40 asesinatos en menos de dos meses

¿Qué diablos está pasando en Rosario?

La ciudad santafesina es un espejo donde nadie se quiere mirar. Soldaditos de 18 años que se matan entre sí, una justicia inoperante y violentos videos de venganza son parte del reflejo.

Facundo García
Facundo García domingo, 23 de febrero de 2020 · 07:03 hs
¿Qué diablos está pasando en Rosario?
Rosario En enero hubo el doble de muertes que en el mismo periodo de 2019.

Una mujer muere acribillada y al rato otra de la banda rival. Más tarde, un video muestra la humillación de un transa que no cumplió con “sus obligaciones”. En la misma semana, un hombre agoniza sobre el asfalto, cocido por el plomo que escupió una ametralladora. Casi todos los días hay al menos un baleado en Rosario: van cuarenta homicidios desde el inicio del año. Los medios de Buenos Aires hablan como si se tratara de una “ola” surgida de la nada. Los que conocen el terreno, en cambio, saben que esta historia viene de lejos.

“Acá vivimos un combo explosivo –explica a MDZ el periodista Agustín Lago-. Por un lado tenés las disputas entre narcos, un fenómeno que está hace mucho. Por otro, las políticas de seguridad que trajo el nuevo gobierno provincial. Y por debajo, el surgimiento de banditas criminales. Ojo, no me refiero a ‘un par de banditas’. Es una constelación de grupos que salen a reclamar territorio al mismo tiempo. Hay cuatro o cinco en Rosario Norte, cuatro o cinco en Rosario Sur, y así. La mezcla de todo eso sacudió el avispero”.

Mensaje encontrado en un edificio del poder judicial rosarino. Fuente: Twitter de @AgustinMLago

Lago cubre desde hace mucho las noticias policiales de su ciudad. Conoce la dinámica del fenómeno; tal vez por eso no se lo ve optimista. “Tenemos muchísima gente armada. El mercado negro es grande y sencillo. Es demasiado fácil conseguir un revólver”.

¿Por qué ahí?

Si el crimen fuera un juego de mesa, Rosario sería la zona más apetecible del tablero. La tercera ciudad más grande del país está atravesada por dos rutas internacionales –la 34 que conecta con Bolivia y la 11 que va hacia Paraguay-. Además, el Río Paraná ofrece, en todo el departamento rosarino, siete puertos donde cargar y descargar “mercadería”. Es un centro de despacho hacia países limítrofes y Europa.

—Y no olvidemos que en la zona existen también pueblos de 1000 o 2000 habitantes en los que hay aeropuertos clandestinos donde se carga y descarga cocaína— agrega Lago.

El narcotráfico representa solo una arista de los negocios que tienen las bandas. Por puertos y carreteras se transportan también bienes de contrabando y hasta grano “en negro” que se comercializa sin pagar retenciones.

Sobre ese panorama se montó la nueva plantilla política. En los últimos comicios, el Socialismo -que dominaba la provincia desde hacía 12 años- perdió la gobernación, que quedó en manos del justicialista Omar Perotti. El flamante ministro de Seguridad, Marcelo Saín, cambió las autoridades de la Policía y eso quebró el balance.

“El discurso oficial –observa Lago- es que la nueva gestión no negocia con ‘los delincuentes’ ¿Entonces la gestión anterior sí negociaba? Es preocupante. Agrava todavía más las cosas este discurso de ‘los narcos se están matando entre ellos’, como si el gobierno no tuviera responsabilidad y fuera irreprochable”.

Video: la grabación de un supuesto ataque a un juzgado rosarino.

Una máquina de odio

El periodismo ha comparado a Rosario con la Chicago de los ’40 y, más recientemente, con Sinaloa y Medellín, a causa de la presencia que tuvieron ahí las mafias y los cárteles de la droga. Son trampas del lenguaje. El nudo de la crisis es más complejo.

Un ejemplo: en 2019 se desbarató una banda de Rosario Norte liderada por una mujer, Olga “Tata” Medina. Medina armaba su “staff” mediante una especie de casting. Sus mandos medios salían de un taller de oficios. Las personas desocupadas iban a ese centro de asistencia para aprender carpintería o herrería. Querían “conseguir un empleo” y ahí se los reclutaba. Si aceptaban, pasaban de la indigencia a ganar mil o dos mil pesos por día.

Un sueño. Hasta que un disparo los dormía para siempre. En 2014, la BBC recorrió Rosario y habló con los pibes de las zonas postergadas. En una de las charlas se produjo este diálogo entre el cronista y un joven:

—¿Cómo te ves de aquí a diez años?

—Muerto.

