Literatura

Hasta pronto, Gerónimo: un cuento para cortar la semana

Cada tanto es recomendable tomarse unos minutos, hacer un alto y leer un relato.

Nacho Cangas miércoles, 18 de diciembre de 2024 · 07:00 hs
Hasta pronto, Gerónimo: un cuento para cortar la semana
Hay abrazos que llevan consigo, y hacen sentir a quien lo da o a quien lo recibe. Foto: Archivo MDZ

Hay abrazos que llevan consigo el cariño del reencuentro o el dolor de la despedida. Inacabables meses o años extrañando a la distancia para después notar a esa persona en la lejanía cercana, lo cual nos hace correr con desesperación en busca de ese encuentro tan ansiado, o bien compartir los momentos que uno cree irrepetibles para luego llegar al inevitable adiós en donde es casi imposible soltar a la otra persona y verla alejarse.  

Existen, también, situaciones donde se dan ambos escenarios. Se combina el calor del “tanto tiempo sin verte” y el frío que produce el “hasta pronto”. Tal vez ese es el abrazo desgarrador por excelencia, en el que es imposible no mojar el pelo de la otra persona con las propias lágrimas. En ese abrazo, a su vez, se suelen intercambiar susurros que nacen y mueren ahí mismo. Pueden ser declaraciones de amor, promesas por cumplir, chistes para aliviar el dolor o palabras que solo esas dos personas conocen.  

Se combina el calor del “tanto tiempo sin verte” y el frío que produce el “hasta pronto”.

Asimismo, están los abrazos que, si bien el reencuentro ya se produjo o la despedida aún no sucede, este se da en un momento cualquiera, de manera espontanea. Sin aviso previo, casi siendo un juego, una completa sorpresa. Es el abrazo de un niño feliz, que se puede dar por la espalda o en medio de la borrachera. Como no suele tener un tiempo y lugar asignado para darse, tampoco se enuncia o se piensa; simplemente se da o se recibe. 

Está el que consuela, el que reanima, el que sana, el que cura, el que lastima, y decenas de abrazos más. Pero luego está ese abrazo que yo solo experimenté una vez. Tan infinito, que aún continua, allá por la bella ciudad, en ese gran salón, a espaldas de los demás. Yo todavía sigo dando ese abrazo. Lo sigo recibiendo de tu parte y te sigo hundiendo en mis brazos, simulando. Porque de eso se trató el momento: simular. Fingir que no era una despedida dolorosa, en donde te encontré de pura casualidad, arruinando tu plan para evitar el dolor que hubiera provocado despedirte de todos. Fingíamos que, después del almuerzo, todo iba a seguir, y que vos no tenías que irte lejos porque la muerte, tan inevitable y cercana en ese entonces, estaba acechando.  

Están los abrazos espontáneos.

Ese abrazo, de segundos escasos y que se deslizaban con rapidez en el reloj de arena -porque así lo pedían tus ojos luego de que yo arruinara tu plan- pudo haber tenido la forma del abrazo constante, el cual comunica que ya nos vimos ayer y nos veremos mañana, pero terminó conteniendo el cariño del abrazo eterno, o al menos de aquel que aspira a la eternidad. Porque yo sigo en la ciudad de Luján, a la mitad del invierno, abrazándote y simulando al mismo tiempo. 

Te vi primero, listo y con las valijas en mano para emprender el regreso, y después tu me viste. Quizás fue al revés, quizás soltaste un suspiro al notarme, quizás nunca soltaste las valijas. Pero no importa, porque el resultado de esa mirada fue un tipo de abrazo que nunca había sentido. Tan único e irrepetible. Quizás tampoco sucedió lo de tus ojos pidiendo por favor que el abrazo sea uno sutil. A lo mejor fui yo quien decidió fingir al conocer tu situación lo suficiente, para que no te desmorones y el silencio del camino de regreso no te devore ni te lastime demasiado y, a partir de eso, fingiste también por tu propio bien. 

Ese abrazo pudo haber tenido la forma del abrazo constante.

 

Los dos sabíamos lo que pasaba, pero aun así decidimos que el abrazo sea una especie de obra teatral: el público solo observaba el escenario, y no lo que oculta el telón detrás de los actores, ni lo que esconde la escenografía de la obra o la oscuridad de los rincones. Por fuera, todo era lo que parecía ser; por dentro, por detrás de ese telón, era mucho más. Escondíamos, con ese abrazo, un dolor que nos hubiera hecho llorar desconsoladamente y hubiera delatado tu despedida silenciosa. Hubiera sido imposible que entres al auto y enciendas el motor, emprendiendo así tu regreso. No podíamos permitir que sucediera, y por eso hicimos lo que hicimos. Nos abrazamos y nos despedimos en serenidad, con rapidez y el sentimiento a flor de piel, fingiendo que la tristeza del “hasta pronto” nunca estuvo presente. 

Nacho Cangas.

* Nacho Cangas. Influencer literario.

IG: _nacho_cangas

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