12 años en la montaña: la familia mendocina que sigue buscando a su hijo andinista en Perú
Hace casi 12 años, el andinista mendocino Natalio Funes desapareció en el nevado Tocllaraj, en la Cordillera Blanca de Perú, luego de sufrir un accidente. El cuerpo de su compañero Leonardo Rasnik fue hallado en una de las paredes del cerro, pero el de Natalio nunca apareció. Desde entonces, sus padres Graciela y Miguel recorren la montaña incansablemente, guiados por el amor, los sueños y la esperanza. Ahora, apelan a la solidaridad de la comunidad montañista internacional para intentar encontrarlo.
Te Podría Interesar
“No hemos abandonado nunca la búsqueda”, dicen Graciela Gracia y Miguel Funes, papás de Natalio, en diálogo con MDZ. “Lo buscamos desde el 2013. Vamos todos los años y si no podemos ir nosotros, van nuestras hijas, nuestros sobrinos o los amigos que son andinistas. Siempre procuramos que el cerro esté cubierto”, relatan.
Ya pasó más de una década desde que Natalio se perdió entre los hielos del Tocllaraj. Sin embargo, sus padres nunca bajaron los brazos. A pesar de las enormes dificultades del terreno -por su extensión y los constantes cambios que sufre año a año debido al clima-, cada temporada, en esta misma época, vuelven a planificar una nueva búsqueda en el lugar del accidente.
Este año, aunque Graciela planea viajar en agosto, en una lucha constante con soltar el peso de ser quien encuentre a su hijo, decidieron organizar una campaña para convocar al mundo de la montaña. “Mayo, junio, julio y agosto son los meses en los que los escaladores van a la Cordillera Blanca”, explica Miguel, aunque reconoce que la misión es sumamente compleja.
Más allá del tiempo limitado para ascender, en los últimos años el cerro ha dejado de ser un destino frecuente para muchos andinistas. Las condiciones se han vuelto cada vez más inestables debido al cambio climático que ha acelerado el retroceso de los glaciares, y a la cercanía de una gran mina de oro cuyas explosiones afectan la estabilidad de la zona.
Frente a este contexto, el objetivo es llegar a quienes podrían recorrer la misma ruta que hicieron Natalio y Leo. Para ello, la familia diseñó una estrategia de comunicación que incluye la difusión de afiches y videos a través de redes sociales. Al mismo tiempo, con la colaboración de amigos y escaladores radicados en Huaraz, capital de la región de Áncash, en Perú, buscan compartir este material con quienes lleguen al campamento base.
Además, como parte de esta nueva etapa, solicitan colaboración para acceder a imágenes satelitales del área, con la esperanza de obtener datos actualizados del glaciar y poder detectar posibles indicios.
“Aunque el dolor nos fue enseñando que debemos vivir lo mejor posible, sobrellevando esto, personalmente quiero rescatar su cuerpo, que tenga una sepultura, que podamos elegir porque de alguna es un derecho que tenemos como familia”, explica Graciela.
“Por más que nos hemos ido tomando las cosas de otra manera, necesitamos darle un cierre. Pero bueno, siento que peleo contra la naturaleza”, agrega la mujer, quien a sus 64 años continúa subiendo las montañas peruanas.
La historia de un dolor que perdura: qué ocurrió en el accidente
Aunque se estima que el accidente ocurrió un 8 de julio del 2013, la noticia se conoció cuatro días después, el 12. El dolor estremeció a la provincia de Mendoza, pero sobre todo al departamento de San Carlos: Natalio Funes y Leonardo Rasnik, dos jóvenes del Club Andino de Eugenio Bustos, sufrieron un accidente mientras intentaban ascender al imponente cerro Tocllaraju, de 6.034 m, en Perú.
Tiempo atrás, durante una expedición en el Aconcagua, Natalio había rescatado a un montañista estadounidense con una pierna ortopédica que había quedado varado en la altura. Trabajaba como porteador y, ante la demora del equipo de rescate, intervino de forma decisiva: le practicó un cateterismo improvisado, lo abrigó y logró bajarlo a salvo. Como reconocimiento, recibió una recompensa que luego utilizó para viajar y financiar el viaje a Perú junto a Leo.
