Iglesia o alejadas de la fe. La propuesta del podcast era revisitar un poco la experiencia cristiana, la espiritualidad cristiana, para esta gente que tal vez se quedó con el formato de lo que le dijeron cuando eran chicos, en la catequesis. Empecé muy casero, con el celular y no mucho más. Después me empezó a ayudar un muchacho, un joven de la parroquia, que se llama Gastón, y eso cambió sustancialmente el podcast. Te das cuenta cuando algo está en manos de un experto. Los primeros episodios son muy amateurs, pero yo pensaba que me iba a escuchar mi mamá y alguno más. Y no: empecé a tener una devolución interesante del contenido. Entonces ahí empecé a hacer pie en las redes sociales, sobre todo en Instagram, para tener un ida y vuelta con la gente que escuchaba el podcast y quería comentar o hacer preguntas. La verdad es que me explotó en la cara, porque yo no esperaba una repercusión tan grande. Por eso digo que no sé si lo busqué tanto. Yo decidí hacerlo, obviamente, pero toda la historia que vino después fue creciendo sin que yo lo buscara.
— Las redes sociales fueron un lugar donde la Iglesia tardó en meterse, pero hoy está muy presente. Al mismo tiempo sucede que los jóvenes empiezan a volver a la Iglesia. ¿Cómo te encuentra a vos esa situación?
— Yo estoy en las redes con la conciencia de que estoy saliendo al encuentro del que tal vez está buscando algo y no puede ponerle nombre. Yo no estoy en las redes ni para bajar línea ni para hacer proselitismo, sino que intento llegar a la persona que está buscando, y sobre todo a personas que quedaron heridas en el camino. Hay mucha gente que está enojada con Dios por alguna situación de la vida, hay gente que se siente muy sola, hay gente que no tiene con quién hablar. Muchos mensajes privados que me llegan empiezan con frases como: “Te escribo a vos porque no tengo con quién hablar”. Y vienen historias de vida muy pesadas. Eso para mí es una responsabilidad muy grande, porque no puedo contestar con un emoji. Tengo que pensar qué decir, si tengo que hacer contacto con alguna otra instancia. Yo en las redes me siento buscando al que busca. Habrá otros que le hablan a gente que ya tiene fe, que ya tiene su espiritualidad resuelta. A mí me gusta más la frontera: el que está conflictuado, el que está medio solo, el que no sabe para dónde rumbear, porque siento que mi vocación está ahí.
— ¿Qué creés que los jóvenes ven de atractivo hoy en la fe, que antes no veían?
— Cuando vos decís jóvenes, yo me imagino más bien jóvenes adultos. Por lo que veo en mi comunidad, en la parroquia de La Merced de Villa Ballester, hay como una especie de nostalgia de la fe. Me da la sensación de que hay hartazgo de muchas cosas: de la pantalla, de vínculos demasiado superficiales, de no tener horizonte, de que todo dé lo mismo. Y si todo da igual, nada tiene valor. Eso lleva a preguntarse qué es lo que realmente vale. Me parece que la espiritualidad está pegando la vuelta hacia otras formas, donde lo que está en juego es la búsqueda de sentido. Para mí sería un error que desde la Iglesia salgamos solo a proponer formatos o prácticas. No digo que estén mal, al contrario, pero la vuelta a lo espiritual tiene que ver con una búsqueda de sentido común, incluso con una búsqueda de construcción social. Hay formatos religiosos que refuerzan lo individual, la idea de que a mí me fue bien porque Dios me bendijo y no me importa el resto. El Evangelio tiene un mensaje muy fuerte donde el otro importa, donde podemos construir algo juntos. Ahí la espiritualidad cristiana tiene un nicho que todavía no supimos descubrir del todo.
— Los jóvenes, a diferencia de los adultos, muchas veces se formaron en una Iglesia basada en el estímulo, en no aburrirse. ¿Cómo se logra sanear eso?
