La circulación infinita del papa Francisco
Sus gestos, silencios y decisiones construyeron una figura capaz de convocar múltiples lecturas. El impacto de su legado sigue proyectándose en una disputa abierta de significados.
La muerte del papa Francisco no dejó únicamente tristeza y homenajes. Confirmó, sobre todo, que su figura había sido siempre más que un liderazgo religioso: fue un signo abierto, en permanente circulación, capaz de ser leído de modos múltiples y conflictivos.
Las reacciones de la prensa internacional lo muestran con claridad. The New York Times lo recordó como un reformista cercano a los migrantes y al medio ambiente. El País de Madrid lo calificó como el "papa progre", aunque marcó las ambigüedades que acompañaron su pontificado. Otros medios, como Le Monde, destacaron su esfuerzo por modernizar la Iglesia sin romper con su tradición.
Sin embargo, no todas las lecturas fueron en esa dirección. Sectores conservadores, particularmente en los Estados Unidos, lo acusaron de tibieza doctrinal o de sostener bajo formas amables una continuidad reaccionaria. Durante su pontificado, enfrentó campañas que lo señalaron por supuestos encubrimientos o falta de firmeza, especialmente en torno a las reformas estructurales de la Iglesia. La percepción de un Francisco "reaccionario", atrapado entre gestos de apertura y límites rígidos, también formó parte del abanico interpretativo.
Lo que emerge de este paisaje no es una simple diferencia de opiniones, sino un fenómeno más complejo: cada actor no respondió a un Francisco "real", sino a una construcción simbólica que combinó fragmentos de discursos, gestos y silencios. La imagen pública no se construyó de manera lineal ni uniforme. Circuló en fragmentos, amplificada y resignificada según la sensibilidad de cada espacio mediático y cultural.
En un escenario donde el impacto de los mensajes depende tanto de su contenido como de las condiciones de circulación, los gestos del Papa, sus silencios y sus énfasis fueron interpretados de maneras radicalmente distintas. La misma declaración sobre la necesidad de una "Iglesia de puertas abiertas" fue vista como un acto de modernización, una señal de debilidad o una jugada estratégica, según el marco desde el cual se la procesó.
Más que imponer un único sentido, Francisco abrió sus mensajes a múltiples interpretaciones, reflejo de un estilo comunicativo que privilegió la empatía y la cercanía por sobre las definiciones doctrinales estrictas. Esa ambigüedad, lejos de ser un error, permitió que distintos públicos se apropiaran de su figura según sus propios horizontes culturales y políticos.
Un rasgo central de su liderazgo fue también su capacidad para ejercer el poder de manera firme pero flexible. Como sostuvo el ex canciller argentino Adalberto Rodríguez Giavarini en declaraciones para el podcast Westfalia del CARI —próximo a publicarse—, Francisco fue "un hombre de conducción, que asumió el mando en un momento crítico tras la renuncia de Benedicto XVI" y "mantuvo a la Iglesia en un curso central, evitando desviaciones extremas hacia uno u otro lado". Según el ex titular del Palacio San Martín, "logró incorporar cambios que para la extrema derecha fueron transgresiones y para la extrema izquierda resultaron insuficientes", y esa fue precisamente "la esencia del arte político: construir consensos que permiten convivir en paz, aunque nadie obtenga todo lo que desea". Rodríguez Giavarini también subrayó que Francisco "ejerció el poder con naturalidad, como quien está habituado a gestionar el conflicto desde sus primeros años de vida en Argentina", y que esa capacidad "se reflejó tanto en su acción internacional como en su manejo interno del Estado Vaticano, donde su impulso reformista tuvo manifestaciones muy claras, como la designación de una mujer como gobernadora".
Incluso figuras políticas alejadas de sus posturas, como el ex presidente estadounidense Donald Trump, expresaron su respeto institucional tras su fallecimiento. Ordenó que las banderas ondearan a media asta y destacó su papel como líder espiritual. Este gesto, proveniente de un dirigente de derecha que había tenido desencuentros con Francisco, subraya el peso simbólico que su figura alcanzó más allá de las divisiones ideológicas.
Francisco entendió que, en la era de los medios fragmentados y de la circulación permanente de significados, no es posible controlar el sentido final de un mensaje. Cada gesto, cada palabra, cada omisión, se convirtió en material disponible para ser resignificado. Su legado comunicativo es, en ese sentido, el de haber habitado la complejidad, aceptando que todo liderazgo contemporáneo es un territorio en disputa.
Más que el Papa de una ideología, Francisco fue el Papa de una época que ya no admite lecturas únicas. Su figura, múltiple y polifónica, sigue generando interpretaciones porque encarna, justamente, la tensión entre tradición y cambio, entre certeza y apertura, que marca el tiempo que nos toca vivir.
La amplitud de su impacto quedó reflejada también en sus exequias, donde líderes políticos, religiosos y culturales de las más diversas procedencias se dieron cita para despedirlo. Esta convergencia, que reunió a representantes de sensibilidades ideológicas, nacionales y religiosas distintas, confirma que su figura logró trascender las fronteras habituales de pertenencia. Desde el punto de vista de la comunicación, la variedad de presencias no sólo homenajea a un líder religioso, sino que ratifica su condición de símbolo abierto, capaz de ser apropiado por imaginarios múltiples y de sostener, aún en su despedida, una vital circulación de sentidos.
No resulta casual que sea más sencillo analizar el impacto de Francisco en el mundo que en su propio país. Si en la escena internacional su figura generó consensos, respeto y admiración transversal, en la Argentina su imagen quedó atrapada, muchas veces, en lecturas domésticas, heridas ideológicas y viejas antinomias. Quizás sea inevitable: no hay terreno más difícil para la circulación libre de sentidos que aquel donde la historia personal del líder se entrelaza con la historia emocional de un pueblo acostumbrado a ver, en cada figura pública, un espejo de sus propias divisiones.
*Guillermo J García, Licenciado en Comunicación ISER/ UNSAM y posgrado en Gestión de Redes Sociales de la Universidad Georgetown.

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