En general, los muertos son varones jóvenes de las clases populares. “Sí, fallecen a los 18, 19, 20 años –confirma el periodista Lago-. Cubriendo estos casos, ves biografías que te sorprenden. Muchachos que no llegan a los veinte y registran decenas de ingresos en comisaría ¿Cómo tuvieron tiempo?”.

Una de las tantas fotos que los pibes comparten por las redes.

En el centro de Rosario hay menos muerte, es cierto. Pero la periferia está teñida de sangre. La situación de la Justicia Federal lo ilustra perfectamente. Para dos millones de personas hay solo 2 jueces de instrucción y 3 fiscales. Con esa infraestructura, es imposible combatir a las organizaciones.

Y si cae un pez gordo, no es porque lo haya alcanzado la Ley. Casi seguro lo mandó a matar un adversario. Eso sí: cuando se le corta una cabeza a la hidra, aparecen otras cinco. Cada vez que se encarcela o se liquida a un capo, los que estaban abajo pelean por el lugar. Vuelven los tiros y el terror. Videos de humillaciones, amenazas. La teatralización de la violencia.

Porque en un tejido social quebrado, dar miedo es la forma de conseguir respeto.

"Cajones" hallados en la cancha de Rosario Central. 

En esa puja, el fútbol es un trampolín para ganar influencia. Lago: “en Rosario Central tenés de jefe a Pillín Bracamonte, que es un tipo con sus negocios pero que ordena a la hinchada”. En contraste, lo de Newell´s recuerda al presente de la Lepra mendocina. En 2011 mataron al anterior capo de la barra, Pimpi Camino. Desde entonces persiste una disputa por la jefatura que solo amainó cuando la policía empezó a apretar y acordaron un “frente de unidad” entre facciones. Es una alianza para conservar el boliche. Pero puede estallar en pedazos.

El origen

El periodista Daniel Schreiner también investiga a las bandas rosarinas. Cuenta que los problemas graves con los narcos detonaron en los 90’ y se consolidaron entre 2003 y 2008.

—La industria local cayó, la crisis económica se fue profundizando y el mercado de la droga creció hasta llegar al actual punto de saturación— describe.

Saturación: demasiada gente en el rubro. El circo es chico y los payasos son muchos.

Mientras el cinturón fabril del Gran Rosario iba desapareciendo, nacían decenas de organizaciones ilegales. La más conocida es la de Los Monos, pero es una entre muchas. Sencillamente, vender falopa es demasiado tentador. Es donde está la plata. Y más temprano que tarde los jefes se pisaron los callos entre ellos. “Por eso –declara Schreiner- ves que en 2011, 2012 y 2013 explota la tasa de homicidios”.

En el barrio La Granada, un mural homenajea al "Pájaro" Cantero, un líder de Los Monos que murió asesinado.

En 2013, el área rosarina alcanzó la cifra de 21 muertos por asesinato cada 100.000 habitantes. Cuatro veces más que el promedio nacional. Las respuestas oficiales tienden a ser pésimas. “Si la Justicia atrapa a los jefes de una banda, inicia una disputa interna en la organización”, insiste el entrevistado. A la vez, la pelea beneficiará a la banda contraria, que en consecuencia crece.

“Es como patear un hormiguero”, suspira Schreiner. Con un añadido: si se encarcela a un capo con dos o tres condenas a perpetua, ¿por qué dejaría de encargar asesinatos, si sabe que pasará el resto de su vida entre rejas? Sigue matando. Ya está jugado.

En busca de respeto

Esta semana, la morgue del Instituto Médico Legal de Rosario estuvo al borde del colapso. Demasiados cuerpos en poco espacio. Cuando los nombres de los fallecidos ya se apilan de a montones, la seguidilla de homicidios –algunos en el centro- ubicó a la ciudad  en la tapa de los diarios nacionales. La prensa porteña retrata desde lejos una violencia sin historia. Como si el mal brotara de las piedras.

Igual las balas son la punta del ovillo. Es más, Schreiner aclara que es un error atribuir todo el peso de la tragedia al conflicto narco. “Hay, por lo bajo, un problema en la construcción de la identidad de los pibes vulnerables. En sus formas de ganar prestigio ante hombres y mujeres. No es de ahora, se da desde hace generaciones”.

Los pobres quedan en la encrucijada. Si se suman a las filas de los narcos, se exponen a la muerte pero conquistan “respeto”. Si se niegan, ven un futuro esforzado y gris. Por encima, la clandestinidad de las drogas mantiene los precios en un nivel exorbitante, y los políticos saben que las bandas se han transformado en un factor de poder. ¿Cómo desarmar la bomba?

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