— Es muy cierto lo que decís. Durante muchos años se subestimó a los jóvenes, pensando que había que darles algo más tipo show, con muchos efectos especiales. Hoy la búsqueda no va por algo que me divierta, sino por algo que me dé sentido, que es muy distinto. Por eso veo que muchos jóvenes buscan formas más tradicionales de vivir la fe, porque encuentran en la solemnidad una puerta al misterio. Eso también es fruto de una pastoral que durante mucho tiempo intentó entretener a los jóvenes. No generalizo, porque hay pastorales muy buenas, pero hoy la búsqueda pasa más por el sentido, por el deseo de Dios que está en el corazón.
— Hace unos días circuló un video tuyo con cierta polémica. ¿Qué te pasa con la Navidad?
— A mí la Navidad me encanta como fiesta. El video es un poco polémico porque yo soy medio grinch de todo el cotillón de Navidad que está alrededor. Para mí no hay una noticia más linda que la de un Dios que decide hacerse uno de nosotros y compartir nuestra historia. Eso es la Navidad. Ahora, a veces esa celebración se rodea de una parafernalia que nos distrae: salir a comprar, los regalos, la preocupación por la cena. A mí me encanta la cena de Navidad, no voy a hacerme el asceta, pero a veces nos perdemos en esos detalles y se nos pasa el sentido verdadero. La fiesta me encanta; tengo reparos con todo lo que la rodea.
— Si el 24 a la noche te pararan frente al pesebre en Belén, hace 2.000 años, ¿cómo reaccionarías?
— Creo que lo primero sería llorar. Contemplar esa escena siempre me conmueve, porque desafía toda lógica: confesar desde la fe que Dios se hace un niño, pudiendo hacer cualquier otra cosa. Creo que me quedaría en silencio. Nos falta silencio, estamos un poco hartos de palabras. Me brotarían las lágrimas de ver eso.
— Volviendo a tu actividad en redes, ¿qué te pasa cuando un video no funciona o cuando te hatean?
— Si no funciona, no funciona. En redes hay que tener perseverancia. No reniego de lo que hago ni borro contenido. A veces miro videos viejos y digo “qué hice”, pero los dejo. Con el hate, al principio me lo tomaba muy personal, me ponía triste, me enojaba. Después entendí que no dependo de la validación de esa persona. Si un amigo me hace una crítica, la escucho; si viene alguien que no conozco, no me importa. No borro comentarios, salvo que alguien sea muy intenso, ahí bloqueo. Hoy tomo distancia y lo veo como parte del juego. Lo más importante no está en los comentarios públicos, sino en los mensajes privados: ahí es donde se da el verdadero encuentro.
— En redes conviven sacerdotes y miradas muy distintas sobre la Iglesia. ¿Cómo te llevás con ese ecosistema?
— Esa diversidad muestra la diversidad de la Iglesia. Desde hace tres años, en Argentina, quienes evangelizamos en redes empezamos a encontrarnos presencialmente. Empezamos siendo 27 y hoy somos más de 200. Hay gente a la que no le interesa encontrarse con otros, como pasa también en la Iglesia. Yo no tengo problemas con nadie. Me quedo con el deseo de encontrarnos y de saber que no estamos solos. Somos Iglesia, estamos en la misma barca. Esta Navidad me encuentra muy esperanzado, por lo que veo en mi parroquia y en las redes. Me interesa estar en la frontera, llegar a personas que buscan algo y no saben cómo nombrarlo. Eso me da mucha esperanza.
— ¿Qué le dirías a la gente para esta Navidad?
— Primero, que nos concentremos en el pesebre: ahí está el foco. Después, que cada uno celebre como tenga ganas, pero sin perder de vista el pesebre. Mirándolo, preguntarnos qué podemos construir juntos. Venimos de una espiritualidad muy individualista. Si Dios quiso hacerse uno de nosotros es porque esta humanidad vale la pena. La pregunta es cómo, desde esa fe, podemos construir algo juntos.

