La violencia que emerge en el scroll: cómo la tecnoadicción moldea la impulsividad adolescente
Cómo el uso compulsivo de pantallas, la renuncia adulta a poner límites y la anomia digital debilitan la empatía y alimentan reacciones violentas.
La viralización constante de peleas, humillaciones y desafíos violentos expresa un deterioro profundo de la empatía.
Archivo.La violencia juvenil ya no se expresa solo en la esquina del barrio. También emerge en el scroll. Las estadísticas de UNICEF y EU Kids Online muestran que más del 60 por ciento de los adolescentes usa pantallas en niveles que alteran su conducta, pero ese dato cuantitativo apenas explica el fenómeno.
Lo que aparece es un desplazamiento del conflicto: la calle transmitía códigos de convivencia y negociación; la pantalla facilita dinámicas de impunidad percibida, reacción inmediata y ausencia de costo emocional. Gestionar frustraciones a la velocidad de un clic no determina la violencia, pero sí configura un entrenamiento sutil donde la impulsividad se consolida como respuesta disponible. Desde la criminología, este patrón emergente funciona como un factor de riesgo que amplifica la probabilidad de reacciones desbordadas.
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La rendición parental y el derrumbe del control social
La primera tablet no fue un recurso pedagógico. Fue una renuncia silenciosa de miles de adultos agotados, sin herramientas o emocionalmente desbordados. Ese gesto debilitó el control social informal compuesto por familia, escuela y límites cotidianos. Cuando el “no” deja de provenir de una figura adulta y pasa a depender del algoritmo, el adolescente queda librado a un entorno que premia la permanencia y la reactividad. Allí aparece la anomia digital, un vacío de normas donde el chico no internaliza consecuencias y todo está diseñado para estimular el impulso, no la reflexión. Un joven sin freno interno no es un delincuente en potencia, pero sí un sujeto con mayor vulnerabilidad a resolver conflictos mediante conductas impulsivas.
Cerebros de mecha corta: una neuroquímica sin frenos
La neurociencia aporta una pieza clave. La corteza prefrontal, responsable de regular conductas y frenar impulsos, continúa en desarrollo durante la adolescencia. La exposición crónica a recompensas instantáneas recalibra el sistema dopaminérgico: lo que antes motivaba ahora no alcanza. La tolerancia a la frustración cae, la irritabilidad aumenta y la impulsividad se vuelve rutina. No se trata de un berrinche, sino de una alteración en el circuito de recompensa que erosiona la capacidad de evaluar consecuencias. La pantalla entrena el go, mientras la vida real necesita un stop que llega cada vez menos.
Desensibilización y el tatuaje digital del delito
La viralización constante de peleas, humillaciones y desafíos violentos expresa un deterioro profundo de la empatía. Grabar, subir y celebrar agresiones convierte el dolor ajeno en contenido. Ese tatuaje digital no solo perpetúa la humillación sino que refuerza la idea de que la violencia es un espectáculo sin consecuencias reales.
La autoridad no se negocia
La solución no es tecnológica, es humana. Implica recuperar autoridad sin autoritarismo, reinstalar conversaciones que hoy fueron desplazadas por notificaciones y reconstruir el límite como un acto de cuidado, no de control. Si no intervenimos ahora, tendremos adultos moldeados por un ecosistema que recompensa la reactividad por encima de la norma. La tecnoadicción dejó de ser un asunto de salud individual y se convirtió en un problema de seguridad pública.
* Lic. Eduardo Muñoz. Criminólogo. Divulgador en Medios. Análisis criminológico aplicado a temas sociales de actualidad y seguridad.
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