Literatura

Un veloz tobogán que te hace derrapar hacia el fondo de tus peores pesadillas

Ir a comprar al supermercado ya no es como antes. El carrito llega a las cajas semivacío, como las esperanzas de quien lo empuja

Pablo R. Gómez domingo, 4 de agosto de 2024 · 07:00 hs
Un veloz tobogán que te hace derrapar hacia el fondo de tus peores pesadillas
Ya recorre el veloz tobogán que, al parecer, culmina en la pobreza. Foto: Freepick.

El carrito avanza por los pasillos del supermercado a baja velocidad, suficientemente despacio como para permitirle a quien lo va pechando observar los precios de los productos en las góndolas, pero muy rápido como para suponer que está por frenar para agarrar a alguno de los miles de alimentos que allí se exhiben. Y es que los precios escapan, a los ojos de ese ser shockeado por la realidad, de los límites que le impone su bolsillo de clase media derrapante, esa clase media de las de antes, que ya recorre el veloz tobogán que, al parecer, culmina en la pobreza. Y acá no hay tres vidas como en los jueguitos, solo es una, como en la hiriente realidad; y al resbalar se cae nomás, no hay reseteo posible para esta situación, ni red que te salve del porrazo.

En su recorrido, el carro (que sigue casi vacío) solo se mueve un poquito para los costados al cruzarse con otros que vienen de frente, empujados por zombies con celular en mano, pero que no están utilizando al telefonito para pavear, sino en su modo de calculadora, dividiendo precios por cantidades de gramos (o centímetros cúbicos), intentando dilucidar entre dos envases que no tienen exactamente la misma cantidad de producto, cual es finalmente el menos caro. Pero todo es en vano, solo unos pocos pesos son finalmente los de diferencia, menos de los que pagará en la playa de estacionamiento al salir, por el tiempo adicional utilizado al estar tonteando con las cuentitas inútiles esas.

Luego de recorrer tan solo los pasillos de insumos básicos, esquivando sin pena ni gloria las góndolas de las bebidas, de los chocolates y de tanto producto ahora superfluo pero que mucho ha disfrutado en el pasado reciente (tan reciente que no puede ni dejar de pensar en la pérdida de su poder adquisitivo) el carrito apunta a la fila común de las cajas. Allí, le causan risa los intentos miserables de la cadena de supermercados por pretender venderle todas esas cosas que están colocadas estratégicamente en las cercanías de las cajas, elementos que supieron serle indispensables en el pasado pero que ahora esquiva sin el más mínimo cargo de conciencia. De todos modos, la cola es tan corta que ya está casi en la boca de la gatera; a la espera de que su cuerpo sea invitado, con suma cortesía, a depositar sus miserias sobre la cinta transportadora, para ser así escrutados (los productos y su creciente pobreza) por ese cajero que de todos modos tampoco tiene ganas de andarse preocupando por mucho más que sus propios problemas.

La cola es tan corta que ya está casi en la boca de la gatera; a la espera de que su cuerpo sea invitado, con suma cortesía, a depositar sus miserias sobre la cinta transportadora. Foto: Freepick.

Deposita sobre la cinta los alimentos: en primer lugar, los más indispensables de entre los indispensables, mientras relojea en la pantalla de la caja el monto que se va sumando, en un brutal ascenso, hasta superar terriblemente todas sus expectativas de ahorro. Quedan allí esos “gustitos” que erróneamente pensó que iba a poder darse, a escasos metros de su objetivo, para que un empleado pase más tarde y los vuelva a colocar en sus estantes de origen, como si nunca hubieran sido seleccionados para formar parte de la dieta de esa persona que los acaba de dejar; que podría decirse que les soltó la mano, mientras mueve la cabeza lateralmente en un “no” eterno, que empezó hace más de media hora, y que no tiene pinta de terminar a la brevedad.

Como nunca antes había hecho, compra la comida de la semana en cuotas. Foto: Freepick

Pasados los productos, finalmente declara la forma de pago: tarjeta de crédito, por supuesto, que el efectivo ya desapareció de sus bolsillos cuando terminó de pagar los gastos fijos del mes; tarjeta, y en tres cuotas: como nunca antes había hecho, compra la comida de la semana en cuotas, con la firme esperanza de que al menos un mal rayo le parta la cabeza antes de que el resumen con los gastos llegue a sus manos el mes entrante. Ese lejano mes que tanto se esfuerza para no llegar, ese que tan solo le da un par de días de alegría, para empujar luego a su pobre cuerpo, otra vez, en un lento derrape hacia la angustia permanente. 

Pablo R. Gómez.

* Pablo R. Gómez, escritor autopercibido. 

IG: @prgmez

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