Según los datos reconstruidos por los padres, el día del accidente los chicos habían decidido escalar por la noche. Horas más tarde, al notar que no regresaban a su carpa, otros andinistas alertaron a sus familiares. Fue entonces que Miguel partió hacia el lugar con su hermano, donde les informaron que un cuerpo había sido hallado colgado en la pared del cerro. Era Leonardo, quien llevaba consigo una cámara con las últimas fotos capturadas por los dos amigos.
En aquellos días, a partir de una foto que sacó un escalador, hubo una confusión. La imagen, poco nítida, parecía ser una mochila pero generaba dudas sobre la posibilidad de que fuera Natalio. Lo cierto es que nunca lo encontraron. La búsqueda iniciada por la patrulla oficial fue abandonada y a pesar de que Miguel y un grupo de amigos se sumaron a la expedición, después de varios intentos y ante el peligro inminente, decidieron abandonar la búsqueda. La última conexión con Natalio: una estaca que encontraron en un paredón.
Las causas del accidente aún siguen sin ser claras. Graciela y Miguel aseguran que nunca se confirmó la existencia de una avalancha. Las incógnitas alrededor de lo ocurrido continúan abiertas.
Tu sueño es mi sueño: los caminos de la búsqueda
“Viven en un foco”, cuenta Graciela que les decía Natalio. Tenía 22 años y había crecido en una familia de andinistas. Con un espíritu libre y profundo, permanecía conectado con la montaña, con la naturaleza.
En el proceso de búsqueda, sus padres lograron conocer a sus amigos, recorrer los lugares en los que Nato fue feliz. “Descubrí por dónde había pasado, cómo habían sido sus últimos días, las amistades que tenía. La verdad que era envidiable”, describe la mujer pero reconoce que, como mamá, siempre había sentido miedo.
“También le gustaba la arquitectura, así que intenté que se inscriba en la Universidad de Mendoza, pero no funcionó. Yo le tenía un poco de miedo a la montaña, pero como padres no cortamos sus alas”, cuenta.
En estos 12 años, en el que el dolor fue convirtiéndose en aprendizaje y lucha, Graciela y Miguel cuentan que la esperanza de encontrar a Natalio con vida también estuvo presente.
Una vez, Graciela soñó que su hijo estaba en un lugar llamado El Chocal, en la montaña, cosechando duraznos. Intrigados, buscaron el nombre en internet y descubrieron que existía un sitio con esa denominación en el desierto de Atacama, en Chile. Aunque ni guías de montaña, ni carabineros, ni guardaparques conocían el lugar, decidieron emprender un viaje de más de 2.500 km.
El trayecto estuvo marcado por señales y coincidencias. En el camino conocieron a Patricio, un minero que les confirmó la existencia de El Chocal y se ofreció a guiarlos. “Tu sueño es mi sueño”, le dijo el hombre a Graciela, y los acompañó hasta ese pueblo abandonado en medio de la montaña. Allí no encontraron rastros de Natalio, pero fueron sorprendidos por las coincidencias entre lo soñado y lo vivido.
Esta experiencia se sumó a muchas otras vividas a lo largo de la búsqueda. En una ocasión, la familia construyó un motorhome y recorrió todo Perú, de norte a sur, en busca de pistas. Durante esos viajes, también escucharon relatos de personas que habían desaparecido y, con el tiempo, fueron encontradas en otros lugares. Cada una de esas historias reforzaba en ellos la sensación de que Natalio, de alguna manera, seguía presente, enviando señales y abriendo caminos.
“Sabemos que es casi imposible que no esté en el glaciar porque no hay cómo salir”, aclara Miguel. “Pero por estas cosas es que necesitamos verlo. Aunque bueno… la naturaleza manda”, insiste Graciela.