Aprender a perder: la superpotencia olvidada en la frustración
Criar no es evitar el malestar, frustración, pérdida y aburrimiento fortalecen resiliencia. Menos rescates; más autonomía para aprender a levantarse.
Una vida sin frustración y aburrimiento es una vida frágil.
Archivo MDZEn una reunión de una escuela se acerca una madre en llantos e hiperventilada porque a su hijo se le frustró un proyecto que tenía. Sin dudas, nada de vida o muerte, pero no puede ver derramar la mínima lagrima a su hijo. Esta es una escena muy común entre muchos padres de hoy que no pueden soportar la más mínima frustración de sus hijos.
Vivimos en una sociedad que premia el resultado visible y no valora el esfuerzo. Esta narrativa es profundamente engañosa, pues ignora el proceso de iteración, corrección y esfuerzo que subyace a cualquier logro significativo. En nuestra cultura obsesionada con los podios, los seguidores, los likes y la victoria inmediata, la frustración y la derrota han sido desterradas al rincón de las emociones tóxicas. Sin embargo, en el vasto teatro de la vida, saber perder y gestionar el "no" no es una debilidad; es la superpotencia esencial que distingue a quienes se rinden de quienes perseveran.
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La frustración y la derrota no son el enemigo
Son los entrenadores más duros (y reales), pero más efectivos, que podemos darles a nuestros chicos. En una sociedad obsesionada con el éxito instantáneo, permitir que experimenten la incomodidad es la base para construir una salud mental fuerte y resiliencia a largo plazo. Nadie desea el sufrimiento de sus hijos, pero la derrota (en el deporte, en una amistad, en un examen) es la gran maestra de la vida. Es la forma más segura de aprender que el valor propio no depende de los resultados ni de “vivir colgados de las pestañas de los demás”.
La trilogía de las habilidades olvidadas: frustración, pérdida y aburrimiento. La frustración es el alimento esencial para crecer en la autorregulación. La frustración surge cuando hay una diferencia entre lo que queremos y lo que obtenemos. Para un niño pequeño puede ser que el juguete no funcione; para un adolescente, suspender un examen, un viaje, un partido de futbol. Si como adultos siempre cerramos esa brecha, ellos nunca desarrollarán su propio "músculo emocional".
La frustración surge cuando una meta es bloqueada
Si siempre eliminamos el bloqueo, el niño nunca aprenderá a crear sus propios caminos alternativos. La pérdida, en cualquiera de sus formas (deportiva, social, académica), es la base del aprendizaje y la humildad. Una persona que nunca pierde teme arriesgarse y no sabe cómo gestionar el rechazo. Permitirles sentir el peso de una pequeña pérdida hoy les enseña que son lo suficientemente fuertes para soportar las grandes pérdidas del mañana. La resiliencia no es la ausencia de dolor, sino la capacidad de rebotar después de tocar fondo. Impedir que los chicos sufran o amortiguarlo demasiado entre algodones en el fondo termina afectando su autoestima volviéndola poco resistente a las adversidades.
Enseñar a perder va mucho más allá de los deportes; es enseñar a gestionar el rechazo, el error y la decepción. En la vida, no siempre seremos elegidos, no siempre ganaremos la discusión ni obtendremos el trabajo deseado. Impedir que los chicos sufran o amortiguarlo demasiado entre algodones en el fondo termina afectando su autoestima volviéndola poco resistente a las adversidades.
Qué enseña el fracaso o la frustración
Tolerancia, paciencia y resolución de problemas. La frustración obliga al cerebro a pasar del impulso emocional a la planificación estratégica. La Trampa del Rescate consiste en correr a arreglar un juguete roto o completar un rompecabezas difícil y envía un mensaje tóxico: "no sos capaz de manejar este problema solo, y el malestar debe ser evitado". El rol como padre no es ser una grúa que levanta a su hijo por encima de todos los obstáculos, sino un andamio que lo sostiene y lo guía mientras construye sus propias estructuras de fortaleza. La frustración y la pérdida son las herramientas que le permitirán construir una vida adulta competente y segura. De alguna manera, sin frustraciones no llegará a forjar capacidades, competencias y habilidades para el futuro.
Junto a la pérdida y las frustraciones, es importante, educar en el aburrimiento, que muchas veces se quiere evitar llenando las agendas de los chicos con clases extraescolares y tablets por una premisa equivocada: que el tiempo libre es tiempo perdido. Cuando un niño grita "¡Estoy aburrido!", en realidad está haciendo una de las preguntas más importantes para su desarrollo. Tiene que aprender a no tener todo a demanda, va unido a la frustración. Algunos especialistas que hablan de la crianza respetuosa, mal llamada así, manifiestan que los niños deben tener todo a demanda. Pareciera gravísimo decir que no. Cuando oye el "me aburro", ¿cómo padre te sentís obligado a darle una solución (el celular, encender la TV) o le devolves el control preguntando: "Es tu tiempo. ¿Qué vas a hacer vos con el aburrimiento?". ¿Les ha dado la oportunidad, recientemente, de pasar 45 minutos sin un estímulo digital, obligándolos a inventar un juego no digital?.
El aburrimiento es la sala de espera de la invención. Es el momento en que el cerebro, al no tener un guion externo, se ve forzado a mirar hacia dentro y crear. Es vital para desarrollar la autonomía y enseñarles que su felicidad no depende de un clic, sino de su propia capacidad de generar ideas.
Una vida sin frustración y aburrimiento es una vida frágil
Quien nunca ha sido desafiado en su zona de confort, se rompe ante el primer golpe inesperado. Por el contrario, aquellos que han desarrollado un músculo fuerte para gestionar el malestar se convierten en agentes de cambio y líderes creativos. Abrazar la frustración, respetar la derrota. Ellas son sus aliadas más leales, las que le recuerdan que la única manera de crecer es saliendo de la zona de confort y volviendo a levantarse. El éxito reside en el proceso, no en el resultado final, en sacar de cada frustración o “fracaso” una enseñanza.
* Mg. Juan Manuel Ribeiro, especialista en educación.



